Ensayo / No. 204
El autómata jugador de ajedrez
CICATA-LEGARIA-IPN
Como es sabido, se dice que existía un autómata
construido en forma tal que era capaz de responder
a cada movimiento de un jugador de ajedrez
con otro movimiento que le aseguraba el triunfo
en la partida…
Walter Benjamin
Sobre el concepto de la historia
Sobre el concepto de la historia
Se dice que hacia 1820 el joven Charles Babbage, que llegaría a ser un notable pionero de la computación moderna, se enfrentó en una partida de ajedrez a un brillante, famoso y singular jugador: el autómata mecánico de Johann Maelzel. Ignoramos quién resultó ganador y la opinión que el matemático inglés se formó acerca de su contrincante.
Aunque tal vez la anécdota sea pura ficción los entusiastas creen que ese encuentro del matemático con el autómata fue una iluminación. Babbage, dicen, vio en el autómata la prueba de que era posible otro artefacto: una máquina capaz de realizar cálculos perfectos sin intervención humana.
En la década siguiente a la supuesta partida de ajedrez Babbage concibió su “máquina analítica”, antecedente mecánico de las computadoras actuales.
Aunque tal vez la anécdota sea pura ficción los entusiastas creen que ese encuentro del matemático con el autómata fue una iluminación. Babbage, dicen, vio en el autómata la prueba de que era posible otro artefacto: una máquina capaz de realizar cálculos perfectos sin intervención humana.
En la década siguiente a la supuesta partida de ajedrez Babbage concibió su “máquina analítica”, antecedente mecánico de las computadoras actuales.
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El jugador de ajedrez del inventor y músico Johann Maelzel estaba diseñado para impresionar. Tenía el aspecto de un maniquí sentado, con las piernas cruzadas, detrás de una mesa-gabinete en la que apoyaba los codos y sobre la cual se extendía un tablero de ajedrez. El maniquí, de rostro grave y con barba, usaba fez y llevaba una larga pipa en la mano izquierda. Era conocido como El Turco.
Al frente el gabinete tenía una hilera de tres puertas y bajo ésta, un par de cajones. Maelzel, hábil presentador, comenzaba las exhibiciones abriendo las puertas y los cajones y haciendo girar todo el artefacto, que estaba acondicionado para desplazarse con soltura. De ese modo el público podía apreciar que el gabinete albergaba en su interior un apretado ensamble de muelles, engranes, varillas y trenes de rodaje: la compleja maquinaria responsable de la asombrosa destreza de El Turco.
Tras cerrar las puertas el presentador daba cuerda al autómata y éste quedaba listo para comenzar a jugar.
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En realidad Johann Maelzel no inventó este autómata. El Turco fue creado por el barón Wolfgang von Kempelen en 1769. Consejero de la corte de Viena, Von Kempelen construyó el jugador de ajedrez para la diversión y asombro de la emperatriz de Austria. Luego de su éxito, el barón realizó algunas giras de exhibición en la Europa continental. Tras su muerte el autómata fue adquirido por Maelzel, hombre de gran olfato para el espectáculo, quien lo llevó hasta Inglaterra y Estados Unidos, hacia 1827. Cuando Maelzel murió, en viaje desde Cuba, El Turco pasó a manos de otros dueños y terminó sus días en un museo de Filadelfia, donde fue destruido por el fuego de un incendio en 1854.
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Babbage había considerado ya en 1812 la posibilidad de crear un mecanismo basado en la máquina calculadora de Pascal para facilitar la tarea de las personas que compilaban laboriosas tablas matemáticas. Suponer que Babbage dio por auténtico al jugador de ajedrez de Maelzel implica cuestiones que ahora no pueden (ni podían entonces) pasar desapercibidas para un matemático. ¿Cómo convertía el autómata la disposición de piezas en el tablero al lenguaje de los muelles y los engranes? El autómata era un jugador extraordinario que derrotaba casi a todos sus contrincantes; ¿en razón de qué admirable mecanismo podía una máquina saber las reglas del juego y decidir el movimiento adecuado para cada jugada?
Siglos antes de El Turco ya se construían autómatas, artefactos que se movían, tocaban instrumentos musicales o escribían. En el mecanismo de todos ellos subyace de manera evidente el movimiento, que es un atributo universal. Pero saber y decidir son cualidades superiores del intelecto humano, ¿cómo podían éstas ser emuladas por un artefacto?
Babbage debió de entrever que si alguien hubiese resuelto las complicaciones teóricas y técnicas implicadas en estas cuestiones no se habría conformado con exhibir su invento como un mero espectáculo de circo.
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El mecanismo de El Turco se mantuvo en secreto. El misterio naturalmente le favoreció. Algunos sospechaban un fraude y trataron de explicarlo; publicaron ensayos sobre el tema en folletos y revistas, imaginaban a un hombre oculto en el gabinete. Un enano. Un niño. Un veterano de guerra sin piernas. Genios del ajedrez todos ellos, por supuesto.
El ensayo más notable lo presentó el inventor del cuento policiaco. Edgar Allan Poe escribió “El jugador de ajedrez de Maelzel” en 1835. Un artículo brillante, sistemático, muestra de la madurez de sus puntos de vista sobre el método analítico, que pondría en juego en algunos de sus cuentos más memorables.
Poe hace un recuento de autómatas famosos que culmina con la máquina de Babbage (capaz de calcular tablas astronómicas e imprimirlas sin intervención humana) como el más notable entre todos ellos. Pero señala que si El Turco es “tan sólo una máquina que cumple sus operaciones sin ninguna intervención inmediata”, entonces la de Babbage es una invención bastante menor. Porque las operaciones matemáticas se basan en algoritmos, instrucciones sistematizadas que indican las acciones a seguir para realizar una operación a partir de ciertos datos iniciales. El primer paso de la operación depende sólo de esos datos; el segundo paso, a su vez, depende del primero; el tercero, del segundo. Así sucesivamente, hasta llegar al resultado final. Esta concatenación de acciones no puede ser alterada sin modificar la operación en sí, está determinada por los datos iniciales. Pero en una partida de ajedrez, a cierta acción no le sucede necesariamente otra en particular, sino que hay una gama de posibles acciones a seguir. Por ello, dice Poe, es posible imaginar que una máquina de madera y metal pueda efectuar un cálculo, pero no que pueda jugar al ajedrez. Así, “deberemos admitir [que el autómata de Von Kempelen], fuera de duda, es la invención más maravillosa de la humanidad”. Esta rigurosa conclusión contrasta con las frías declaraciones de Von Kempelen, que consideraba a El Turco un artefacto ingenioso, pero de mecanismo muy sencillo.
El autor de “El Cuervo” analiza el modo en que El Turco es exhibido durante sus presentaciones y enlista diecisiete observaciones con base en las cuales concluye que tras el mecanismo de este autómata hay una mente humana. Entre ellas está que las jugadas de El Turco requieren un tiempo variable, según sea la dificultad; que no gana todas las partidas; que la cabeza y los ojos de El Turco se mueven hacia el público cuando la jugada es sencilla pero no cuando es compleja; que la apariencia de El Turco es una mediocre imitación de vida, siendo que Von Kempelen construyó otros autómatas de verosimilitud admirable; que el autómata juega con la mano izquierda. Las primeras observaciones sobre el comportamiento del autómata revelan características del humano. Las últimas, sobre su apariencia y comportamiento, revelan la intención de alejarse de lo humano (la mayoría de los jugadores humanos son diestros, no zurdos).
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Para explicarlo muchos trataron de reconstruir el mecanismo de El Turco, así fuese mentalmente. Poe no procedió de este modo.
En cibernética el término caja negra designa un sistema sobre cuya construcción interna o mecanismo de funcionamiento nada sabemos. Designa también el método para estudiar tales sistemas. Éste consiste en estudiar la relación entre el observador y el sistema, en analizar cuidadosamente la información, las recíprocas relaciones entre lo que “entra” y lo que “sale” del sistema. De ese modo se procede a comprender el comportamiento, dejando de lado la constitución interna del sistema. El niño que usa un teléfono celular por primera vez procede según este método. Edgar Allan Poe resolvió el problema del jugador de ajedrez de Maelzel tratándolo como una caja negra.
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La primera máquina de ajedrez auténtica fue construida hacia 1890 por el español Leonardo Torres Quevedo. Era un autómata electromecánico que jugaba con sólo tres piezas en el tablero. Daba jaque a un rey adversario con su torre y rey propios en sesenta y tres jugadas.
Entre las observaciones que Poe presenta en su análisis, la más interesante desde un punto de vista matemático es la tercera: la máquina no gana invariablemente la partida. “Descubierto el principio por el cual la máquina puede jugar una partida de ajedrez —dice Poe—, una extensión del mismo principio debería permitirle ganar una partida, y una extensión ulterior capacitarla para ganar todas las partidas.”
Entre la máquina de Torres Quevedo y el ordenador que derrotó por primera vez a un genio del ajedrez —Kasparov vencido por Deep Blue, de IBM— media un siglo. La construcción de la infalible máquina de ajedrez de Poe no ha sido una tarea sencilla. Tampoco ha sido muy importante.
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En 1849 Poe publicó “Von Kempelen y su descubrimiento”, un cuento que nada tiene que ver con el autómata jugador de ajedrez, aunque sí hay una mención de él y de Maelzel por la vía de un editor apócrifo (la narración simula una noticia científica). El escritor debió dedicar buen tiempo a pulir su demostración de que el jugador de ajedrez de Maelzel era falso; la impresión del tema le fue perdurable. ¿Cuánto le habrá influido en la construcción de sus cuentos analíticos?
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La historia de El Turco es buen tema para una novela. Robert Löhr escribió una primera versión de esta historia: La máquina de ajedrez, un éxito de ventas en el año 2005. Löhr ofrece una versión ficticia y más o menos coherente de la historia del autómata jugador de ajedrez. Describe con cierto detalle un verosímil mecanismo de funcionamiento, las herramientas y los actos del presentador para llevar a buen término el engaño de los espectadores.
Löhr se basó en libros recientes sobre El Turco y en las reproducciones que existen en varios museos alrededor del mundo, obra de ilusionistas admiradores del trabajo de Von Kempelen. En su novela, un enano genio del ajedrez es el cerebro del autómata.
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Löhr plantea en varias ocasiones una cuestión que se ha repetido mucho durante los últimos cien años: ¿puede pensar una máquina?
Curioso: Poe se cuidó de no plantear esa pregunta. Para los personajes de Löhr, un autómata que juega perfectamente al ajedrez es una máquina que piensa. Para Poe la existencia de una máquina infalible de ajedrez era posible, pero no la de una capaz de pensar.
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El cuento de Guillermo Cabrera Infante “Muerte de un autómata” es un homenaje al genio analítico de Poe, que descifró el misterio del jugador de ajedrez de Maelzel. En su agonía, el cómplice del inventor y cerebro del autómata (que parecía no hacer otra cosa que acompañar a todos lados a Maelzel y ayudarlo a empacar y desempacar) recuerda sus aventuras y el artículo que significó su ruina, pues el autor lo puso bajo sospecha. Con sus acostumbrados juegos de palabras, Cabrera Infante concluye: “Check mate. Curioso empleo del jaque que también quiere decir inspeccionen al compinche”.