Ataque de (teatro) pánico*
Días antes, Posible Acompañante había asegurado a Protagonista del relato que la mejor manera de curarse de una serie de ataques de ansiedad es enfrentar las situaciones que suelen detonarlos. Por lo tanto, si a ella le ocurrían en lugares cerrados, correspondía justamente ir al teatro a ver el estreno de una obra cuya polémica había comenzado semanas atrás.
“Las piedras arrojadas al personaje de Cristo tenían todo el aspecto de excrementos, además del inequívoco olor que invadió el teatro en ese momento. Y es que […]”, seguía el segundo párrafo escrito en gerundio y con uso excesivo del verbo generar: polémica, sobre todo, publicaba la nota de prensa al día siguiente del estreno de Cristo de nuevo resucitado.
El tema de Cristo… eran las dudas de un dios en el que creía ochenta por ciento de la población del país en ese tiempo. El público aún no se acostumbraba del todo, aunque comenzaba a habituarse a que los temas en escena-ficción versaran en política, religión o sexo: el teatro padecía una preocupante baja de audiencia. Por su parte, los temas mentales de Protagonista consistían en: 1) probar qué tanto disfrutaba de la compañía de Posible Algo en su vida sentimental; 2) seguir con el intento de llevar una “vida normal” pese a que las fobias crecían y se engrosaba el celofán que la separaba de la realidad; 3) evitar tener un golpe de adrenalina gratis durante la función por medio del ejercicio de concentración en la puesta en escena y el ligue con Acompañante.
Entran cinco minutos antes del inicio de la función. Acompañante Efectivo ha desoído las peticiones a sentarse cerca de la salida, no tanto por descortés sino por ignorante, no en despectivo sino como mera descripción, porque ignoraba que lo mejor para Protagonista era más bien una pastilla y calmar los nervios con suficientes dosis de salidas al campo e ingesta de comida saludable, e ignoraba también que detalles mínimos como si la butaca elegida es la F2 o la F7 hacen un cambio muy significativo en la sensación de tranquilidad, ya que no es lo mismo salir corriendo directo a la escalera que tener que pedir permiso diez veces tropezando con el mismo número de piernas en plena función mientras se escucha un shhhh. Es decir que quedaba eliminada la posible rápida emergencia porque ambos se sentaron al centro del patio de butacas, con espectadores rozando a izquierda y derecha.
Entonces comienza ese ligero rumor expectante en los teatros antes de función, con comentarios en bajavoz y los olores a bolsas de cuero, perfumes femeninos, sudor, una pastilla refrescante del aliento y zapatos que vienen de la lluvia de afuera que es sólo un rumor que gotea en el techo del teatro.
No hay tercera llamada (se perdió en algún punto de la ejecución teatral contemporánea). Se prende un par de luces directas a la escena de un desierto de cartón, un exceso de planos con distintos tonos de ocre donde es imposible distinguir qué es atrás y qué adelante (analogía mano de director al Tiempo, a lo divino que es eterno). Para este momento, Protagonista ha olvidado los ataques y se relaja en su butaca dispuesta a cumplir su función de público.
La configuración del escenario o el tono fársico de la obra la hace sentir incómoda, algo en la verosimilitud que no funciona. Voltea a la izquierda a ver a Acompañante, que parece muy concentrado con una mano en la barbilla y las cejas alzadas, es atractivo a veces, piensa ella, pero no lo suficiente como para unos besos o algo más, esos vellitos en los dedos, esa actitud de autosuficiencia.
Los gritos del actor en personaje corriendo fariseos del templo: ella intenta concentrarse en uno de los actores secundarios que es bastante guapo o en el juego óptico de planos. Busca con la mirada el letrero encendido de la salida de emergencia, como no queriendo, como si fuera parte de la escena total y ella sólo se lo topara en su ángulo de visión por casualidad, intenta mantener quietas las manos nerviosas y concentrarse en el rostro sufriente del actor allá adelante.
Demasiados cambios de luces para un sistema nervioso frágil; la impostación de diálogos no permite a Protagonista entrar por completo a la ficción. Para la última parte de la obra (si puede hablarse de cierta estructura, ya que se basa en un teatro anti-aristotélico que hace converger todos los posibles tiempos de la ficción en un sólo espacio. El personaje está en presente, futuro y pasado), al momento de una crucificción iconoclasta (en sentido estricto, sujeta a la interpretación porque nunca se aclaró si el personaje era Jesús o un personaje del personaje) comenzaron a surgir bolas de excremento o de una masa mezclada con, que entraban a derecha e izquierda del escenario lanzadas por manos invisibles.
El público soporta el olor porque parece de mal gusto taparse la nariz aunque haya moléculas nauseabundas en el aire; además, es inadecuado en cuanto a la tensión dramática, porque cualquier movimiento por parte del público (tos, ¡aplausos a media sinfonía!) le quita (a)tensión a la escena, repetida por miles de años en el imaginario, de un hombre atacado por piedras, sean de cualquier material: el olor sólo es una consecuencia y el público actúa a su manera fingiendo que no existe.
Las reacciones son discretas, quizá había exagerado el reportero, fue perfectamente soportable para todos la escena (aunque la religión sea ficción también lo es el teatro, todos lo sabemos, juguemos a que esto es cierto y hagamos catarsis por un rato), salvo para Protagonista que tiene el impulso de ponerse de pie o gritar Fuego para que todos salgan del recinto.
EXIT en verde
Siente cierta debilidad, el corazón acelerado como de pollito, que podría detenerse en cualquier momento. También percibe lo débil de la tarima, del teatro mismo. La gente sentada tan cerca, la certeza: me voy a morir, pero no en el inconsciente, perenne como todos, sino aquí mismo y ahora mismo. Entonces sucede un alejamiento que incluye no sólo a la observación como espectador que ya no cree lo que se le presenta (en este momento la escena es un desorden de gritos y lamentos) sino un alejarse más allá del propio cuerpo y la sensación de no pertenecerse, ocurre esto tras sus ojos que miran muy fijo (si en vez de ver hacia la escena hacemos un giro de ciento ochenta hacia el público distinguimos la mirada de ella (zoom in) como en angustia interior hitchcoquiana, vértigo de quien está dejando de ser por causas internas sin que nada afuera parezca haberlo detonado), la escena se va por unos segundos a negros en tanto Acompañante se sorprende al descubrir las uñas de su cita marcadas en la rodilla.
Es mental, había dicho él, sólo controla la sensación una vez llegada, que de tan detenida deje de aparecer; y aunque esa mente haya hecho el esfuerzo por mantenerse en la escena —donde ahora Cristo pregunta en italiano por qué lo han abandonado—, se levanta y camina rodeada del obstáculo que representa la fila de espectadores, intenta abrir las fosas para distraer las ganas de soltar un grito con el olor rancio-ácido, mientras toma la mano de Acompañante y la aprieta hasta el corte de circulación, en tanto intenta alcanzar la salida tropezando con hombres y mujeres mientras en el escenario descuelgan de una cruz el cuerpo embadurnado.
Por lo menos ese momento de la obra fue adecuado para salir sin molestar tanto a la audiencia; las escaleras son muy angostas pero desembocan en la luz de afuera: la alcanza Acompañante Amigo que aprovecha para encender un cigarro y sugerirle bajo el paraguas abierto, Vamos sólo tienes que pensar en otra cosa, Es ficción no pasa nada, ficción: adelgazar la ya delgada línea entre lo que pasa afuera y lo que pasa adentro, sobre todo tomando en cuenta que en teatro no es que esté pasando la realidad real, ella necesita tiempo y quizá no tienen demasiado en común, el ataque va pasando, la lluvia fría la calma, son una pareja que se salió de la función y alimenta la polémica de una obra que, vamos, ni siquiera valía tanto la pena.
Estética**
Qué es (el) arte o preguntas parecidas permean su mente y ahora están rodeadas de cuestiones para ella tanto o más irresolubles. ¿Para qué había pasado tantas horas leyendo historias y apologías del ocio y sesudos análisis sobre la mente y sus laberintos, si hasta ahora nada de eso había causado que cambiara su situación vital, la real, es decir, cuando sale de casa con un rictus de preguntas atoradas en la mente, un enredo interno que a punto está de pasarse al exterior cuando dice Urge un corte de cabello?
Entra en la estética más cercana, ya el nombre mismo del local implica algo, en no ser peluquería, ella nació en el tiempo bullente de las Estéticas Unisex, cuando no parecía importarle a nadie la dupla entre asuntos culturales y cotidianos, que por ahora dejaremos se autodescriba desde la puerta abierta que ella cruza con una petición parecida al ruego que sentencia Necesito un corte.
Cuatro sillas de peluquería refinadas estilísticas, evitar el deshonor a su nombre el sitio: ella duda en cuál de las sillas sentarse cuando el estilista avanza con pasos de escenario y repite Buenas tardes, antes de convertirse en torero y extender el capote plástico sobre el pecho de quien ya se sentó y al observarse al espejo decidió detener por unos instantes las dudas, esto es un break del monólogo interno estresante de quien, al prescindir de los anteojos de pasta, distingue del estilista sólo la borradura de una presencia joven (saludable, noble) a la que dirige la frase Quiero dejarlo crecer pero hay que emparejarlo.
Que no el despunte en sí, sino la petición poco correspondiente con el tono original de urgencia es lo que deja al estilista detenido en su probable siguiente frase, así que prefiere guardar silencio y tomar un atomizador para humedecer las hebras con el mismo cuidado que en procedimiento quirúrgico. Ocurren entre diecisiete y veintiún clics de la tijera que la protagonista no cuenta sino intuye y todo es silencio como fondo de lienzo blanco en clacs de tijera decorativos hasta que llega La Pregunta:
—¿A qué te dedicas?
Aquí el monólogo interno que busca una respuesta absurda y a la vez interesante (macramé digital, colecciono piedras) que no niegue y además logre alejarse de categorías, esto ocurre en un segundo, es decir, porque los términos mentales se parecen más a la velocidad de la luz que a la de escritura, velocidad de la luz, escritura + luz =
—Fotografía.
—Ah, muy interesante. ¿Bodas?
Bodas no. No personas atándose por voluntad (generalmente) bajo las miradas envidiosas de mujeres en edad casadera según parámetros tácitos de mayo, exterior, día cuando el blanco del vestido desprende casi un halo de luz fotografiar bodas: ser un señor con corbata delgada sobre el abdomen abultado y una cámara con todos los accesorios prestos al mismo tiempo sin ser usados para la pose de instantánea felicidad eterna entre las plantas sembradas al propósito de las sesiones dizque espontáneas en un jardín de eventos.
—No, bodas no. Hago (aquí la búsqueda de una palabra clara, efectiva, que como es de suponer, no llega). Hago otro tipo de fotografía (y aquí pensar si no está a punto de ocurrir lo mismo que cuando alguien pregunta ¿Escribes? Y respondes sí y revira ¿Qué escribes? Y dices Cuento y pregunta si para niños y cuando dices que no, que para adultos, preguntón pone cara picarona porque ahora cree encontrarse frente a una escritora erótica y caliente). Revira rápido
—Hay foto comercial, periodística y otras.
—Yo no sé mucho de esas cosas.
La palabra cosas casi no se escucha porque estilista tapa su propia voz con el sonido de la secadora que usa durante tres segundos para un área de las puntas del cabello aún no recortadas. Apaga el aparato cuando termina el monólogo (no es fácil de explicar que toma fotos para nadie en particular).
—Yo hago montañismo.
—¿Subes montañas?
—Las bajo. En bicicleta. Es difícil bajar a mucha velocidad sin romperse la crisma.
La cabeza. Que adentro piensa Definitivo, su oficio es más riesgoso… pero tampoco “sirve” (Houellebecq: las personas que producen las mercancías, los horarios, los útiles al mundo como ser tintorero o hacer mesas…). O ser
Estilista: que a través de sus manos dé forma a un corte tipo Bob muy de la temporada un corte qué decir recto, perfecto en tanto él, él del oficio útil con una mente en apariencia independiente de las manos se acerca mucho a las puntas del cabello y revisa algunos sobrantes y parece que con las tijeras está por cortar el aire, aunque si hubiera (un haz de luz que desde atrás iluminara la melena) podría notarse cómo se cortan dos o tres cabellos sobrantes de la que piensa en luz en este momento de dedicación que dura sólo restos de segundo cuando suena el teléfono de ella…
Contesta su teléfono, algo pide el mundito de afuera, ese después de las puertas de cristal cuyas franjas horizonte crean la misma sombra que una persiana sobre el piso, esto observa ella quien desde el otro lado del teléfono recibe fechas, agendas, exigencias, mínimas, es cierto, qué cosa tan importante puede tener que hacer una fotógrafa, sin embargo se instalan dentro de su cabeza (lo de afuera sigue siendo resuelto ahora de la oreja en el lado donde no está el teléfono, ahora con un degrafile que logre cierto volumen no notorio para quien vea a la fotógrafa y su nuevo corte de cabello días después, pero muy obvio en este momento según el estilista para quien lo más importante en justamente el cabello de la fotógrafa, que recién colgado el celular, si se le puede llamar colgar a dejar de conversar en un teléfono móvil, se instala de pronto en) la obligación de hacer algo en/por el mundo, así como el estilista que baja montañas y que para el momento se ha convertido en un ejemplo a seguir para ella, cómo decirlo, no un ejemplo vital en el sentido de que mañana guardará la cámara en un cajón para dedicarse a subir (bajar) montañas, o que venderá la réflex y el resto del equipo a un comerciante de fotografía para (por fin) poner su Estética y cortar el pelo, sino que algunas de las preguntas al principio de este texto arrebujadas comenzaron a aclararse, mejor, comenzaron a obtener un indicio de respuesta (como luces de los autos enfocándose a través de un lente), nociones sobre la dedicación, el oficio, el aplomo, ahora que estilista pregunta
—¿Todo bien?
Ya que la clienta llevaba unos segundos de mirada fija en el espejo con el móvil en la mano, Sí todo bien, Lo voy a secar, dice él que con habilidad casi matemática y aparato de estilizar en cada mano (secadora izquierda, plancha derecha) comienza a quitar el agua y alisar las hebras, en método preciso para que el cabello tenga una caída recta sin perder el volumen, un trabajo inútil si se ve desde la perspectiva de la exploración espacial o la defensa de los derechos humanos, pero importante en esa su inutilidad: entonces ella aclara en la mente para qué dedicarse a actividades estéticas, quizá para obtener caricias como la de las manos de estilista que con la punta de los dedos roza la frente para acomodar el flequillo y al final, para que el corte creado permanezca, unta en sus manos cera y pasa suavemente las palmas desde la coronilla a las puntas del cabello de la clienta, que nota el perfume cítrico de la sustancia y se levanta para ver, ya con los anteojos puestos, en el espejo el resultado del corte y le dan unas ganas implacables de tomarse una foto, y paga, y sale deseando suerte en las montañas.
* Publicado en Antología Jóvenes Creadores del FONCA (2012-2013, 1er periodo), Conaculta/FONCA, México, 2013.
** Publicado en la antología Lados B. Narrativa de alto riesgo, Nitro/Press, México, 2013.
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