¿Casa de naipes? Parecería éste el título más adecuado para una serie en la que se representa la política y a los políticos que dirigen al país, todavía, más poderoso del mundo: el gobierno estadounidense. House of Cards (2013) tiene dos acentos de importancia: se trata de una versión de la serie homónima de la BBC (1990), de cuatro capítulos; es una producción original de Netflix, el servicio de renta de programas de televisión y películas en línea que propone nuevas condiciones de uso para el televidente.
Se trata de un producto para televisión con calidad cinematográfica transmitido mediante la tecnología streaming, que consiste en la descarga simultánea a la reproducción de archivos. Netflix, empresa líder en el ramo, se fundó en 1997. Poco después de su expansión en América Latina (2011), lanzó su serie estrella en el apogeo de este género de producciones. A diferencia de Home Box Office, canal y productora de series y películas para televisión por excelencia, Netflix ofrece dos ventajas que modifican la forma de consumo del espectador: un precio bajo mensual (menos de diez dólares) contra el costo de HBO, que incrementa la mensualidad de la tele por cable; y la no restricción de los tiempos de transmisión de su oferta: el televidente dispone a placer el momento y las veces en las que mira una historia.
Frank Underwood es un congresista ambicioso que busca el ascenso en la Casa Blanca. Él y su esposa son los papeles estelares, inscritos en el mapa de lo siniestro que tanto éxito ha tenido dentro del boom de programas seriados. Dexter, Mad Men, Breaking Bad han sido encabezadas por personajes oscuros, sombríos, con vidas dobles, aunque matizados, con puntos de inflexión que los hacen personajes con los cuales se puede sentir empatía. Ésta ha sido una crítica a la serie de Media Rights Capital y Netflix, dado que Francis y Claire Underwood toman decisiones que siempre pasan por encima de alguien más. Al mismo tiempo, es lo que da originalidad a este drama político, pues sus protagonistas no encuentran necesario justificar sus pasos. Además, estamos frente a una pareja solidaria y transparente entre sí, aun en sus bajezas.
El personaje que encarna Robin Wright ha sido cuestionado ante la duda de si es feminista o sólo la encarnación de la misoginia limitada al horizonte de ambición del congresista demócrata Frank Underwood. Yo observo una figura compleja llena de sutilezas. Su crueldad abreva directamente de Lady Macbeth y es así desde el primer capítulo de la serie, cuando tras un fracaso sostiene el siguiente diálogo con su esposo:
Francis: Estoy furioso.
Claire: ¿Y dónde está la furia? No la veo.
Francis: ¿Qué quieres que haga? ¿Que grite? ¿Que haga una escena?
Claire: Quiero más de lo que veo. Eres mejor que esto.
Francis: Lo siento, Claire.
Claire: No aceptaré eso.
Francis: ¿Qué cosa?
Claire: Las disculpas. Mi marido no se disculpa, ni siquiera conmigo.
A partir de estas palabras, el espectador puede darse idea del tipo de matrimonio de los Underwood. Se trata de la esposa de un político con una trayectoria profesional propia pero ligada a la del demócrata. La belleza y sensualidad de Claire no son sus únicas armas, pues es una mujer inteligente, manipuladora, elegante y encantadora, ambiciosa y leal. No permite que los problemas ordinarios, como la infidelidad, socaven su matrimonio, pero sí aprovecha los problemas afectivos de otros para generar intriga. Se puede observar cómo, entre la primera y la segunda temporada, debe adaptar sus prioridades en función de la búsqueda de la vicepresidencia por parte de Francis, sin dudar nunca de que ésta es también su finalidad.
Kevin Spacey, quien a su vez es productor ejecutivo de la serie, representa a Frank Underwood. De él conocemos su pasado afectivo y ambiciones, sus debilidades e intenciones con plena certeza: tiende un puente con su audiencia que permite al internet-vidente ser su cómplice gracias a una estrategia retomada del Frank Urquhart, de la BBC, interpretado por el actor escocés Ian Richardson (1934-2007). Dicha estrategia es la ruptura de la cuarta pared.
En la red de manipulación que ambos personajes entretejen, lo más interesante no son las víctimas que van dejando al lado del camino, sino cómo eliminan a quienes entorpecen su ascenso. Así ocurre con los periodistas en la esfera de poder. En House of Cards son retratados como parásitos en torno a la actividad política. Por esta misma razón, son personajes cínicos, despreciables, pero útiles. Asimismo, se equipara a los políticos menores con el presidente por ser adiestrables.
House of Cards es una serie fresca pese a que su argumento no es original. La adaptación al contexto estadounidense plantea situaciones verosímiles. Mientras que la novela de Lord Michael Dobbs (1989) y la primera versión de la serie (BBC, 1993), homónimas, se enmarcan en el fin del gobierno de la primera ministra Margaret Thatcher, la última adaptación parte de la alternancia bipartidista de Estados Unidos.
Dobbs conoce bien la maquinaria política del periodo elegido para su novela puesto que fue asesor de la Dama de Hierro entre 1977 y 1979; fue autor de los discursos del Partido Conservador, asesor especial del gobierno y jefe de la bancada de los conservadores en la década de los ochenta; presidente adjunto de su partido a mediados de los noventa, y recibió el título de Lord en 2010. Con este bagaje, Dobbs concibió su primera novela, adaptada para la televisión inglesa por el septuagenario guionista y escritor Andrew Davies. Ambos se han involucrado en los veintiséis capítulos de la producción liderada por Beau Willimon y sus diversos directores, que van desde David Fincher hasta Jodie Foster y la propia Robin Wright.
La serie, cuya segunda temporada se lanzó el 14 de febrero pasado, ha generado ganancias millonarias a Netflix. No obstante, a últimas fechas los productores han entrado en polémica con el gobierno de Maryland, ciudad donde se graba la serie, debido a que éstos piden una subvención superior a la que reciben. Por otra parte, el discurso de la serie, que señala la corrupción de los representantes políticos, ha sido atenuado por declaraciones del presidente de Estados Unidos, quien se ha declarado admirador del programa.
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