Jóvenes escritores zacatecanos / No. 213
Zacatecas, Zacatecas, 1992
El castillo de Atlante
Già molti cavallier sono iti a quello,
e nessun del ritorno si da vanto:
Si ch’io penso, Signore, e temo forte,
o che sian presi, o sian condotti a morte.
LUDOVICO ARIOSTO, Orlando furioso
Tomó la fotografía y, tiempo después, se dio cuenta de que Sofía Lago había estado ahí, al fondo de la imagen, perdida entre la profundidad del campo, antes de quedar sosegada dentro de sus pensamientos. Él trató de recordarla, como si eso pudiera acallar su estúpida resignación por tratar de borrar los detalles de su primer encuentro con ella, que ahora comenzaban a tomar sentido, justo cuando él estaba a miles de kilómetros y cuando pensar en ello ya no tenía sentido.
Aquella vez, durante la reunión de la Facultad, llevó su Nikon F3 para dejar constancia de la última velada con sus compañeros antes de viajar a Londres. Datemi pace, o duri miei pensieri. Ahora, evocar sus mejillas resultaba sencillo si lo comparaba con tener que acomodar los sucesos de aquella noche. Trató de hilvanar los acontecimientos que lo llevaron a hurgar el cuerpo de Sofía. Se había dejado llevar y ahora sólo daba vueltas dentro de un laberinto.
En Londres se hospedó cerca de Dulwich Village. Por las tardes frecuentó Crossroads para beber una taza de té, para leer o charlar un rato con miss Irene, la dependienta, una anciana regordeta con un acento escocés que en ocasiones le dificultaba la cabal comprensión de sus anécdotas y que siempre terminaban con un ameno cheers entre Fuller’s India en la barra.
Cuando encontró la fotografía en una de sus viejas libretas de apuntes se dio cuenta de que el deseo era un camino hacia la nada y de que sus intentos por retener a Sofía se habían esfumado. Quizá ella era tan sólo un fantasma o una ilusión, el hechizo que fue posible gracias al obturador y el diafragma al capturar un instante.