TRADUCCIÓN/No. 193


 

Cinco poemas de Kim Addonizio



Martha Rodríguez Mega

Facultad de Filosofía y letras-UNAM
 

No sabes lo que es el amor
pero sabes cómo izarlo en mí
como a una muchacha muerta se le remolca fuera del río. Cómo
lavar el fango, el tufo de nuestro pasado,
cómo empezar en limpio. Este amor incluso se sienta
y parpadea; maravillada, da un par de pasos inestables.
Un día de estos intentará comer comida sólida. Querrá
meterse en un carro veloz, de los pegados al suelo, y manejar
hasta algún cagadero de cemento en el desierto
donde pueda beber y vomitar y entonces
bailar en nada más que su ropa interior. Sabes
hacia dónde se dirige, sabes que despertará
con un dolor ilocalizable y sin dinero
y con una sed terrible. Así que al diablo
con tus manos cálidas deslizándose bajo mi camisa
y tu lengua en mi garganta
como un tubo de oxígeno. Envuélveme
en plástico negro. Deja pasar a los deudos.

De Is this Thing Called Love, W. W. Norton, Nueva York, 2005




Divino

Carajo, aquí está ese bosque oscuro otra vez.
Creíste que lo habías atravesado—
la mitad de tu vida, el ogro convertido en un ratón
de corazón detenido, la vieja bruja casi acabada,
los monstruos replegados en sus cuevas
a martillazos, rebasados los hombres-lobo.
Habías salido de todo eso para encontrarte en un claro.
Había un hombre parado en él.
Tendió sus brazos.
Ping hizo tu iHeart
así que te quitaste toda la ropa.
Ahora había dos de ti
o quizás uno, aplastados juntos de nuevo
como mitades de un sándwich,
supurando mayonesa.
Viviste de uvas y antidepresivos
y de los ocasionales pequeños mamíferos marinados.
Miraste los DVD que cayeron
del árbol de DVDs. Nada
tenían prohibido, así que nada de qué preocuparse.
Llovió mucho.
Plantaste jitomates.
Algo malo tenía que pasar
porque sin conflicto no hay historia, así que
Chíngate, está bien, lo que sea,
aquí vienen más árboles negros
decorados con murciélagos dormidos
como feos adornos de Navidad.
¿No odias estas fiestas?
Todo ese dar. Todos los pesebres
artificiales, los falsos témpanos plateados.
Si tuvieras uno real podrías apuñalar
a tu muerto amor viviente en su enorme
corazón maldito. Pero, no, tienes un fideo plateado
con el que debes desollarte.
Negación del placer,
muerte antes de la muerte,
sola en los bosques con un par de murciélagos
desplegando sus alas chirriantes.

De The Best American Poetry 2013, Denise Duhamel (editora
invitada) / David Lehman (editor), Scribner Poetry, Nueva York, 2013




“¿Qué quieren las mujeres?”

Quiero un vestido rojo.
Lo quiero ligero y barato,
demasiado ajustado, quiero usarlo
hasta que alguien me lo arranque.
Lo quiero sin mangas, sin espalda,
este vestido, para que nadie tenga que adivinar
qué hay debajo. Quiero caminar por
la calle y pasar por Thrifty’s y la tienda de herramientas
con todas esas llaves brillando en la ventana,
pasar a los señores Wong vendiendo donas
de ayer en su café, pasar a los hermanos Guerra
arrojando cerdos desde el camión hasta el montacargas,
elevando los hocicos resbaladizos sobre sus hombros.
Quiero caminar como si fuera la única
mujer sobre la tierra y pudiera elegir.
Quiero tanto ese vestido rojo.
Lo quiero para confirmar
tus peores temores sobre mí,
para mostrarte cuán poco me importas tú
o cualquier cosa que no sea lo que
quiero. Cuando lo halle, tomaré la prenda
de su gancho como si estuviera escogiendo un cuerpo
que me traiga al mundo, a través de
los llantos al nacer y en el amor,
y lo portaré como huesos, como piel,
será el maldito
vestido con que me entierren.

De Tell Me, BOA, Editions, Nueva York, 2000




Oscureciendo, luego clareando

El cielo sigue mintiéndole a la granja,
alineando sus pesadas nubes
sobre la sombrilla de mesa azul
para luego lanzarlas sobre el río.
Y el día se siente desesperanzado
hasta que observa unos árboles
dejando caer delicadamente sus pétalos blancos
sobre el pasto junto a la casa de pájaros
posada en su poste de madera,
atiborrada de polluelos parpadeantes
como prendas en una maleta pequeñita. Al principio
deambulaste solitariamente en el jardín
y no ayudó en nada saber que Wordsworth
se sintió igual, pero entonces Whitman
te consoló un poco, y viste
el pasto como cabello sin cortar, anhelante
del producto que le da brillo.
Ahora estás recostada en el sofá bajo el tragaluz,
el cielo empieza a limpiarse,
mezcla su coctel de tristeza y resplandor,
un diluvio y luego una excavación
y luego suficiente tiempo para un
baile o un beso más antes de que empiece otra vez,
oscureciendo, luego clareando.
Escuchas el alto reloj de madera
en la cocina: su péndulo chasquea
de un lado al otro todo el día, y repica
con un sonido puro, cada hora a la hora,
aunque siempre a la hora equivocada.

De The Academy of American Poets,
<www.poets.org/poetsorg/poem/darkening-then-brightening>, 2015

 



Cata de vinos

Creo que detecto cuero agrietado.
Estoy segura de que huelo las cerezas
de un Shirley Temple que mi padre me compró
en 1959, en un bar en Orlando, Florida,
y el cloro del gorro de baño de mi madre.
Y besos del último invierno, como sal sobre hielo negro,
como la luna arrojada lejos de la tierra.
Cuando Li Po bebió vino, la luna se sumergió
en el río y él la siguió tambaleante.
Probablemente saboreó la risa.
Cuando mi amiga Susan bebe
llora porque es irlandesa
y no tiene hijos. Me gustaría probar,
una vez más, la lluvia que llegó
una tarde y que cayó muy cerca
de donde me paré, así que incliné mi cara dentro,
viva en ambos mundos a la vez,
sabiendo que eso terminaría y que no importaba.

De The Academy of American Poets,
<www.poets.org/poetsorg/poem/wine-tasting>, 2013


 


Martha Rodríguez Megas (Ciudad de México, 1991). Estudió Literatura Dramática y Teatro en la UNAM. Es actriz, dramaturga y directora de la compañía Sí o Sí Teatro. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el Curso de Creación Literaria Monterrey 2013 y Xalapa 2014. Ha obtenido reconocimientos en concursos literarios organizados por la UNAM y la SEP en poesía, cuento y ensayo. Fue incluida en la antología Poetas parricidas. Generación entre siglos (Cuadrivio, 2014).