Un ring en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, un cuadrilátero de lados invisibles pero contrincantes coloridos. Cuatro esquinas y un par de semáforos que se turnan entre el verde y el rojo para organizar el claxon de los autos o el bullicio de las personas. Ocho contendientes que no combaten el uno contra el otro. No precisamente: buscan las monedas de quienes cruzan por el andador de la calle Francisco I. Madero y la calle Palma.
En una esquina, Iron Man de fibra de vidrio acompaña al Hombre Araña; en la contigua a la derecha Mickey y Mimí, regordetes y de sonrisa permanente, completan una postal con el letrero de Coca Cola a sus espaldas. La contraesquina está ocupada por un hombre de máscara azul, gabardina amarilla y cuerpo erguido que levita. Sus pies no tocan el suelo, se sostiene únicamente de un bastón agarrado con la mano izquierda.
Superman, Batman y Robin están en la cuarta esquina. Buscan y devuelven las miradas, se encorvan un poco para dar la mano a los niños que se acercan o saludan desde lejos a los más tímidos. Ofrecen su trabajo.
“Ven, tómate una foto” dicen con sonrisa y voz de locutor de radio. El costo de retratarse con uno es de 10 pesos, si se prefiere la foto con los tres, sube a treinta. Las entrevistas tienen la misma tarifa.
El sol de las dos de la tarde hace fruncir el ceño a cualquiera que pase por ahí, pero ellos no dejan de interactuar con los potenciales clientes. La competencia es muy grande y dispuesta por todo el corredor peatonal, no se pueden dar ese lujo.
Superman, quien lleva un año de disfrazarse, acepta que las cosas no van bien: “Esto ya casi no es negocio, no le veo futuro. Somos muchos y, aparte, hay quienes hacen mal su trabajo”.
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Es la década de los noventa y la crisis económica no discrimina a nadie, mucho menos a la creciente población juvenil. Juan Carlos Oropeza, de veinticuatro años, busca la forma de ganarse la vida a pesar de no tener más estudios que el primer año de preparatoria.
Un día de 1995 asiste a la Feria de Texcoco. Le impresiona el número de personas que hacen filas y pagan por fotografiarse con una serpiente. Él, emprendedor del siglo XX y acostumbrado a las ventas, piensa que es un negocio rentable en el que puede participar. Sin embargo, las serpientes no son lo suyo. Los murciélagos, desde niño, sí.
El momento de llevar a cabo su idea llega pronto: en la hoja de un periódico encuentra un anuncio: “Batman eternamente. Julio 14 gran estreno nacional”. Estas palabras están acompañadas por una imagen de fondo nebuloso en la que aparecen Jim Carrey, Tommy Lee Jones, Chris O’Donnell y Nicole Kidman.
Detrás de ellos, y de mayor tamaño, está Batman, cuya capa, traje y máscara destellan con el brillo propio de los zapatos recién lustrados. Val Kilmer, quien lo interpreta, mira con determinación y desafío a Juan Carlos desde los negros, blancos y grises de la hoja de papel periódico. Éste, por su parte, toma las tijeras y lo recorta.
Con la idea un poco más clara, Juan Carlos sale en busca de un traje del hombre murciélago. Sin embargo, se decepciona al encontrarse con que los disfraces exhibidos en el mercado de La Lagunilla no llegan a la magnitud del personaje: son fabricaciones burdas y poco actualizadas.
Esto lo motiva a tomar otro camino: hacer él mismo su propio disfraz. No es pintor ni escultor, tampoco sabe de confección o de diseño pero tiene la experiencia que le da el vestirse a diario y la inspiración de un recorte del periódico. Además, le resta importancia a que en ese anuncio se remarque, con una franja blanca, la siguiente advertencia:
“Se perseguirá con toda la fuerza de la ley a todo el que haga uso de sus marcas, logotipos y diseños sin que cuente con el correspondiente contrato de licencia.”
Comienza la creación de su vestimenta. Esponjas, yeso y telas son la materia prima, con las manos le da forma a los músculos. Unos quedan cuadrados, otros rectangulares y, en general, todos de distinto tamaño; la tela tampoco está bien cosida. El resultado es un traje que no se parece ni al recorte ni a las películas ni a las series. No lo utilizará.
Pero la tercera es la vencida. Charla con un primo suyo y con Francisco Barrientos, quien trabaja para Televisa en el área de vestuario. Éste último ofrece crear un Batitraje, pero con un costo de diez mil pesos. A falta de dinero para solventar el gasto, deciden asociarse para salir a la calle, tomar fotografías y repartir las ganancias entre los tres.
Dos semanas después el traje está listo.
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“Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros, / la miseria y los homosexuales, / las prostitutas y la famosa melancolía de los poetas, / los rezos y las oraciones de los cristianos”. Ésta es la Ciudad Gótica de Juan Carlos, el Distrito Federal descrito por Efraín Huerta en su poema “Declaración de odio”.
En esta metrópoli errante, el recién formado héroe da su primer paso vestido de Batman. A diferencia del anterior, este traje es ligero, con bíceps esponjados y redondos, líneas ondulantes que recorren la musculatura de las piernas, hombros alzados y todo bajo el negro acharolado. En el pecho lleva el emblema del murciélago sobre el óvalo amarillo.
Caminan un tramo de Tlalpan hasta llegar a 20 de Noviembre. El calor es el primer inconveniente “pero no hay de otra, hay que chambear”, dice y continúa su paso. Este esfuerzo se ve recompensado con las miradas que los siguen desde el momento en que cruza la puerta de la casa de Francisco Barrientos. Algunas personas se acercan y le dan la mano, otros lo abrazan. Unos cuantos miran desde un taxi verde, o si son dueños del vehículo, se estacionan y descienden para saludarlo.
¿Cómo debe actuar Batman cuando se le acercan? ¿Debe ser pulcro, tener movimientos robóticos o sonreír para que les compren las fotos? Sin haber respondido a las preguntas, los tres socios caminan rumbo al Zócalo con una cámara Polaroid y un cartucho para diez instantáneas.
Decenas de personas se le acercan, sí, pero el negocio no es lo que esperaron. Esa misma tarde, al terminar la jornada de trabajo, los resultados del equipo son seis fotos vendidas, ciento veinte pesos en ganancia repartidos entre los tres. No hubo filas de personas que quisieran tomarse una foto.
Juan Carlos no quita el dedo del renglón y vuelve el siguiente día, y el siguiente, hasta que después de dos semanas sin grandes cambios, Jorge Barrientos abandona el grupo. Luego de este suceso, las ventas empiezan a subir y el Batman chilango se acostumbra a su nueva profesión: “Como en todo, el tiempo te da callo, colmillo y experiencia”, dice con seguridad.
La nueva prosperidad, o ambición, lo llevan a trabajar siete días a la semana, con algunos descansos los martes. También profesionaliza su técnica para la venta de fotos: “Hola. ¿Cómo estás?”, dice a cada niño que se le acerca y le extiende la mano. Mientras tanto, su acompañante debe convencer al padre o a la madre de tomarle una foto a su hijo.
Asimismo, desarrolla un pequeño código de comportamiento para llevar el traje: “Batman debe estar siempre erguido, es cordial y no dice malas palabras. Batman no tiene vicios, nada de alcohol ni de cigarrillos”. Sin embargo, su adicción al tabaco lo traiciona algunas veces.
No se puede quejar, hay suficiente dinero para aportarle a su familia. Incluso se separa de su primo, quien comienza también a disfrazarse y entra al negocio de la venta de fotografías. Poco a poco, cada uno contrata a más personas para que se disfracen, uno en Madero, otro en 20 de Noviembre, otro frente al edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Un escuadrón de superhéroes empieza a poblar las calles del Centro Histórico.
Pero estos héroes también tienen villanos: las personas; desde aquellos que están en contra de su presencia en las calles hasta otros que les gritan y los empujan. Ellos, bajo la luz del día y la mirada del público no pueden responder como quisieran. También están los que hacen una y otra vez los mismos comentarios:
Tú no eres Batman
Batman no es prieto
Ni tiene los dientes chuecos
Ni amarillos
¿Eres Batman? A ver... vuela.
Éste no es Batman, es un pinche naco.
Aunque no sólo enfrenta transeúntes. En 1997, en vísperas del estreno de la película Batman y Robin, dirigida por Joel Schumacher y protagonizada por George Clooney, ejecutivos de Warner Bros. México lo citan junto con su primo en sus oficinas de Santa Fe. Él accede, con la idea de que habrá un pago interesante.
“La verdad es que los trajes que ustedes utilizan están muy padres, me gusta el corte y ahorita es
tamos en la etapa de promoción de la película Batman y Robin. Queremos que trabajen, que vayan a los centros comerciales sábados y domingos, contamos con ustedes”, comenta uno de ellos.
En espera de una cifra, Juan Carlos pregunta: “¿Cuánto nos van a pagar?”
“¿Pagar? ¿Pagar de qué o qué? ¿Todavía quieren que les paguemos? Vamos a empezar por ahí. Muéstrenme los permisos para utilizar los trajes de Batman. ¿Tienen ustedes los derechos?”
No los tiene. Calla.
“Bueno, si nosotros queremos, los podemos meter a la cárcel porque están usando una marca registrada.”
Los directivos ofrecen dinero para viáticos. Treinta pesos diarios. A Juan Carlos no le queda de otra que aceptar y mandar a algunos de sus empleados. Sin embargo, tiempo antes del nuevo siglo comienza el declive de este negocio. Quizás porque ya no causaba tanta expectación o porque había nuevos personajes.
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Juan Carlos recarga sus antebrazos en la mesa y mira su iPad. La deja un momento. “Ahí estoy yo unos kilos atrás”, comenta y señala una pared en la que cuelga un retrato. En él aparece la mitad de su rostro descubierto y la mitad con la máscara puesta; efectivamente, su rostro es más ancho, sus cachetes han crecido, pero la mirada es semejante a la del anuncio en el periódico que recortó hace veinte años.
Está en su Baticueva. Una casa de dos pisos adaptada como oficina y taller en una zona colindante del Distrito Federal y el Estado de México. A pesar de ser un lugar amplio, donde debería estar la sala y el comedor hay apenas dos metros para caminar, la cantidad de objetos reduce el espacio.
Dos mesas rectangulares ocupan la mayor área. Al frente un estante metálico luce piezas de personajes de ficción: cabezas de Alien aún sin pintar, el rostro del Duende Verde, el casco de Thor, su martillo y una serie de máscaras del Capitán América y Iron Man envueltas con plástico.
Del techo cuelgan bolsas transparentes con otras partes hechas de materiales suaves o melenudos: torsos, piernas, grandes zapatos. En bolsas están también las cabezas del Pato Donald, Buzz Lightyear y Mickey. Al fondo, otro estante con los materiales primigenios: rollos de tela blanca, negra, verde, amarilla, beige, rosa…
En su taller la luz penetra poco, parece un baúl cerrado con muñecos de tamaño humano. El olor a pintura es tan penetrante como los colores dentro del lugar y en las paredes hay recortes de opalina o cartón que sirven de guía para la elaboración de disfraces, bloques de hule espuma, un pizarrón blanco, y algunos recibos. Aunque parezca no tener orden, en este lugar se coordinan cuatro personas para trabajar.
Hace más de quince años, el negocio de retratarse con Batman dejó de ser rentable. Juan Carlos dio fin a sus días de caracterización, pasó a recluirse en su taller y tomó el papel de Víctor Frankenstein para dar vida a personajes de películas, dibujos animados y cómics.
“Pero Batman sigue siendo el pilar”, acepta. “Mi compañía es Innovaciones Corp. y el logotipo es el murciélago, mismo que llevo tatuado en el brazo.”
Juan Carlos viste con camisa, pantalón de mezclilla, chamarra café y sandalias. Sube por las escaleras hasta el primer piso, donde se encuentra su oficina. Como un cazador, tiene ordenada su colección de máscaras y cabezas: Batman, Flash, Darth Vader, Jar Jar Binks, rostros humanos, payasos y uno que otro antifaz.
Un amplio escritorio donde hay más cabezas, la computadora y dos sillas. Platica su experiencia de la misma forma en que un joven relata la última película que le gustó. “Batman ha sido una parte importante de mi vida, base de lo que es ahora mi negocio y lo que me ha dado de comer.”
Días antes comentó un video en el cual un hombre disfrazado de Thor agrede a una persona que graba sobre la calle Madero: “En verdad a mí me da una gran rabia ver cómo se comportan esta bola de guarros. Tuve un equipo de colaboradores y trabajábamos bastante bien. Jamás nos comportamos como estos patanes; los actuales, muchos traen disfraces de tres pesos y se sienten los originales, como el payaso de este video.”
Sin embargo, Juan Carlos hace un poco de memoria y comenta que también fue de los primeros en poblar ese andador: “Hace cuatro años yo pasaba por una situación económica muy mala y coincidió con que abrieron el andador en la calle Madero. Me dijeron que ahí había estatuas humanas y, como no había chamba ni dinero, mandé a mi hijo y a otra persona con las botargas de Phineas y Ferb. Fíjate, no lo había pensado así, fuimos de los primeros también. Pero después salieron estos que se dicen artistas urbanos y nada que ver.”
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Juan Carlos atesora en un sobre de plástico su registro como Batman. Con movimientos lentos pero firmes extrae el contenido: el recorte del periódico que le dio la idea, varias fotografías y tres textos periodísticos. Uno de ellos es una nota del periódico El Universal que está acompañada por una fotografía cuyo pie enuncia: “La crisis económica que aqueja a nuestro país obligó a este capitalino a disfrazarse de Batman para llamar la atención de los transeúntes, en espera de algunas monedas.”
Hace poco más de veinte años, la situación económica lo motivó a disfrazarse de Batman y pararse en el cruce de Francisco I. Madero y la calle Palma. Hoy, los indicadores económicos tampoco son alentadores: el empleo informal es alto y en ese mismo cruce hay once personas “en espera de algunas monedas”.
Quien fue pionero en esta actividad está orgulloso de su trabajo. En su iPad almacena, además de imágenes de mujeres con poca ropa, fotos de sus creaciones. Una de ellas es un traje de Batman, el de las últimas películas dirigidas por Christopher Nolan. Un traje de color negro opaco que se asemeja a una armadura de tela y kevlar.
“Lo lleva puesto mi hijo. Veinte años después. Se ha puesto botargas y disfraces de Spider, el Capitán América, pero no un traje de Batman. No sabes cómo me sentí el día que se lo puso, puta madre, como si volviera a nacer mi chavo.” Respira profundo y guarda silencio por un momento.
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