Resulta casi un cliché comenzar aquí con una disculpa: que las antologías son azarosas, que esta muestra es apenas un atisbo, que ojalá tuviéramos más espacio. Asumiendo como una verdad evidente la eventual necesidad de pedir disculpas por la insuficiencia de esta selección, y dándome cuenta del poder editorial que esto me concedía —en el espíritu del viejo adagio “es mejor pedir perdón que pedir permiso”—, pasé largas horas basándome casi por entero en mi intuición y gustos personales al elaborar mi triunfal y gozosa lista de todos los poetas que debían quedar fuera.
En aquellos días, la crisis de los refugiados en Europa alcanzaba niveles escalofriantes, y ante la lenta e insatisfactoria respuesta del primer ministro del Reino Unido, reacio a aceptar cantidades justas de refugiados, no es de extrañar que me haya sentido de pronto con muy poca paciencia para la poesía que no mostrara un mínimo de conciencia social.
No es que la poesía deba cumplir una función política ni que deba siempre ser “comprometida”; tampoco es que sea nuestra obligación reunirnos alrededor de la fogata todas las noches cantando nueva trova y lamentándonos del estado del mundo en que vivimos. Es sólo que a veces resulta insultante ignorar lo que sucede a nuestro alrededor. Denota nuestro total desconocimiento, muchas veces voluntario, del propio privilegio.
Durante mis sesiones de lectura para este número me pareció descubrir un nuevo género dentro de la poesía británica, a la que denominé poesía floorboard. Dentro de este género (con números similares de autores hombres y mujeres, si no es que más hombres) encontré, por un lado, un gusto por describir la vida doméstica de un yo lírico indiscutiblemente clase-mediero, y por el otro, una casi obsesión por enumerar todos los objetos dentro de la casa (con mayor o menor sorpresividad poética). Curiosamente, los objetos catalogados incluían muchas veces algúnfloorboard: cada tabla de madera que compone el piso de duela. Una palabra que, el día en que la fotografía del bebé sirio ahogado se volvió viral, me pareció no sólo difícil de traducir al español, sino más bien prescindible por entero de nuestro vocabulario. A no ser que planeemos arrancarlas y aventarlas al mediterráneo como tablas de salvación…
Ahora bien, el tema de la casa como territorio alquímico es en definitiva algo que me interesa, y no creo que carezca de valor o que debamos desdeñarlo; al contrario, y bajo el dictum feminista “lo personal es político”, podría decirse que la casa, como primera instancia de nuestra experiencia del mundo, también es territorio fértil para el análisis foucaltiano. Pero mientras veíamos en las noticias las historias desgarradoras de los que tuvieron que abandonar sus hogares para realizar viajes precarios, con altas probabilidades de naufragar en el camino a un futuro incierto dentro de una Europa entre indiferente y xenofóbica, me fue físicamente imposible incluir aquellas placenteras y juguetonas descripciones de los confortables interiores de las casas de los poetas, cuando no mostraban una preocupación política un poco más explícita. Podría decirse, entonces, que esa reacción visceral fue una de las principales premisas sobre las que construí esta selección.
Claro está, también seguí los pasos debidos según la más rigurosa ortodoxia antologadora: armé una lista con todos los autores premiados, comentados, antologados y recomendados por editores y conocedores de la poesía. Pude recopilar alrededor de cien nombres, cuya obra me di a la tarea de leer. Busqué a los autores que estuvieran haciendo algo interesante, que tuvieran al menos un primer libro publicado, de preferencia premiado, y que tuvieran algún tipo de proyección internacional. Quise mantener no sólo un balance de género, sino también una variedad de voces de las distintas regiones: no centrarme sólo en Londres, sino leer también a poetas del norte de Inglaterra, Gales, Escocia, Irlanda del Norte, así como la República de Irlanda: políticamente separada del Reino Unido desde hace un siglo, pero en lo cultural, desde nuestra perspectiva, semejante. También me fijé en las biografías de los poetas, tratando de evitar una antología sólo de poetas-académicos, aunque la vasta mayoría de los poetas aquí incluidos cuentan con títulos de posgrado en poesía o escritura creativa. Me pareció además importante prestar atención a los catálogos de las diversas editoriales de poesía, principalmente Faber & Faber, Bloodaxe, Carcanet, Shearsman y el ahora difunto sello de poesía Salt, así como las editoriales más jóvenes, como Pighog y Knives Forks and Spoons Press.
El resultado es una colección de poetas que muestran, lúdicamente y de soslayo, una cierta preocupación política, al mismo tiempo que develan el absurdo de las relaciones de poder subyacentes en la experiencia contemporánea. Los temas van desde los recortes en la era de la austeridad en Gran Bretaña, hasta el análisis feminista o poscolonial, pasando por la naturaleza evasiva del lenguaje y la imposibilidad de comunicación.
Agradezco a las siguientes personas, sin cuyo interés, entusiasmo, recomendaciones y apoyo moral, este trabajo habría estado destinado, casi seguramente, al fracaso: Laura Palazón, Nathan Hamilton, Gerry Cambridge, Poppy Kohner, Kate Tough y Michael Schmidt.
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