Literatura emergente de Querétaro / No. 208
 
Querétaro, 1994






LA ABUELA HEREDERA DE
los ojos de un desconocido
al que buscó por mucho tiempo
pensando que quizás eran suyas
las manos marrones y la afición al juego
ese lunar que también se aparece en mi rostro
y en el de mi madre
como una azarosa secuencia
que incluye tristeza congénita
mal gusto por los hombres
pero nunca ojos azules


POR FAVOR DIME QUE TÚ
sí vas a cumplir mi sueño
de no ser nunca bisabuela
apagó el cigarro
guardó en el cajón el álbum familiar



NO ES QUE TODAS SEAMOS CULPABLES
pero no sólo la primera
ató su vida al deseo de otro
continuó con el trabajo
se ocupó de los niños
recogió las botellas
abandonó la universidad
aprendió a guardar el secreto
maquillar los golpes
las otras mujeres
sortear con prudencia cada pregunta
una niña ajena con la misma
edad de su nieta
el anexo
el vómito
continuar
como si nada pasara


NO ES QUE TODAS SEAMOS CÓMPLICES
pero me pregunto
qué estaremos ocultando
ahora
tras la cortina de la independencia
o del hábito
la familia y el respeto
qué clase de fortuna nos espera
en la ruleta de las concesiones

Abuela, yo también tengo miedo a no saber separarme


A VECES ME DESCUBRO
cierta conducta que evidencia
una naturaleza maligna
como aquella vez que por accidente
dejé la ventana abierta en un día de lluvia
y murieron todas mis plantas
una masacre
no limpié las macetas
dejé sus cadáveres en mi cuarto
como un animal de carroña
las miraba
gozosa
esperando
que hubiera algo después de su descomposición.


A MI ABUELA NO LE GUSTA QUE CUENTE
la historia de la vez que la descubrieron robando un cortaúñas del supermercado. Es por esa razón que desconozco los detalles. Pero el secreto me permite inventar mi propio relato. La imagino mirando en cada esquina, nerviosa creyendo que se saldría con la suya en su pequeña travesura. Quizás sus hijos la habían tentado con historias de pequeños robos y ella se vio seducida ante la posibilidad de romper las reglas. Una neurótica jugando con los límites. Tímida. La puedo ver con sus piernitas delgadas tiritando de excitación y miedo, fuera de su estudiado papel de ama de casa. Así es como me gustaría recordarla. Sin preocupaciones por la simetría del mantel. La siguiente escena de mi historia me incomoda. No tanto por lo que sucede sino porque sé que no le gustaría ser pensada de esa manera. En la caja registradora, la chica que atiende llama al gerente y un hombre muy alto llega hasta donde mi abuela. Usted se robó un cortaúñas, le dice. Primero guarda silencio. Le asciende una sensación que se materializa en un nudo en el estómago y repentinas náuseas. Mi abuela rompe en llanto, saca el cortaúñas de su bolso, las manos le tiemblan ahora violentamente, las comisuras de sus labios ya no son juguetonas. El hombre siente que debe darle una lección (no sé por qué pero los señores siempre se ven obligados a dar un gran escarmiento a las mujeres que se equivocan). La hace pagar el insignificante objeto y le dice que no podrá llevárselo a casa porque ésa es la política con los ladrones. A mi abuela le zumba en el oído derecho la palabra que ha usado para nombrarla. No contento con la humillación, le grita que no podrá irse hasta que vaya su esposo por ella, pues tiene que hablarle sobre su conducta delictiva. Ella lo llama, todavía entre llanto. Mi abuelo llega por ella. Casi siempre mi falso recuerdo se detiene ahí. La imagino caminando detrás de él, con los ojos clavados al suelo. Avergonzada.

Sintiéndose como una niña.



Monserrat Acuña Licenciada en Estudios Literarios con línea terminal en Escritura Creativa por la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha publicado en revistas como Crítica, La Rabia del Axolotl y Tierra Adentro. Su trabajo creativo también ha sido antologado en publicaciones colectivas como Comuna literaria (Proyecto Submarino, 2017), Página 1 (Revarena Ediciones, 2017) y IV Encuentro “Lumbre entre las hojas” (Fondo Editorial de Querétaro, 2016). Edita El Periódico de las Señoras.