The Tomato Salad
was breathtaking. Sometime in the late 1990s
the Californian sun ripened a crop of tomatoes
to such a pitch you could hear them screaming.
Did I mention this was in California? There was
corn on the cob. She was English and her heart
almost stopped when her aunt served her a bowl
of red and yellow tomatoes so spectacular she would
never get over them. I can only imagine the perfectly
suspended seeds, the things a cut tomato knows
about light, or in what fresh voice of sweet and tart
those tomatoes spoke when they told my dearest
friend, ‘Yosçi yosçi lom boca sá tutty foo twa
tamata,’ in the language of all sun-ripened fruits.
(for Lois Lee)
La ensalada de tomate
estaba impresionante. En algún momento al final de los 90
el sol de California maduró una cosecha de tomates
a un tono tal que podías escucharlos gritar.
¿Mencioné que esto fue en California? Había
maíz en mazorca. Ella era inglesa y su corazón
casi se detuvo cuando su tía le sirvió un plato
de tomates rojos y amarillos tan espectaculares que jamás
volvería a ser la misma. Ya me imagino las semillas
perfectamente suspendidas, las cosas que un tomate partido sabe
sobre la luz, o con qué voz fresca de lluvia y acerbo
hablaron esos tomates cuando le dijeron a mi amiga
más querida, “Yosçi, yosçi lom boca sá tutty foo twa
tamata,” en el idioma de todas las frutas maduradas por el sol.
(para Lois Lee)
The Incredible History of Patient M.
I went swimming with the Doctor;
he wore his stethoscope and listened
to the ebb and flow. Bad line, he said.
I hid the stones in my pockets.
I’m in training with the Doctor –
I’m closely monitored.
He straps his velcro cuff to my bicep
and pumps it till I’m breathless.
You need to breathe more, he says.
On Thursdays he examines me
on all fours. He wears a white coat
with too-short sleeves.
He can’t work out why I’m so heavy.
His wrists are great hairy chunks,
and he wears no watch.
Time is nothing, says the Doctor.
He’s unconventional. Time is nowhere
like a dead bird in a cave. Let’s take a look inside.
I’d never opened up before. The Doctor
has a scalpel. And I’m not afraid to use it!
He calls it his shark’s tooth.
The Doctor bites and leaves a mark
like the fossil of a sprung jaw.
He slapped my face with his penis.
To get you going, he said. My heart is now
on red alert, apparently. If it stops,
he reminds me, you’re dead.
La increíble historia de la paciente M.
Fui a nadar con el Doctor;
él traía su estetoscopio y escuchaba
la marea. Mala conexión, dijo.
Escondí las piedras en mis bolsillos.
Estoy en entrenamiento con el Doctor:
soy vigilada de cerca.
Él amarra la cinta de velcro a mi bíceps
y bombea hasta que se me va la respiración.
Necesitas respirar más, dice.
Los jueves me examina
a gatas. Usa una bata blanca
de mangas demasiado cortas.
No puede entender por qué peso tanto.
Sus muñecas son grandes trozos peludos,
y no usa reloj.
El tiempo no es nada, dice el Doctor.
Es poco convencional. El tiempo no es ningún lugar,
como un pájaro muerto en una cueva. Veamos qué hay dentro.
Yo nunca me había abierto antes. El Doctor
tiene un bisturí. ¡Y no temo usarlo!
Le dice su diente de tiburón.
El Doctor muerde y deja una marca
como el fósil de una mandíbula de resortes.
Me golpeó la cara con el pene.
Para ponerte en marcha, dijo. Mi corazón ahora está
en alerta roja, al parecer. Si se detiene,
me recuerda, estás muerta.
A Short Guide to Corseting
My first was an eighteen-inch black ribbon,
straight off the rack; my boyfriend picked it out.
We agreed small waists were more attractive;
we were in a loving and supportive relationship.
Choosing her trainer is a tightlacer’s last and
most important act. Look for a man with faith
and hands strong enough to teach you how to
give yourself away. Don’t be afraid of restraint.
Pain is the spine of life. It holds you up.
I wear a corset for these reasons: love came
sideways, like a crab. I wanted to agree with
love; I wanted to be carried off in its claws.
My trainer keeps me corseted twenty-three
hours a day. Any less is a waste of time. I love
his arms, thick as pythons. Every morning he
tightens the laces till they burn lines in his palms,
till he swears under his breath and apologises.
I cling to the doorframe. This is harder for him
than for me. I’ve seen how he fights to contain
himself. This hurts us both. That’s good thing.
My second was a sixteen-inch with a two-inch stem.
I had it made to measure. My boyfriend held me
firm while the corsetier laced me in. I drew my
last deep breaths and I gave myself up then,
standing between them. It was such a relief. Yes,
the corsetier said. Perfect fit. My breasts frothed
like champagne from a bottle. My eyes bulged.
Little skittle, my trainer whispered. I couldn’t bend.
A wrinkle ran down my back like a seam. Now
that I wear a fourteen-inch I use only the tope half of
my lungs; there’s just room to breathe. I’ve still got
more than enough. I’ve realised how little we need.
Breve manual de corsetería
Mi primero fue un cuarenta y cinco centímetros con listón negro
directo del anaquel. Lo escogió mi novio.
Quedamos en que las cinturas pequeñas eran más atractivas;
estábamos en una relación llena de amor y de apoyo.
Elegir a su entrenador es el último y más importante
acto de una corsetista. Busca un hombre de fe
y manos fuertes que te enseñe a entregarte. No le tengas miedo a la restricción.
El dolor es la columna vertebral de la vida. Te sostiene.
Yo uso corsé por estos motivos: el amor llegó
de lado, como cangrejo. Quería estar de acuerdo con
el amor; quería dejarme llevar en sus pinzas.
Mi entrenador me tiene encorsetada veintitrés
horas al día. Menos es perder el tiempo. Amo
sus brazos, gruesos como pitones. Cada mañana
aprieta los cordones hasta que le queman líneas en las palmas,
hasta que maldice en voz baja y se disculpa.
Yo me agarro del marco de la puerta. Esto es más difícil para él
que para mí. He visto cómo lucha por contenerse.
Esto nos duele a ambos. Eso es bueno.
Mi segundo fue un cuarenta centrímetros con tallo de cinco centrímetros.
Lo mandé a hacer a medida. Mi novio me sujetó
firmemente mientras el corsetero me enlazaba. Inhalé
mis últimos respiros hondos y me entregué ahí,
de pie entre ellos. Fue un gran alivio. Sí,
dijo el corsetero. Ajuste perfecto. Mis pechos espumaban
como champán vertido. Mis ojos estaban saltones.
Pino fino, susurró mi entrenador. Yo no podía inclinarme.
Una arruga me recorrió la espalda como costura. Ahora
que traigo un treinta y cinco centímetros uso sólo la mitad superior
de mis pulmones; hay espacio justo para respirar. Aún tengo
más que suficiente. Me he dado cuenta de lo poco que necesitamos.
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