DEL ÁRBOL GENEALÓGICO / No. 196


 

Lengua de fuego



Héctor Cortés Mandujano

 
 

    

Estoy en el tercer piso de un viejo edificio. Es de noche. Dormía. Despierto, me levanto, abro la puerta como si sintiera que algo, alguien me llama. Voy hasta el barandal. Me asomo hacia el cubo de las escaleras. Allá abajo, en la recepción, hay una figura que levanta el rostro hacia mí; parece haber estado esperando que me asomara.

Es el Diablo.

Está parado en el centro, en el lugar más visible. Una luz blanca lo baña.

Me choca su look cinematográfico: ojos amarillos casi transparentes, barba descuidada. Trae un sombrero (para cubrir los cuernos, supongo), una gabardina beige, una mano dentro de la bolsa. El dedo gordo de la otra, aferrado a la tela, deja colgar la garra llena de pelos hirsutos. Me sonríe y sus labios (¿pintados de rosa?) parecen los de una muchacha joven, falsamente inocente y procaz: se le notan todos los pecados, pero uno quisiera besarlos.

—Linda noche, ¿no?

Estoy desnudo, me doy cuenta. Veo mi pubis y por su presencia maligna, por su atención puesta en mí, de pronto mi sexo es un pene, de pronto una vagina.

—Voy por ti, ¿quieres?

Despierto en un cuarto de hotel. ¿Es el Diablo la mujer que está, desnuda, a mi lado?



Siento que estallo de… de… quiero que me penetre ya, sin más, pero él me besa. Los pelos duros de su bigote y de su barba. Ah, su lengua. Me abro y siento que mano a chorros. Ya, por favor. Y él me enseña su miembro potente, imposible. Lo pone en mi entrada vaginal y yo grito de desesperación. Lo introduce con lentitud y es tan grande que siento que no va a terminar de encajármelo. Lo retrae, en lo que creo son minutos, y luego me da la primera embestida. Como si una ola me aventara a la playa. Creo que me he vuelto de cristales, me hago pedazos, caigo en la oscuridad sin fin…



Me propone matrimonio. No sé. A veces nomás se me encarama y pas, pas, pas. Él se va al limbo y yo me quedo viendo la pintura del techo. ¿Eso de veras le gustará? Pensé que lo demoniaco era menos previsible. ¿O no será el Diablo él, no seré una mujer yo?



Tocan y es de nuevo el Diablo. Ahora es una muchacha desnuda, preciosa. La aviento a la cama, muerdo sus labios, la golpeo. Y ella ríe. Trato de lastimarla con mi penetración, la rasguño. Y ella ríe. Sufre, maldita, grita cuando te lastimo, le grito. Y ella ríe.

Toda mi violencia se vuelve el chorro que dejo en sus entrañas.

—¿Tienes algo más en mente?, me dice mientras pone sus cuernitos bajo mi sobaco.



En el final, Satanás destruyó los cielos y la tierra. En la nada que quedó aún había la luz fortísima con que Dios iluminaba el mundo. Satán la apagó y comenzó la oscuridad eterna.

—Así soy yo de cabrón, ¿cómo ves?

Su mirada es de veras imposible de aguantar. Sí: es el malo, el enemigo.



Él es hombre y yo también. Nos besamos, me hubiera gustado que se rasurara, estaba pensando y veo su cambio instantáneo: es un muchacho lampiño, ebúrneo, de belleza angélica. Violencia. Dolor. Desnudos cada cual con su cigarro, con sus pensamientos. Ah, las elementales posibilidades del sexo: heterosexuales, gays, hermafroditas. Si no le echas imaginación al asunto, mejor te vuelves monje.

—¿Monje? No mames, es aburridísimo. Ya lo hice un siglo y no hay ninguna gracia en obedecer, quedarte callado, retirarte del mundo. Para ser humano, eres demasiado exigente.



Hoy se desnuda como una mujer enamorada de mí. Parada, esperándome, temblando, con los ojos absortos y los labios entreabiertos. La beso y ella parece desmayarse. Es una gran actriz, un gran actor. Es sincera, no se le ve el truco.

Dice mi nombre varias veces, con distintos matices (me suplica, gime, arrastra cada sílaba), soy el hombre de su vida, la hago inmensamente feliz, dice, cuando la penetro y me muevo apenas: el deseo me arrastra con rapidez al estallido precoz, parezco un adolescente.

Resoplo en su oído tratando de recuperar la respiración normal. Sudo por esta relación de ¿cuántos? poquísimos minutos y cuando levanto la vista ella me está mirando con ojos extraviados, enamorada perdidamente.

Pinche Diablo.



Uno de mis conocidos, llamarlo amigo es exagerar, me había invitado a tomar unas copas. Allí llegó Eli, nombre ambiguo para la mujer morena de anchas caderas y mirada negrísima, pesada, casi insoportable. No nos presentó. Luego de tomar las primeras cervezas, ella hizo preguntas impertinentes:

¿Tú crees que gustas a las mujeres?

¿Cada cuánto tienes erecciones?

¿Te rasuras el pubis?

No me importó dar respuestas directas a esos cuestionamientos:

A algunas.

Todos los días.

Sí.

Evité preguntarle algo. Parecía poseída por una furia concentrada en la agresión a los desconocidos. Intenté despedirme pronto, ¿Te vas porque te doy miedo? Decidí quedarme un poco más para dedicarme a la observación de una mujer empeñada en parecer más hombre que cualquiera.

El tipo, el otro, dijo que iba al mingitorio y no volvió. Eli se emborrachó de pe a pa, hasta apoyar el rostro en la mesa. Ni modo de dejarla allí. No llevaba celular y evidentemente ni dinero. La llevé a un motel, la acosté y dejé un recado con mis datos. Me llamó después.



Me coge de nuevo, como suele hacerlo: besos rápidos, penetración, movimientos sin ton ni son… y ya.

—¿Eres el Diablo o un hombre cualquiera que me está engañando?

—Soy el Diablo, mamacita, y me tengo ir (se sube los calzoncillos y el pantalón, se abotona la camisa, ya ni siquiera se desnuda) así como me vengo: rapidito.

—Mira, Diablo, ya estoy cansado o cansada, porque a estas alturas ya vi que tú tomas el sexo como un juego de dados, de que me vuelvas mujer insatisfecha; de que me devuelvas mi hombría para acostarme contigo en tu papel de muchacha insoportable. Ya probé contigo ser gay y hermafrodita. Agradezco tus castillos de fuegos fatuos, pero no te veo consistencia, no creo que me hagas sentir feliz más que y a veces y solamente en la cama, no estás hecho para la felicidad, la oscuridad de tu traición eterna te ha poseído por completo.

Me escuchó. Sonó su celular en el momento en que creí que al fin me iba a dar una respuesta que no fuera desnudarse, desnudarme.

Vio la pantallita.

—Pérame, es importante. Ajá. No. Sí. No, no, no. Ajá. Carajo. No, sí. Yo te hablo.

Colgó. Me vio con ojos tiernos, se sonrió dulcemente.

—Vengo mañana y platicamos, ¿sale?



Me llama a los dos días, con su voz de niña mimada:

—No puedo vivir sin ti. Te llevaré a un motel y te bailaré desnuda, como la más humilde de tus prostitutas.

Voy y está complaciente hasta la ignominia. Baila y se va desnudando, no con algo que yo le hubiera grabado, sino con una música naca, de sirvienta.

Pobre diablo.

Me besa, me lame, hace todas las procacidades que con desgana le ordeno y, borracha, me dice a punto de llorar:

—¿Y si tuviéramos un hijo?

Dejo el cuarto de madrugada, convencido de que esto se acabó. Le mando un mail donde le explico punto por punto por qué ya no me interesa continuar con esta relación. No me contesta.



No me imaginé que volviera como volvió. Como Diablo.

—Es un poco incómoda esta pata de macho cabrío. Y esta cola que es, además, poco estética.

Acomodó el rabo hacia un lado, se sentó y cruzó las piernas. Puso el sombrero sobre la mesita de centro.

—Ay, estos cuernos. Mira, le estuve dando vueltas a tus reclamos. Sé que no es fácil vivir todas las sexualidades en tan poco tiempo. ¿Cuánto hace en tu calendario que te conozco, seis-siete meses? No importa. ¿Me sirves un güisqui? Gracias.

Hay hombres que se pasan toda la vida batallando, tratando de ser hombres y mujeres que no le hallan la cuadratura al círculo nunca. Ya no te cuento de los gays y los hermafroditas que la tienen más difícil. Sé que te hice ser todo eso. En tu abono quiero decirte que no lo haces mal, le echas ganas. El asunto, como lo veo, es que te aburrió el sexo y crees que la vida es otra cosa, o bueno, más precisamente, que no es sólo amor (esa ridícula palabra) y genitalidad. Hay algo más; debe haber algo más, crees. Okey. Voy a darte gusto.

Se levantó, se tomó de un tirón el güisqui y me dijo algo que nunca esperé escuchar del Diablo.

—Ya lo consulté y esto que te digo es un hecho. Sólo quiero tu decisión: ¿cuándo quieres que Dios venga a verte?
 

 

Fragmento de novela inédito.

 

 

Héctor Cortés Mandujano (Finca El Ciprés, Villaflores, 1961). Es narrador y dramaturgo. Ha obtenido diversos premios y reconocimientos por su trabajo literario; su obra publicada rebasa los cuarenta títulos, y más de una veintena de sus obras de teatro se han puesto en escena. Sus publicaciones en los últimos cinco años abarcan distintos géneros: Los versos y la sangre. Vida y obra de Efraín Bartolomé (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, 2010), Krontainel (novela colectiva que coordinó y coescribió, Carámbura Ediciones, 2012), Últimas noticias de un mundo crepuscular (Almada Broders, 2013), Aún corre sangre por las avenidas (Gobierno del Estado de Chiapas, 2014), Mapaches: campos de maíz, campos de guerra (Mapaches Pro-Conaculta-Coneculta Chiapas, 2014), Azar (Azul Turquesa, 2015) y Piedras, polvo: la película (Tifón, 2015).