Poesía / No. 207

Poemas

 



Estación de camiones de La Merced

Después de caminar derecho por Moneda
esquivando entre las sombras
puestos oníricos de objetos luminosos
y familias de sonrisas centelleantes
devorando elotes y tamales;
después de mirar de reojo a la Santa Muerte
—y sentir por un momento
que ella también me mira—;
seguir por Emiliano Zapata
volteando de vez en cuando sobre mi hombro,
pues soy güera y llevo una mochila grande;
después de cruzar Circunvalación,
rozando sin querer la falda
de algún travesti que ofrece, coqueta,
sus risas a flor de calle,
llego por fin al Hotel Antas,
un estacionamiento enorme
donde salen los camiones Cristóbal Colón
que llevan a Chiapas.

Me adentro por los carros humeantes
de atole y champurrado,
entre viajeros inquietos y muchachos ojerosos
que anuncian las horas de salida.
El ambiente es cálido y violento,
extremadamente urbano,
íntimamente pueblerino.

Ahí me topo a mi antigua vecina,
viajando sola, como yo.
¡Julia!, me grita con su voz potente
y su cuerpo flaquito.
Me asombra encontrarla
al principio de este viaje
que es, al mismo tiempo, el final de otro.
Podríamos ser parte
de un relato de Las mil y una noche
donde los personajes y los caminos
se cruzaran en el momento exacto
y el azar ocultara un orden misterioso.

Vivíamos en el centro,
en un edificio Art Déco
—especie de barco destartalado
poblado de historias de vigilantes muertos,
fayuqueros huyendo hacia Acapulco,
y mujeres arrancando la duela del piso por despecho.
Mi departamento daba al patio
donde el hermano exconvicto de mi vecina
hacía ejercicio todas las noches
sin camiseta.
Ella salía en patines y regresaba tarde.
A veces no regresaba.

Adentro del camión
me cuenta sus andanzas;
sus palabras entreveran carreteras
y pueblos donde no hay nada
que hacer salvo tomar.

Yo miro por la ventanilla
a los marchantes de un puesto de calzones
guardando la mercancía en grandes costales,
bajo la luz de la Pastelería Nancy.
Llegan a mí, como un aroma,
poemas que quise escribir
y que se me escaparon:
visiones de mercados laberínticos,
taciturnos salones de baile,
puentes antiguos que resguardan vagabundos.
Me siento ligera, como el paisaje urbano
que empieza a correr tras el vidrio.

Hace algunos años
me encontraba caminando desde el metro Candelaria
hacia el mismo camión, mochila al hombro,
cargada de enseres y dudas,
siguiendo a un muchacho.
Ahora estoy sola, pienso con orgullo,
antes de ponerme los audífonos.



Colonia Juárez

Vivíamos en planta baja.
El cubo de ventilación era también la zotehuela.
Una noche salí,
miré hacia arriba,
hacia el cuadro de cielo enmarcado
por algunas ventanas que seguían iluminadas.
Miré el boiler, el fregadero,
la escoba descansando en la pared.
Traté de escribir un poema
sosteniendo al gato en mis brazos.

Ahora regreso a la colonia
y busco tu sombra en las calles.
Todo esto tiene algún sentido:
los niños jugando futbol;
la muerte, siempre rondando;
aquel departamento húmedo y oscuro.

Tú quisieras explicármelo.
Sin embargo prefiero el silencio,
los ruidos del parque,
mi propia voz
           hablándote bajito.



República de Cuba

La calle:
         una herida abierta, 
                   pase usted.
La cuadra cercada
                 con cintas y conos naranjas,
serigrafía Chuki, café y chocolate
rico tepache litro 20.
El exterior te embriaga,
                    imprime en tus labios
un sabor dulce
                y fermentado.
Quisieras retenerlo todo en un poema: 
buchenanacachetenenepil,
quisieras tejer los rayos del sol
                   con tu propio hilo de voz. 
Bolsas de dama,
el desorden de los días
                     siempre a tiempo,
calidad, seriedad y puntualidad
Venta y reparación.
En tu interior algo se quiebra,
una especie de silencio
                    hecho de asfalto;
suenan los taladros
                    como un reclamo. 
Estética Francia,
tal vez buscas un paraíso artificial.
Rebabas de risas
                     escurren de las cantinas.
La nostalgia en los ojos
de la vendedora de cigarros sueltos. 
Se duplican llaves.
Muros despostillados,
          casas de piel arrugada, 
         el Centro es un abuelo
que no pudiste conocer
         pero no quieres olvidar.
Te detienes 
         y prendes un cigarro.
No puedes callar 
         la cumbia cachonda que te llama.
Lo mejor del cine para adultos.
Los cables de luz 
         se estremecen 
                     como cuerdas de guitarra.
10% más gratis.
Tu cuerpo 
         es una caja de resonancia,
el viento
          y el caos rasguean tu pecho,
qué le damosqué buscabade a cómo las da.
Lo darías todo
por cantar este hormigueo,
                      estas palabras
que llevas escondidas.
No te dejes sorprender, 
este predio se encuentra sujeto 
a un proceso de expropiación.




Julia Piastro (Ciudad de México, 1989). Poeta, editora y traductora. Ha editado los fanzines Fricciones urbanasEn esta esquina fanzineCuaderno de vuelo y Lluvia periférica. Ha publicado la plaquette de poesía Agua sucia (Editorial Veme, 2013), el cómic Antojitos (edición autogestiva, 2014), y el poemario Pies en la tierra (Editorial Literal, 2016). Ha colaborado con poemas en la revista La mascarada, en el suplemento cultural Confabulario y en la revista Punto en Línea. Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía. Su blog es <https://nolehacepoesia.wordpress.com/>.