CONCURSO 49 / No. 210
Insecticida
Universidad Iberoamericana-Ciudad de México
La cosa es que nadie me hubiera creído. Así es siempre, ¿no? Te hacen sentir que tú eres el problema. Es decir: te hacen sudar y temblar antes de pasar por el detector de metal, aunque no te hayas robado nada. Por eso siempre preferí no decirle a nadie. Guardo mis frascos donde sé que nadie va a encontrarlos nunca. Mi favorita es la polilla, aunque el insecto que parece una rama fue el más difícil de atrapar. Quizás por eso decidí escribir esto, particularmente, lo del insecto rama. Para no olvidar.
27 de mayo
El jueves me llamaron de la enfermería. No sólo tenía que saberlo mi familia, no: mi mamá se encargó de avisar también a la escuela. Me pesaron y me midieron. La encargada de la enfermería es una nutrióloga muy joven y medio imbécil, así que no notó nada. Me dijo que iba muy bien, sólo había que comer más carbohidratos y tomar más agua. Me recomendó unos polvos de proteína para hacer licuados. Mi mamá ya se encargó de comprarlos y sumarlos a la dieta de las 15 tortillas y el kilo de arroz. Ahora peso 56. El semestre pasado pesaba 52. Se supone que tengo que pesar 60. A mí me da lo mismo, pero mi mamá y la nutrióloga me observan con esa mirada condescendiente, con lástima.
En la noche voy a salir con mis amigos. Me da flojera meterme a bañar porque quiero ponerme un vestido y sé todo lo que implica. Rasurarme las piernas. Maquillarme. Tomar mucha agua para que no se me marque la panza. Ponerme bronceador para disimular la celulitis. Corrector para disimular los granos. Todo eso. Pero ya no me importa. Voy a hacer todas esas cosas porque ya no me importa, voy a aceptarme a mí misma. Aceptarme a mí misma. Aceptarme.
Había una vez una niña con patas de araña. La niña se quedaba noches enteras en la esquina de la regadera. Un día alguien la vio y la aplastó con la botella de champú y la ahogó, y la niña araña se fue por la coladera.
28 de mayo
Ayer conocí a alguien en la fiesta. Se llama Cristina. Es muy guapa y la ropa le cae perfecto, como si fuera un maniquí. Tiene una sonrisa enorme y blanca y se ríe como si no existiera la tragedia en el mundo, te lo juro. Qué horror. No me cayó mal, pero creo que la detesto. Me hice su amiga de inmediato. Se la pasó toda la fiesta bebiendo ron y cerveza y se acabó el plato de chicharrones con guacamole. En la madrugada, nos metimos a la alberca y me asomé a ver la talla de sus shorts cuando se los quitó: doble cero. Cristina daba vueltas en la alberca con los brazos en alto y todos la rodeaban, como si le rindieran culto, carajo. Yo los observaba desde la esquina, con los pies metidos en el agua. No quise quitarme la ropa. Menos mal que nadie me preguntó nada.
10 de junio
No sé por qué sigo bajando de peso. He estado siguiendo la dieta que me puso la nutrióloga. Tengo que comer mucho más de lo que me apetece, tazas y tazas de arroz, un montón de tortillas, qué asco. “Tienes hoyos en las plantas de los pies o qué te pasa”, dice mi mamá cuando me observa en las mañanas, con el camisón de seda que me queda grande.
En las noches, antes de subirme a la báscula, intento adivinar mi peso. Casi siempre calculo mal. Me paro frente al espejo y me observo las clavículas, las rodillas, los huesitos de la cadera. Es extraño, pero no me disgusta. Quizás así la ropa va a caerme perfecto, como un maniquí. Igual y ya no debería seguir la dieta de la nutrióloga. Total, ¿para qué?
Había una vez una niña con cuerpo de polilla. La niña se sentaba en el camión y observaba por la ventana, como si quisiera salir y no viera sus propias alas. Un día, el camión se estrelló y la niña polilla salió volando por la ventana.
18 de junio
Ayer volví a ver a Cristina. Estábamos en casa de Jaime. Ella se quitó los zapatos y se sentó con las piernas cruza das en flor de loto. De vez en cuando hacía posiciones de yoga para estirarse. Dios santo, quién se cree, estirando su cuerpo en frente de todos como si estuviera sola en el mundo. Se comió cuatro rebanadas de pizza. Pasamos en frente de un espejo y ni siquiera se volteó a ver. Yo revisé que no tuviera nada atrapado entre los dientes, me olí las axilas, me recogí el pelo, me limpié el rímel corrido bajo los ojos, me retoqué el maquilla je, me volví a soltar el pelo. Cristina acarició al perro de Jaime y luego se talló la nariz y luego tomó una rebana da de pizza y se la llevó a la boca, todo con la misma maldita mano mugrosa. Yo fui a lavarme las manos. Lavarme las manos. Lavarme las manos.
Jugamos a la botella. Estos juegos siempre me ponen incómoda, pero no había forma de decir que no, odio ser aguafiestas. Cristina se sentó enfrente de mí y, cuando la botella nos señaló, me dio un beso húmedo que me supo a miel. Fue asqueroso. Ojalá que Raúl ya no la invite a las fiestas. Creí que yo le interesaba a Raúl, pero ahora le gusta Cristina. De hecho, todos mis amigos parecen una bola de idiotas babeando por ella. No me importa. No me importa. Entiendo la fascinación, Cristina se ve cómoda, parece que sabe lo que quiere. Me limito a sentarme en las esquinas y observarla. A veces es bueno saber callarse, aprender de los demás. Y creo que puedo aprender muchos trucos de Cristina.
28 de junio
He tenido insomnio. Ya no puedo seguir con la dieta que me puso la nutrióloga. Intento, pero no sirve de nada. Se me está cayendo el pelo, más de lo normal. La coladera está siempre atascada de bolas de pelo y eso no ayuda a mi apetito. A veces me siento en la esquina de la regadera por horas, esperando a que pasen las náuseas. Peso 52 otra vez.
Cristina se cuela a todos los planes. Quizás no se cuela, supongo que la invita Raúl o Jaime o quien sea. Creo que ya no me cae tan mal. No sé, hay algo fascinante en su forma de recogerse el pelo, en la forma en la que deja que el tirante de la blusa se deslice por su hombro.
Había una vez una niña con ojos de abeja. La niña discutía y se peleaba con quien se cruzaba en su camino. Un día, la niña abeja encajó su aguijón en la piel de un joven y murió de un desgarro abdominal.
3 de julio
Dios santo, no sé cómo conservar los kilos. Se van, se van. Empiezo a pensar que tengo algo adentro, algo que se está comiendo lo que como, no sé. O quizás sí tengo huecos en las plantas de los pies.
Pensé que no me importaba, pero esto se está saliendo de control. Me queda grande la ropa y tengo frío todo el tiempo. Hago un esfuerzo por comer lo que me prepara mi mamá, sólo porque sé que se preocupa por mí, pero no me cabe. Me enojo y termino discutiendo con ella. A veces guardo espacio para poder comer en las reuniones y que mis amigos no piensen que soy una aguafiestas. Siempre llevo platos de postres y botanas y sería muy grosero de mi parte si no comiera lo que preparo. A veces como demasiado y me dan ganas de vomitar, pero me contengo.
7 de julio
Ayer vi a Cristina en la farmacia a la vuelta de mi casa. Le pregunté si vivía por la zona y ella se rio con sus dientes blanquísimos y me dijo que algún día me invitaría a su casa. Alcancé a ver lo que compraba: laxantes naturales, alcohol etílico, pastillas anticonceptivas, guantes de látex. Quise invitarla a mi casa, pero me dijo que nos veríamos en otro momento. Parecía tener prisa. Quién sabe. Siempre olvido preguntarle qué estudia, si tiene hermanos, dónde conoció a Raúl. Me duele mucho la cabeza y me tiemblan las manos cuan do intento escribir.
8 de julio
A veces siento que no tengo órganos ni músculos, sólo alambres apretando mis huesos.
Había una vez una niña diminuta como una hormiga. La niña trabajaba arduamente para tener un buen futuro. Pero sus esfuerzos siempre pasaban desapercibidos, y sus amigos acabaron por aplastarla sin darse cuenta.
10 de julio
Hoy me vi las manos y tenía como poros. Poros como los de la nariz. Revisé mis sábanas, pero no vi nada extraño. Pensé en sugerirle a mi mamá que fumigáramos la casa, pero me dio pena. Por alguna razón, siento que los poros en las manos son mi culpa. Además, no quiero agregar otro problema. Estoy muy flaca y creo que mi mamá se resiente conmigo por no seguir con la dieta. Discutimos todo el tiempo.
Decidí cortarme el pelo para que ya no se tape la coladera de mi baño. Lo hice yo sola, con las tijeras de la cocina. Me quedó chueco, apenas me cubre las orejas. Antes me hubiera importado, ahora parece estúpido, intrascendente. Mi mamá me vio con lástima. “¿Qué te hiciste, niña?” Ya no me dice “mi niña”, como antes.
A veces, cuando manejo, creo ver a Cristina en el coche a mi lado. Pero siempre que me detengo a observar
o saco la mano para saludarla, resulta ser otra persona. Hace un rato que no la veo y Jaime ya no hace fiestas en su casa porque la están remodelando. Quizás deba pedirle a Raúl el contacto de Cristina, pero no quiero que piense nada extraño.
11 de julio
Tuve una pesadilla. Estábamos en la playa. Yo tenía puesto un traje de astronauta y mis amigos se reían de mí. Cristina estaba completamente desnuda, me miraba con sus ojos de venado. “¿Qué te pasa?”, me preguntaba. De pronto ya no tenía el traje de astronauta, estaba en la cocina preparando botanas y postres para mis amigos. Mi pelo empezaba a caerse sobre el plato de dip de ostión. Se me caía un ojo dentro del tazón de betún para el pastel. Yo tomaba el ojo e intentaba meterlo en la cavidad correspondiente, pero estaba pegajoso y se me quedaba adherido a los dedos. Cristina se acercaba y me decía: “¿Te ayudo con eso?” Luego tomaba mi ojo con sus manos cubiertas de miel, se lo metía a la boca y me decía: “Yo me alimento de gente como tú”.
Ya no quiero manejar. Me paraliza el miedo a chocar y salir volando por la ventana.
12 de julio
Los poros de mis manos están enormes. Son casi agujeros. Ahora me tengo que lavar las manos más seguido porque no quiero que algo se cuele a mi interior y se me infecte. Quizás debería decirle a mi mamá, pero creo que me está evitando. Hace mucho que dejó de molestarme con la dieta del arroz y las tortillas y me deja comer lo que quiera. Peso 47 kilos.
13 de julio
Me llegó la regla por primera vez en varias semanas y no dejo de sangrar. Estoy usando guantes de látex para proteger los agujeros en mis manos y decidí raparme porque mi pelo no deja de caerse. Creo que mi mamá también tiene insomnio, a veces no me contesta cuando le hablo.
Hace mucho que no salgo de la casa. Estamos de vacaciones y mis amigos no han hecho planes. O quizás ya no me invitan, no sé. Quizás ahora prefieren a Cristina. No me sorprendería. ¿Quién no preferiría a Cristina, con sus ojos de venado y su sonrisa blanquísima? Tengo que detener todo esto y estar sana, recuperar a mis amigos. Estar sana. Recuperar a mis amigos.
18 de julio
Desperté muy flaca. Intenté verme en el espejo, pero mi mamá quitó todos los espejos de la casa. Alcanzo a ver los huesos diminutos de mis pies por debajo de la piel. Me quité los guantes para lavarme las manos y los agujeros están enormes, ya casi no me quedan manos. Ya no voy a poder escribir. Comencé a tomar pastillas anticonceptivas para detener la regla, pero el flujo es constante y no sé cómo pararlo. Mi mamá ya no entra a mi cuarto, sólo me observa desde el marco de la puerta, suspira y me dice que regresa al rato. Tengo mucho frío, mucho frío.
23 de julio
Me levanté de la cama después de varios días. Me vi en el reflejo de la ventana. No sé en qué momento se me cayeron todas las uñas, las pestañas. Voy a tener que buscarlas entre las sábanas y tirarlas a la basura. No quiero que mi mamá se dé cuenta, aunque ya no se ha asomado a mi cuarto. Siento los dientes flojos. Me duele mucho escribir. Me da miedo quitarme los guantes. Me da miedo ver mi cuerpo. Mis amigos me mandan mensajes, no han sabido nada de mí, me invitan a salir, suenan preocupados. Yo no les contesto. No quiero que me vean así. Me pregunto dónde estará Cristina.
Tocan a la puerta de la casa. Espero que mi mamá no abra…
Había una vez una niña que parecía un insecto que a su vez parecía una rama. La niña era flaquísima y muy elegante, y todos se emocionaban cuando la distinguían entre las ramas. Un día, la niña desapareció entre las ramas y ya nadie pudo encontrarla.
30 de octubre
Ayer fue cumpleaños de Jaime. Fuimos todos a su casa. Jugamos verdad o reto y me tocó el reto de meter me desnuda a la alberca. Todos dieron vueltas a mi alrededor, como si me rindieran culto. Casi lloro de la risa. Bebimos ron y cerveza, y Cristina me enseñó algunas posturas de yoga. Raúl me invitó a salir. La pasamos muy bien.
Ya estoy mucho mejor. Peso 58. Ya no tengo que tomar los licuados de proteína. Ya no tengo los huecos en las manos. Mi mamá ya duerme bien y otra vez tenemos espejos en la casa.
Después de la fiesta de ayer, Cristina me invitó a su casa. Tiene una colección muy extraña de insectos en frascos. Dice que su favorito es el de la polilla. Es una pequeña polilla muerta en el fondo de un frasco. ¿Qué clase de persona colecciona insectos en frascos? Aun que, después de un rato de observarlos, creo que entendí la fascinación. Ahora que lo pienso, mi favorito es el insecto que parece una rama. Parece una rama. Una rama.
Mariana Salamanca (Ciudad de México, 1995). Estudiante de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, campus Ciudad de México. Fue parte de la sociedad de alumnos de la licenciatura durante el periodo de 2017 y cofundadora de la revista Parábola, iniciativa de las estudiantes de esta sociedad. También fue practicante de trabajo editorial en el Fondo de Cultura Económica. Actualmente es editora de la sección de cine en la revista digital C de Cultura.