Nuevos ecos del 68 / No. 211

Mas he aquí que tocamos una llaga


 
Eduardo Cerdán








Un hombre a una trompa pegado. Las bengalas que rasgaron el aire. El batallón de los guantes blancos. La plaza alfombrada de zapatos… Para la mayoría de quienes nacimos a finales del siglo pasado, la masacre de 1968 en Tlatelolco es un bisbiseo, un montón de historias a retazos, de imágenes borrosas. Nos llega un relato fragmentado, con voces que se enciman, se atomizan, se afantasman. Aún hoy no se sabe con certeza cuántos fueron los asesinados por el Estado. Era tal el escamoteo de información, que en 24 Horas —a la sazón el noticiario más importante de la televisión nacional—, Jacobo Zabludovsky salió la noche del 2 de octubre de 1968 a decir: “Hoy fue un día soleado”, su célebre y penosa frase, para luego “informar” que en Tlatelolco había tenido lugar un zafarrancho con algunos lesionados. Gustavo Díaz Ordaz —el entonces asesino en jefe— murió sin tener el juicio que merecía, mientras que Luis Echeverría —su secretario de Gobernación, que se movió entre la sumisión y una máscara de disidencia— se convirtió en el siguiente presidente del país, cuyo sexenio también se enturbió por un acto represivo: el Halconazo de 1971.

Este 2018 se conmemoran cincuenta años de aquel negro episodio de nuestra historia. Tocar la llaga de la memoria —que diría Rosario Castellanos— es siempre necesario, y lo es aún más a la luz de la todavía convulsa situación en México, que apenas en 2014 sumó a su lista de crímenes de Estado la desaparición forzada de cuarenta y tres estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa (el paradero de cuarenta y uno sigue sin conocerse y la “verdad histórica” del caso, esto es, la farsa que intentó vender la PGR, ya ha sido desacreditada por instancias nacionales e internacionales).

En el presente número de Punto de partida reúno a tres escritoras y cuatro escritores nacidos en los ochenta y noventa que revisitan los hechos turbios de 1968. (Va aquí mi agradecimiento a Laura Sofía Rivero, quien me acercó a varios de los antologados.) Después del 2 de octubre —como bien ha apuntado el ensayista Alejandro Toledo—, fue en la literatura donde realmente se narró el movimiento, de frente al silencio de la “prensa vendida”, como decían los manifestantes. Ahora, medio siglo después, siete miembros de la llamada generación millennial vuelven a evocar, desde la literatura y ya sin “el imperio de la emoción” a cuestas, un 68 visto con la perspectiva que da el tiempo.

Opté por disponer los textos de acuerdo con sus contenidos. Los que se fijan en personajes históricos cercanos al movimiento dan paso a aquellos que imaginan voces y figuras alrededor del hecho; y éstos, a su vez, anteceden a los que resignifican el 68 desde otros lugares y/o desde otros momentos de la historia.

El recorrido por estos nuevos ecos del 68 empieza con Fabián Espejel, que en su breve poema toma la voz de Gustavo Díaz Ordaz —nada menos— y logra una crítica certera a través del tono sardónico. Le sigue José Manuel Cuéllar Moreno, quien fabula —con un evidente aliento de novelista— un relato cuyo protagonista es el filósofo Emilio Uranga: ideólogo del régimen priista que pudo estar relacionado con la creación de ¡El móndrigo!, el diario apócrifo de un inexistente líder del movimiento estudiantil.

Enseguida leemos los textos, digamos, más imaginativos. La estructura porosa del poema de Dionisio Saldaña habla sobre la dispersión de la que escribía yo al inicio: se trata de una polifonía de voces anónimas que merodean los acontecimientos del 2 de octubre. A continuación, Lola Ancira diseña a un joven de finales de los sesenta que, en una novela sobre la Cristiada —hecho cercano a la memoria familiar del personaje—, halla el estímulo para tomar acciones en contra de la figura tiránica en turno.

Los últimos tres autores del número son los que analizaron el 68 desde otras perspectivas. Diego Rodríguez Landeros se fija en el cineasta Servando González, quien filmó la matanza de Tlatelolco por órdenes de Echeverría, y desarrolla el papel de la mirada cinematográfica como medio para la espectacularización de la barbarie y del despliegue de poder; Rodríguez relaciona lo anterior con el narcicismo de Nicolae Ceaușescu, presidente rumano que siempre tenía un grupo de camarógrafos a su alrededor. Aura García-Junco llega con una crónica-ensayo sobre nueve esculturas, ahora dispuestas en el trébol vial de Periférico e Insurgentes, que formaban parte de la Ruta de la Amistad: corredor escultórico de diecinueve obras creado a propósito de los Juegos Olímpicos del 68, cuya inminente celebración influyó para que las autoridades —con tal de mantener las apariencias— reprimieran a los estudiantes. Last but not least, Berta Soní escribe un ensayo en clave posmo que pone a dialogar la historia y la imagen, y discurre —entre otras cosas— sobre la insospechada relación entre Cesárea Tinajero, el personaje de Roberto Bolaño, y Lance Wyman, diseñador de la identidad gráfica de “México 68”.

De veras deseo que los lectores disfruten este número extraordinario en más de un sentido. Los textos aquí reunidos son un aguafuerte de la verdadera escritura en comunidad, ésa que nace del genuino deseo de crear con los otros. El tema no podría ser más pertinente y el espacio, además, no es cualquiera: como parte de nuestra UNAM —epicentro, ya se sabe, del movimiento del 68—, Punto de partida se ha distinguido por ser el caldo de cultivo para la creación emergente de al menos tres generaciones que hoy ya son la literatura mexicana.

En fin, la pregunta es: ¿qué les dicen los hechos de hace cincuenta años a los jóvenes de hoy? En las páginas siguientes se ensayan algunas respuestas.






Eduardo Cerdán (Xalapa, Veracruz, 1995). Narrador y ensayista. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde ha impartido clases desde 2015. Ha colaborado en publicaciones periódicas como Confabulario de El UniversalLa Jornada SemanalLetras LibresLiteralCrítica y La Palabra y el Hombre. Textos suyos aparecen en antologías de cuentos mexicanos y latinoamericanos (UV, BUAP, UAM-X, Ediciones Cal y Arena y Nitro/Press), así como de ensayos sobre cultura hispánica (Sussex Press). Fue becario de verano en la Fundación para las Letras Mexicanas en 2015. Parte de su trabajo académico y literario se ha traducido al inglés y al francés. Fue editor en Cuadrivio y ha colaborado con el Grupo Planeta México.