Un viejo baúl
Rastreador de estatuas
Dirección: Jerónimo Rodríguez
Chile, 2015
Jorge nació cuando todo ya había sucedido. Después de ver la estatua de un tal Egas Moniz en Monos como Becky (1999), de Joaquín Jordá, las asociaciones se dispararon y nada le quedó claro cuando regresó a él el día que su padre le contó la historia de un doctor y un busto en un parque chileno. La anécdota quedó guardada, archivada en su infancia hasta que se dio cuenta de que ese momento, lejano ya de su presente, tenía la capacidad de crear una avalancha de recuerdos, preguntas y posibilidades.
¿Cómo permanecen los recuerdos en nuestra memoria?, ¿cómo se coleccionan para regresar en el momento adecuado?, ¿se recuerda lo correcto? Rastreador de estatuas (2015), de Jerónimo Rodríguez, parte de estos cuestionamientos, en apariencia sencillos, para darle vida a un ejercicio cinematográfico que versa sobre temáticas profundamente arraigadas en el ser humano como el exilio, la identidad, la memoria, la desmemoria y el olvido.
Instalado entre el cine documental y el experimental, el sexto trabajo de Rodríguez hace un recorrido por diferentes lugares de Nueva York, Chile y Lisboa, un viaje que alude a la fragmentación de la memoria que experimenta el individuo y la sociedad que lo rodea, dos entes que deciden explorarse uno al otro a través de una voz en off en tercera persona, un protagonista invisible que se aferra a la vida desde el momento en que se une a la búsqueda por saber más de la historia del busto de un doctor olvidado en algún parque de Chile.
El uso de material de archivo combinado con videoclips que aparentan un origen amateur da como resultado una cualidad única, que se aúna al sentimiento de cotidianidad, de intimidad; así como a la intención de deambular desde la memoria individual y personal con la anécdota familiar de Jorge, hasta la memoria histórica y colectiva cuando hace paradas en determinados momentos históricos como los partidos de futbol, los duelos con espadas y un golpe de estado.
Esta utilización de elementos técnicos básicos se integra a la sencillez del discurso que plantea Rodríguez, quien de esta forma asume, quizá sin proponérselo, el reto de abordar temáticas complejas con una sutil capacidad fílmica pocas veces vista; transforma a Jorge y a su necesidad de volver al pasado en una referencia inmediata a la persistencia, a los irónicos juegos metatextuales de un documental sobre un especialista de la mente humana; y habla, al mismo tiempo, sobre la memoria.
Ganadora del RivieraLab en el Riviera Maya Film Festival 2015 y selección oficial del Festival de Cine de Marseille, la película tiene una doble intencionalidad al jugar con la verosimilitud (cualidad del documental) y la ficción que añade por medio de su protagonista, un personaje que sirve como conducto para hablar sobre un relato familiar que Rodríguez conocía y al que decidió añadir nuevos componentes. A simple vista, esta última característica enrarece la perspectiva del documental; sin embargo, consigue que su trabajo sea un ejercicio audaz en el que el punto de vista de estas historias se suma a la empatía del espectador al tener ante sí la creación de un imaginario, de un mundo ficcionalizado que contiene vivencias, anhelos y remembranzas parecidos a los de él.
Aunque el documental, en el estricto sentido del género, pretende mostrar imágenes coherentes y ciertas de la realidad, Rastreador de estatuas se une a trabajos como Separado! (2010), de Gruff Rhys, que hacen una mescolanza de ficción y realidad al juguetear con el montaje y la edición, colocándonos en esa delgada línea entre lo que es comprobable y lo que no. Por otra parte, películas como Allende, mi abuelo Allende (2015), de Marcia Tambutti, y Tiempo suspendido (2015), de Natalia Bruschtein, son obras que también tienen a la memoria como un elemento fundamental en la narración y que, al igual que en Rastreador de estatuas, consiguen que lo que les interese, tanto al espectador como al propio director, sea acercarse a una historia familiar que contiene esos pequeños tesoros históricos que hablan más allá de un apellido, de un doctor o de una anécdota.
Así, en el filme hay una preocupación por armar un discurso desde el día a día con frases que conviertan al relato en una construcción entrañable, en donde Jorge es otra vez el niño que escucha atento a su padre, que mira desde la inocencia el profundo sentimiento de soledad y desarraigo que permea en las generaciones herederas del exilio; un destierro visto, incluso, en esas estatuas de hombres ilustres que habitan países que no son suyos.
En ese sentido, la película no es propiamente un tratado de política ni tampoco refiere explícitamente el pasado doloroso de Chile, la injusticia y la irracionalidad humana; aun así, hay una sutil intencionalidad del director chileno por conservar aquello que lo marcó a él y a su protagonista al hacer del cine un rastreador de memoria, cuando hace de las imágenes en movimiento una expresión, ese conducto esencial para obtener la redención.
El director, Jorge y esa voz en off saben que al deambular por la vida, las palabras y las imágenes se pueden convertir en un vaivén de momentos. El riesgo de perder su vigencia, su sentido y su significado es inevitable por el paso del tiempo; pero también saben que es en la entereza del ser humano donde radica la posibilidad de que se conserve y se reviva la imprescindible necesidad de recordar y no olvidar.
Este recorrido que, como dice Jorge, se convirtió en una versión desaliñada de otros recuerdos; Rastreador de estatuas es una breve reflexión sobre el cine y su esencia de viejo baúl de imágenes, sonidos y palabras; de recipiente que crea y resguarda la memoria de una sociedad; un vínculo que al ser abierto, arroja una inmensidad de sucesos y de caminos; una atadura que une la imposibilidad temporal y geográfica de mundos en apariencia ajenos, contrarios, apartados; que cuestiona si se evoca lo correcto; que mira a la desmemoria con planos fijos insistentes, necios.
Esta odisea con pistas falsas, cargada de ficción real, humor y sencillez, se convirtió en una manera peculiar de volver a los orígenes, conocerlos y apropiarlos para así resguardar los momentos esenciales que hacen de la memoria el elemento decisivo para ser lo que se es, sin importar si se nació cuando ya todo había sucedido.
Arantxa Luna (Estado de México, 1990). Escribe sobre cine y televisión. Es egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Fue seleccionada como Talent Guadalajara en el rubro “Crítico cinematográfico”, un evento organizado por el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, la Berlinale y la fipresci. Resultó finalista en el primer Concurso de Crítica Cinematográfica organizado por la Cineteca Nacional, la Embajada de Francia y Corre Cámara. Ha sido jurado en festivales como Distrital, micGénero y ficunam. Es colaboradora de publicaciones como Butaca ancha, F.I.L.M.E., Corre cámara, Tierra adentro y Fan de la cultura.