CONCURSO 49 / No. 210
Elizondo en China
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa
Martes 6 de agosto de 1963
Ayer fui inesperadamente invitado a un congreso de caligrafía en China. Por supuesto, he aceptado. Llamé a Michèle para invitarla. Dijo que no.
Miércoles 7 de agosto de 1963
Michèle se siente mal, al menos eso argumentó. Tal vez en parte es mi culpa por no llamarla antes, no lo sé. El viaje a Pekín será en diez días. De verdad me habría encantado que fuera conmigo.
La invitación vino de la Embajada China en México. Se reunirán investigadores con diversos enfoques culturales, en especial se hablará de la filosofía de su escritura. Siento como si el evento hubiera sido creado especialmente para mí; aunque también asistirá un compañero del Colegio. Él no estudia chino pero trabaja te mas de política y economía exteriores. Me dijo que existe la remota posibilidad de que China en cincuenta años sea una potencia mundial, tan o más importante que Estados Unidos; sólo me parecería verosímil debido a un notorio crecimiento poblacional.
Los chinos se reproducen a una velocidad infinitamente mayor a la velocidad con la que sería posible matarlos mediante cualquier arma conocida. Actualmente son setecientos millones. Dentro de veinte años habrán doblado esa cifra. Dentro de cincuenta años se habrán apoderado de Occidente. Y ese avance no puede ser detenido.
Sábado 10 de agosto de 1963
Acabo de recibir una llamada de Sergio. Recién estuvo en Pekín en febrero; ahora está en Varsovia afincándose en la embajada. Platicamos sobre el país que visitaré por más de quince días. Me contó que, cuando él estuvo allá, varios intelectuales emprendieron el autoexilio a zonas montañosas y otros fueron despedidos por el Partido después de quemar varias bibliotecas consideradas peligrosas para el Estado. No permaneció en China el tiempo que había acordado. Salió huyendo, así me lo dijo, de Pekín.
Me dio algunos nombres y números, el del embajador de México allá, y me recomendó leer a Lu Xun, su Diario de un loco. Le conté un poco sobre el tema que expondría allá, sobre la doble condición de la caligrafía, y le volví a hablar de Joyce, como la última vez que habíamos platicado. Él me contó que había imaginado un libro de corte personal que fuera a la vez el modelo de su arraigo a la literatura y su fuga: doble condición de la escritura. Me deseó mucha suerte y me dijo que me cuidara.
En una semana sale mi vuelo de veinte horas a China.
Domingo 11 de agosto de 1963
Recordé lo que me dijo Sergio sobre la quema de bibliotecas. Me atemoricé un poco al pensar en las momentáneas pérdidas que con el tiempo se transforman en ausencias que resisten tenaces a ser olvidadas. Instantes relacionados con un cierto tipo de abandono. Esto último me entristeció. Ahora escribo desganado en mi cama. En el estudio están mis libros, cada uno con mi nombre, la fecha y el lugar en que lo adquirí. Mis obsesiones se esclarecen en ese catálogo; mis anhelos, en sus vacíos. Alguien podría quemarlos, y yo, desaparecer.
Sé que la quema de bibliotecas es una de las principales acciones de los gobiernos con tendencia al totalitarismo, pero me horroriza la idea. Durante todo el siglo XIX y sobre todo en lo que va de éste, la quema de bibliotecas ha sido una constante.
Los sistemas democráticos son peligrosos por el ocultamiento de esas proposiciones. La síntesis de la historia de Occidente es un encubierto de sus constantes fracasos políticos. En México la más importante fue la destrucción de los códices prehispánicos. También la biblioclastia es un tipo de desmemoria.
Desde niño le temo al fuego. Recuerdo que alguna vez mi padre hizo una fogata en el patio; varios familiares estábamos reunidos alrededor, mientras él contaba historias sobre cine y yo observaba el fuego. Entonces el ambiente se tornó asfixiante por el olor a piel quemada. Mi piel. Había tomado una brasa con la mano de recha y durante un mes no pude cerrarla; la cicatrización transcurrió lenta y el dolor por momentos se agravaba. En los años futuros, cada que escribía, con frío, recordaba esa noche y el rostro de mi padre y a mi madre corriendo hacia la casa mientras yo me reducía del dolor y mis ojos se cerraban.
12 de agosto de 1963
Lunes. Mucho trabajo en el Colegio. Estoy terminando de preparar el texto que leeré en el congreso. La escritura que utilizamos en Occidente no es una escritura instantánea, sino sucesiva. En cambio, la que usan los chinos es una escritura que permite la representación instantánea de una situación general.
Volví a hablar con Michèle por teléfono. Sigue tercamente enojada.
También manché, sin darme cuenta, el saco que pensaba usar en mi conferencia en Pekín. Me molesté mucho. La mancha tiene forma de triángulo equilátero.
Martes 13 de agosto de 1963
La caligrafía entrelaza palabra y pintura, y su limitado vacío como posibilidad. Mallarmé lo había planteado desde la poesía: el silencio de la hoja en blanco late y se abre en el espacio que cesura la palabra. Los trazos de las grafías interrumpen la ausencia, como perturbación del instante, como simultaneidad.
En China la escritura dibuja estados concretos; sin embargo, la filosofía de su articulación dispone la existencia de estados inmateriales, sólo expresables en la conjunción de dos o más imágenes. Lo que no es posible representar como término real se crea como metáfora, como efecto. Por ejemplo, el amor carece de forma, es una cosa abstracta que no se puede decir, pero tiene sentido en su idioma como en cualquier otro idioma.
Cada pincelada es un gesto. Una experiencia concreta que busca lo inconcreto. Una liaison de concepto y vacío. La caligrafía como arte me ha enseñado a fundir forma y contenido.
El arte es una larga serie de experiencias, cada obra es un dato. El artista busca. No importa lo que busca, sino lo que encuentra.
“Después de haber encontrado la Nada, he encontrado lo Bello”. Como Mallarmé, eso espero.
Jueves 15 de agosto de 1963
Ahora que lo pienso, se sabe muy poco de los chinos; aun así, comparada con Occidente su cultura tiene dos o tres mil años más.
Nadie sabe, o casi nadie, que el último emperador de China, Puyi, murió asesinado en 1945. Al igual que su predecesor, Guangxu, que murió envenenado en 1908. Así como el predecesor de éste, Tongzhi, que murió asesinado, aunque también se dice que murió debido a una enfermedad de trasmisión sexual, en 1875.
16 de agosto de 1963
Día de resolver pendientes. Fui con prisa a la tintorería y terminé de hacer mi maleta. Hablé con mi casera y con algunos colegas del Colegio. Por último, le hablé y vi a Michèle. Está triste, algo preocupada por lo que le conté de Sergio y su experiencia china. Le digo que no se preocupe, no me pasará nada.
Espero no olvidar nada.
18-19 de agosto de 1963
Hoy llegué a China.
Hoy es mañana. Fueron veintiún horas de vuelo a contra sentido del movimiento de la Tierra, y al mismo tiempo me adelanté catorce horas en las zonas horarias. Ya se acaba el día y en pocas horas comenzará el 19 de agosto. Nadie me sabe explicar a bien qué pasó con el 18.
Día nefasto. El viaje fue más cansado de lo que esperaba. Casi el doble de ir a Europa. En el trayecto repasé varias veces mi diccionario chino-inglés y volví a leer L’esprit synthétique de la Chine. Dormí tres veces. A mí lado venía sentado un caballero chino vestido de negro, de baja estatura y lentes redondos, casi como los míos, parsimoniosamente callado. Parecía un monje, tal vez budista. Traté de platicar con él, pero se disculpó de no querer hablar. Lo observé de soslayo: permaneció con los ojos cerrados la mayoría del trayecto, sin señales de dormir; no se paró al baño y sólo comió las dos raciones de alimento que nos dieron y dos vasos de agua.
Al llegar al aeropuerto recordé el día que arribé a París a los diecinueve. El cielo se me entregaba con cierto recelo. En aquellos días prefería la pintura a la literatura; de alguna forma sigo prefiriéndola. La bruma se sucedía de un día a otro mientras pensaba que Francia siempre sería una sorpresa y París la clave para esa sorpresa. China, en cambio, es un misterio.
Después nos llevaron al hotel. Fue un trayecto de más de una hora. Aquí estoy.
Ya amanece. Más tarde, antes de bajar a desayunar, desempacaré.
Lunes 19 de agosto de 1963
Mi saco sigue manchado; lo empaqué sin revisar. La misma mancha al frente. No volveré a llevar nada a esa tintorería.
Todo está muy callado. Todas las calles. Lo noté desde el desayuno.
Los ideogramas de cada establecimiento son un deleite para mí. Los trazos de su caligrafía me hacen experimentar un continuo estado de asombro ante un arte que se acerca a la experiencia del lenguaje sin centro que imaginó Pollock. Cada persona articula distintos sonidos; no hay una única lengua oral china. Unos y otros no se entienden hablando, deben escribirse los caracteres en la palma de la mano para entender.
Las imágenes de su escritura son las que los acercan.
El signo y la idea son la misma cosa. “Imiter les chinois”, creo recordar que decía Mallarmé. Yo pienso que hay que imitarlos especialmente en su manera de escribir.
Me comentan que el Partido estudia y discierne sobre cada anuncio, para evitar malentendidos ideológicos.
Todo es color rojo.
Por todos lados la cara de Mao. Incluso los billetes lo tienen impreso. En su momento me lo dijo el embajador mexicano, pero no le creí: la conversión de dólares a yuan es injusta.
Yuan se escribe: 元, y es la unidad básica del renminbi, la moneda del pueblo. Los precios los marcan con el símbolo ¥ o la abreviatura RMB delante del número, o con el caracter 元 detrás. Espero no tener que comprar más rollos para mi cámara fotográfica.
20 de agosto de 1963
Martes. Hablé con Michèle; aquí eran las diez de la mañana mientras en México era la medianoche de ayer. Me dijo que me extrañaba. Yo también la extraño. Le platiqué lo que había visto hasta este momento y prometí hablarle de nuevo el fin de semana.
Nadie habla del gobierno. Ni mal ni bien; simplemente no lo hacen. Les pregunto abiertamente, y prefieren no responder o hablarme de lo bella que es la ciudad. Del desarrollo en todo el país. La antigüedad de su cultura. Su arte milenario. La Ciudad Prohibida y su silencio.
Hay una tensión en su silencio, como en la concepción del blanco de Mallarmé.
Me dicen que la censura es algo muy serio en China. Si los libros no son aprobados por el Estado, no se distribuyen, ni siquiera se imprimen. Y si por alguna razón alguien se atreve a hacerlo, puede ser arrestado, incluso torturado. Hay mucha distribución ilegal. La mercancía pirata parece fluir de Pekín a todos los rincones del país.
Aquí, escribir de manera crítica es peligroso.
21 de agosto de 1963
Miércoles. Hoy paseamos por la plaza de Tiananmén, símbolo de la nueva República Popular. Nos contó el guía que la explanada fue construida con fines políticos, para organizar actos de adhesión al Partido.
Al norte está la majestuosa entrada a la Ciudad Prohibida, a la izquierda se localiza el Museo Nacional de Historia y de la Revolución, y a la derecha se alza el Gran Palacio del Pueblo. Mientras explicaba todo esto vi a una mujer descansando a la sombra de un obelisco de unos nueve pisos de alto, esculpido en piedra. Quise fotografiar la escena. El cuerpo de la mujer parecía difuminarse por el contraste del suelo tan blanco de la explanada y la sombra. El guía me vio enfocando en esa dirección, se acercó y se interpuso. Me explicó en un inglés muy quebrado, como el de toda su explicación, que fotografiar a alguien en China es una importante falta de respeto si no se hace con el consentimiento de esa persona. Me sentí torpe, como un turista más. Después nos habló del obelisco: el Monumento a los Héroes del Pueblo, construido recién para conmemorar a todos los ciudadanos que en anonimato murieron en la lucha revolucionaria.
Posteriormente entramos a la Ciudad Prohibida.
Me asombré tanto que no quise tomar ninguna foto, no quise que nadie me fotografiara; hubiese querido que nos quedáramos ahí más tiempo.
El guía nos explicó que el último emperador no fue asesinado como todos los emperadores antes de él, sino que, después de la victoria del Partido, fue relegado de su cargo y se le empleó como jardinero; un trabajo igual de digno, señaló.
En el Museo Nacional de Historia y de la Revolución hay imágenes de Mao en cada salón. Al ver la imagen de las ejecuciones de varios disidentes políticos del régimen, recordé la fotografía que Bataille comenta en Les larmes d’Éros, que usé el año pasado en mi artículo “Morfeo o la decadencia del sueño”.
No creo que podría vivir en un Estado totalitario.
Aprender a descansar en el instante, escribió ¿Kafka? Los instantes son terribles porque son infinitos. La idea de postergación del sufrimiento es propia de la idea occidental del infierno. En cambio, el infierno y la posibilidad del cuerpo son abstractos en Oriente.
Mañana por la noche habrá una cena en honor a los invitados al congreso de caligrafía. También asistirán varios embajadores, incluido el de México.
Viernes 23 de agosto de 1963
Ayer bebí demasiado.
Un sentimiento de autodestrucción persiste en mí.
Una síntesis trascendente tiende a concretarse, pero sólo en los términos de una proposición delirante: ¿puede Occidente, por medio de una tradición humanística, absorber una tradición muchísimo más antigua, una tradición de orden técnico? Estamos ubicados en procesos opuestos, ceñidos a simbologías distintas: la oriental, con su ritmo peculiar e infinitamente pastoso de autosuficiencia; la occidental, con su vertiginosa manía de destrucción controlada. Me preocupa esto, ya que dentro de sesenta años la población de chinos será igual a la población actual de la tierra.
El siglo XX propone fundamentalmente dos hechos: uno de orden espiritual y otro de orden político. Bergson descubre la persistencia del tiempo a través de la duración. Proust concreta esta noción en un término de experiencia trascendente, es decir, en términos de espíritu.
Antes de la fiesta visitamos más museos y monumentos. Nada particularmente asombroso que recordar.
25 de agosto de 1963 Domingo. Traté de hablar con Michèle, pero no contestó nadie. Supongo que fue debido a la extrema diferencia de horario. Aunque tal vez, más allá de eso, nuestros relojes no coincidan, tal vez nunca han coincidido. Estamos desfasados. Uno de otro. Oriente y Occidente. Inevitablemente. La extraño. Cuando la conocí todo fue una escena de asombro y pasión. Ahora es incertidumbre absoluta. Busqué la manera de mandarle un telegrama: “Nada es seguro pero todo es posible”, le escribí.
Hoy he pasado un día deprimidísimo, en un país ajeno a mí. Los hombres aquí están condenados al silencio y el espíritu no es sino una posibilidad de diálogo, el ejercicio de un lenguaje común. Ese lenguaje no existe aquí; y si existe lo desconozco completamente.
Para expresar en ideograma el concepto tristeza se dice corazón frente a una puerta cerrada.
Lunes 26 de agosto de 1963
Hoy comienza el congreso de caligrafía. Repasé exhaustivamente el texto que leeré el miércoles. Por la tarde compré un I Ching, libro de las mutaciones.
El sentido mismo del texto, por su misteriosa ambigüedad, está imbricado en cualquier interpretación que se haga de él. Por eso el libro sólo se puede describir en los términos de dos escuelas rivales de interpretación: la ética, que lo concibe como un libro de preceptos; o la mántica, que lo concibe como un libro oracular.
El I Ching es interpretación del instante.
¿Qué giro dará mi vida tras este viaje?
大壯 / Ta Chuang
“El poder de lo grande. La perseverancia es ventajosa. Trueno arriba, en el cielo. El hombre no marcha por caminos que no están conformes con el orden. El despertar sobre la creatividad.”
Martes 27 de agosto de 1963
Las diferencias entre los modos básicos de pensar en China y en Occidente se fundan en el Principio de causación universal. Este principio, tan duramente juzgado por los filósofos ingleses del siglo XVIII, hace posible la formulación de juicios lógicos mediante la aplicación de los procedimientos de inducción o inferencia: ¿cuál fue la causa?, ¿cuál será el efecto? Cuando nos hacemos esas preguntas, dividimos la realidad en dos partes, pasado y futuro, para juzgar un fenómeno presente actual, por ejemplo: llueve.
Para el pensamiento chino eso que nosotros hemos dividido es indiviso o infinitamente divisible. Los chinos no se preguntan qué es el mundo; se preguntan, más bien, en los términos de una etiqueta filosófica que les ha tomado casi cinco mil años formular, ¿cómo está el mundo?
¿Cómo está en este instante el mundo?
El I Ching es la figuración verbal de una técnica que sólo en el siglo XIX fue no-verbal en Occidente: la fotografía. De esta manera, la fotografía es un instante arrebatado a su desaparición. El cuerpo que se plasma en una imagen se eterniza de forma paralela entre el infinito sufrimiento del olvido y el placer del recuerdo. El cuerpo-imagen pasa a un plano de realidad donde muerte y vida están suspendidas y comienza a formar parte del mundo que acontece en el instante.
El infierno en Oriente, lejos de ser un espacio ficcional, se relaciona estrechamente con su pensamiento de la realidad.
Jueves 29 de agosto de 1963
Ayer volví a beber. Todo comenzó después de mi plática sobre caligrafía, imagen y pintura. A la mitad de la conferencia me desvié un poco y comencé a hablar del principio de montaje de Eisenstein y cómo éste produce un efecto metafórico al crear un tercer estado más abstracto resultado del ensamble de dos imágenes anteriores. Como en un proceso dialéctico hegeliano, dije, y todos los presentes aplaudieron. Después continué, entusiasmado por la reacción: la escritura caligráfica china implica un proceso de materialismo filosófico, lo cual creo en verdad, pero ahora que lo pienso fue algo exagerado de expresar. Y dije: no hay nivelación ni coincidentia oppositorum, hay oposición dialéctica y síntesis de contrarios, opuestos o diversos. La escritura china es un sistema esencialmente metafórico y contextual; se aviene bien a la producción de efectos, lo que es, desde los tiempos de Edgar Allan Poe, el objetivo primordial que persigue todo el arte moderno. Baudelaire, primer seguidor de Poe, había identificado la posibilidad de este efecto. Así, la sensación alcanzada se instaura como resultado, como meta revolucionaria del lenguaje, como postergación sublimada de las oposiciones necesarias para su realización.
Noté que el traductor dijo algo de esto con emoción y al finalizar todos volvieron a aplaudir; no pude terminar de leer lo que había preparado sobre caligrafía, incluso algunos se pusieron de pie. Al terminar las mesas del día se acercaron unos dirigentes y me invitaron a una fiesta del Partido, a la que también fueron una pareja uruguaya joven y el embajador de Uruguay en China. Tomé toda la noche, más que la última vez; tanto que comencé a hablar en chino. No de una forma muy fluida pero lo suficiente para lograr defenderme ante delegados internacionales y miembros del gobierno. Algunos se sorprendieron, pero casi todos se alegraron. Incluso nos prometieron llevar a la comitiva hispanohablante a la Gran Muralla este viernes.
Viernes 30 de agosto de 1963
Consulté el I Ching antes de desayunar. Hay preceptos que, como formulaciones técnicas, permiten reconocer en perspectiva, en la identidad y el cambio de las cosas, un sentido a la realidad. Y a nosotros mismos en esas transformaciones.
Al igual que los ejercicios caligráficos develan rasgos de nuestro carácter. Posiblemente, el I Ching sea también un manual de caligrafía. Un manual de economía política. Un manual de crematística. Un manual de economía doméstica. Un manual de economía agrícola y comercial. Un manual de política. Un manual de retórica. Un manual calendárico. Y la posibilidad de que se trate de un juego de lenguajes.
Domingo 1º de septiembre de 1963
Estuve perdido en China.
Durante el tiempo que estuve perdido sufrí una crisis. Sentí un hundimiento.
El viernes nos llevaron a conocer la Gran Muralla, como lo habían prometido. La construcción más grande de la humanidad, la llamó el guía cuando nos bajamos de la camioneta. Éramos no menos de diez personas. Desde que llegamos comencé a fotografiar. Recordé los días que me pasé capturando cada rincón de Roma: cuando me maravillé con los contrastes de luz en las esquinas, las sombras en las esculturas y fuentes, y sobre todo los colores de los techos y el cielo.
Al llegar a la primera estancia de visita de la muralla leí en un cartel escrito en chino e inglés: “Bienvenidos, turistas, no se separen de sus guías.” Lo cual por una parte me recordó el vergonzoso episodio de la fotografía en la plaza de Tiananmén y, por otra, me hizo desear salir de la continuidad de ser un turista occidental común y adentrarme en lo que creí una experiencia verdadera en China. Así que para la segunda estancia de la muralla me separé del grupo. Esa separación fue mi primer error. Creer que podría mimetizarme con las personas que me rodeaban, porque lo que yo buscaba era adentrarme en el mundo de Oriente, fue mi segunda equivocación. Hay un grado de imposibilidad de adentrarse en el otro, sólo sorteable, sin embargo, a través de la escritura y la ficción.
El mundo en la ficción puede reducirse a un modelo potencialmente ordenable y reorganizado a conciencia y gusto propio: así, una obra sembrada en la impostura podría basarse en una voz ajena para comunicar algo propio de manera oblicua. Pensaba eso cuando iba caminando por fuera hacia la tercera estancia, e imaginaba que es posible, de alguna forma, desligarme de mi yo y adentrarme un poco más en los otros, en el mundo que se abría ante mí como posibilidad de no-ser y, en cambio, de estar. Pero las miradas de los chinos me incomodaban y quise regresar con el grupo.
Comencé a buscarlos. Regresé casi corriendo por la muralla en sentido inverso; no los encontré. Permanecí en una pequeña buhardilla cerca de donde se había estacionado la camioneta; ahí, recordé la tranquilidad del hombre que viajó a mi lado en el avión y traté de mantenerme en calma.
Comenzó a anochecer. Tuve miedo de que nunca se dieran cuenta de que yo faltaba. ¿Les hacía falta de alguna forma? Tal vez no. Yo sólo pertenecía a ese momento. Una mujer pequeña me dijo en un chino que apenas comprendí que podía dormir ahí, y me dio una manta color verde olivo. Me cubrí como pude y entendí que tal vez no hacía falta, que la vida del otro tiene la importancia que le damos al mirarlo, al sentir empatía. Después lloré; llevaba veintitrés días sin llorar.
Para la filosofía china el mundo está constituido por un número infinito de correlaciones cambiantes que sólo pueden expresarse en un instante. Un instante, que son todos los instantes.
El vuelo a México estaba programado para el lunes temprano y yo no sabía si lo alcanzaría. Para cuando se dieron cuenta de que no estaba en el hotel y mandaron buscarme, ya casi había terminado el sábado. No quiero escribir nada de lo que ocurrió el sábado; sólo escribiré que seguí tomando fotografías.
Al llegar al hotel traté de descansar, dormí un poco y arreglé mi maleta.
Dejaré mi saco manchado colgado en el clóset del hotel.
3 o 2 de septiembre de 1963
Martes o lunes, no sé. De nuevo veinte horas de viaje, ahora en retroceso.
Ayer domingo, un monje budista se suicidó en protesta por la opresión vietnamita sufrida a manos del dictador del país. El monje, Thích Quảng Ðức, se mantuvo inmóvil mientras se consumía por las llamas, sin emitir ninguna señal de dolor. Vi la escena al llegar al aeropuerto de México; la estaban pasando en varios canales de televisión. Se empapó de gasolina, tomó una posición de loto y se prendió fuego. La luz que desprendía su cuerpo, de alguna manera, concretó para siempre la imagen de un momento.
Para Occidente, los límites del dolor y la idea de infierno están ligadas estrechamente a la concepción concreta del cuerpo, y su delimitación dentro de la esfera del yo. Si pudiéramos salir de ese yo, accederíamos a la condición de verdugo, de quien dicta, observa e infiere dolor, placer. A una visión especular del otro.
En Oriente, en cambio, las posibilidades del cuerpo son más abstractas, por lo que un yo puede presentarse como verdugo de sí mismo: autoinmolándose, o infiriendo una tortura tan infinita que acceda a la esfera del otro, al estar muriendo su vida. El yo no existe como categoría, sino como posibilidad de reflejo del otro. De no ser Nadie, y ser descarnadamente desde los otros.
El budista encontró en un acto político la eternidad y plenitud de acceder a la vida de los otros al volverse el otro de sí-mismo: víctima y verdugo, al situarse en un espacio entre el dolor y el goce, en el instante donde se difuminan todos los límites.
Esto también es el mundo.
Por fin llegué a mi departamento. Nunca me había sentido tan feliz y tan turbado a la vez. Llamé a Michèle. No me contestó, de nuevo. Mañana iré a buscar la a su casa. Definitivamente más turbado que feliz.
¿Qué instantes habrá vivido Thích Quảng Ðức al estar muriendo?
Miércoles 4 de septiembre de 1963
Michèle salió de vacaciones. Sigue sin contestar mis llamadas.
La acción es un détournement de nuestra ineluctable voluntad de fracaso. La oscuridad de la noche es la déchéance del día, una deficiencia de la luz. El culto a la acción, inversión clarísima del siglo XX, es una forma de olvido de nuestras inagotables posibilidades de fracaso. Todas nuestras desventajas ante la civilización china se resumen en nuestro afán de explicación.
La esencia de la catástrofe es su inexplicabilidad, por eso la noción de catástrofe no existe en sentido cabal dentro de la idiosincrasia china. En China las catástrofes sólo acontecen de cierta manera, y no de otra.
También hoy han estado repitiendo la imagen del monje; le tomé una fotografía a la televisión para que persista en la doble memoria del instante. Algo escribió Cioran al respecto, algo sobre el presente como forma de lamento y su carácter dinámico y, a la vez, irreversible.
Tal vez lo que acontece en nuestra mente es la configuración de un solo instante: de puro lenguaje sin trama.
He decidido escribirle una carta a Michèle.
7 de septiembre de 1963
Se volvió a manchar otro de mis sacos.
Creo que comenzaré a escribir una novela.
Pierre Herrera (Morelia, Michoacán, 1988). Ha publicado los libros El otro Ocaranza (Premio de Ensayo “María Zambrano” 2014; SECUM, 2014; TextJockeys, 2016), Loop, una novela postcursi (NewHive, 2016), Objetos no identificados (Centro de Cultura Digital, 2017) y Dafen: dientes falsos (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2017), así como artículos de teoría literaria y cultural, poemas, gifs, memes, ensayos y más de 24 000 tuits. Ha expuesto algunas piezas intermediales. Fue parte del Seminario de Producción Fotográfica del Centro de la Imagen (2017) y del programa de escritura de la Fundación para las Letras Mexicanas (2014-2016). Actualmente estudia un doctorado en Teoría Literaria en la UAM-Iztapalapa y es editor de Broken English. Twitter: @pierreherrera.