Sexto Concurso de Crítica Cinematográfica Fósforo / No. 197

Las voces invisibles

Premio categoría Preparatoria


Cuerpo de letra
Dirección: Julián D’Angiolillo
Argentina, 2015

La oscuridad encierra en su sonrisa historias llenas de misterio. Las calles no son las mismas al anochecer y las personas que las recorren, tampoco. Hombres de la noche, hombres de la calle dejando un rastro del arte que desean compartir, nos convierten en testigos de sus creaciones cuando, al despertar, las contemplamos; aunque muy pocos nos preguntemos cómo llegaron ahí. Pareciera que fue la noche quien las hizo aparecer.

El fuego, la luz en la vida de oscuridad que llevan, logra guiarlos a un lugar seguro antes de iniciar su práctica, ese arte considerado callejero por no exhibirse en un museo. Ese arte de la calle que impregna los muros desnudos de la noche, esperando tranquilamente, bajo el frío, la primera pincelada de sus creadores.

A través del retrato de los personajes en el filme, Julián D’Angiolillo (quien funge como director y guionista) nos invita a reflexionar y apreciar la pasión que éstos sienten por la tipografía y los estilos que de ella se desprenden, pero sobre todo nos habla de una siniestra función social que generan, de un oficio que llega a ser clandestino en algunos casos, como lo es el argentino.



Pero la voz de estos sujetos invisibles deja por momentos el suelo y se eleva a los cielos donde inunda de mensajes afines a toda una sociedad que los escucha pero no los puede ver; es ahí donde la cinta muestra el lado macabro de estos personajes quienes, con su quehacer, nos obligan a levantar la vista para percibir el mensaje que nos hacen llegar eliminando la voz detrás del emisor. Ésta es la intención principal de la cinta Cuerpo de letra, un filme que por momentos inquieta al espectador debido a que cumple con el propósito de una manera elegante e ingeniosa al combinar una realidad cruda y onírica en pro del disfrute del espectador.

Una de las virtudes de la película es la de no juzgar, sino sólo retratar la vida de estos personajes (que nadie tiene el poder moral para tachar de buena o mala) y, a la vez, mostrarnos un breve momento de la expresión artística en la que trabajan, a pesar de los riesgos, para cumplir con su propósito: difundir un mensaje.

Es fácil para el espectador sentirse atraído por el arte al que estos personajes dan vida cada noche en las frías calles argentinas, pero al ser un elemento tan cotidiano en la vida de millones de personas, muchos no logran percibir la verdadera magia que hay detrás de este oficio; el espectador no se da la oportunidad de conocer las historias que ocultan estas pinturas que, en la mayoría de los casos, son ingeniosas y bellas.

En cuanto a la parte técnica de la película —que a veces puede volver aburrido cualquier tema— el trabajo de edición realizado por Lautaro Colace y el propio director nos invita en más de una ocasión a ser un personaje más de la película, uno que observa calladamente el trabajo que estos artistas realizan cuidadosamente, que puede ir desde un vuelo en una avioneta hasta musicalizar un evento social o participar como rotuladores para una propaganda política.

Al final lo único que importa es el trabajo y el nivel de dedicación que ponen estos personajes en su oficio. Esto se muestra a través de una fotografía sutil, silenciosa pero viva. Matías Iaccarino, el fotógrafo de la cinta, logra captar momentos oníricos que le dan un toque especial, y consigue difundir aún más allá el mensaje, trascendiendo en ocasiones la pantalla de cine con la única intención de que el espectador logre llevarse un poco de esta vivencia; logra inocular un mensaje pero mantiene el espíritu de la cinta intacto.

No obstante, la verdadera interrogante que deberíamos hacernos es: ¿por qué resulta interesante este filme?

La respuesta puede ser compleja o sencilla. El nivel narrativo que emana de ésta asemeja a una buena historia alrededor de la fogata, cientos de aventuras que los personajes nos podrían contar más allá de lo que expone la propia película; en ese momento nuestra imaginación toma el control, volviéndonos capaces de reflejar este tema en el lugar donde vivimos y con el paso del tiempo vemos las cosas de un modo distinto: las calles ya no serán las mismas para nosotros.

En este sentido, la cinta cumple una función social al reflejar una realidad que como ciudadanos nos negamos a aceptar, limitándonos a apuntar con el dedo para señalar lo que está bien y lo que está mal.

El mensaje no es lo esencial en el filme, sino cómo lo expone, ya que en sus setenta y siete minutos de duración nos sacude al mostrarnos cómo estos personajes se atreven a escribir lo que otros no, a dejar su marca en la tierra, en los cielos; así, su arte perdura y ellos encuentran una felicidad que muchos de nosotros no hemos alcanzado aún. Logran vidas tranquilas, vidas felices haciendo cada noche lo que mejor saben. Mediante estos personajes, la cinta expone un modo de vida sencillo pero completo, logrando crear un contenido simbólico que va más allá de la pantalla, un símbolo de plenitud en medio de todas las adversidades que la vida de la ciudad impone. De este modo la película formula la interrogante de hasta dónde se es responsable de que estos sujetos lleven a cabo su actividad de manera clandestina, al amparo de las sombras y la oscuridad.



Y casi al final del largometraje es cuando apreciamos la función social que estos personajes tienen en medio de un panorama político y cómo un gran pequeño ejército se prepara para iniciar lo que considera un trabajo más, un número infinito en una larga cuenta sin terminar.

Uno de los momentos más destacables del filme es la secuencia en la que los artistas se preparan antes de comenzar a trabajar. Con un estilo casi religioso y escenas oníricas, el realizador provoca en el espectador una visión casi irreal.

Mientras muchos duermen, ellos crean. Comienzan con una leve capa de pintura blanca, algunos bosquejos, y después, todos, como hormigas, empiezan a pintar en el frío de la oscuridad. Poco a poco el amanecer se hace presente y el frío se intensifica. Después de pintar toda la noche, la alegría es evidente, absoluta; son felices y eso es lo que importa.

De este modo, la cinta de Julián d’Angiolillo nos transporta a un espacio mágico donde el espectador se pregunta cuál es su lugar en la sociedad y dónde encajan estos personajes cuyo oficio cumple una significativa función político-social. Mientras, el ejército invisible se dispone a trabajar —a llevar a cabo esa labor invisible que tienen marcada en su alma, en su cuerpo de letra— y esquivar a la sociedad. Una sociedad que los considera inexistentes.



Ulises Flores Hernández (Ciudad de México, 1996). Estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria número 7 Ezequiel A. Chávez. Escribe para las revistas mexicanas de cine Celuloide DigitalCinéfagos. Formó parte del jurado en la sexta edición ficunam de la selección cinematográfica Ahora México. Tiene en preparación una novela de ficción romántica y un libro de cuentos de ciencia ficción, ambos orientados al público infantil y juvenil.