XIV y XV Concurso de Crítica Teatral Criticón / Teatro UNAM / No. 213

Los silencios que nos faltan


Reseña ganadora del Concurso XV


Ángeles en América
Dirección: Martín Acosta
Teatro Juan Ruiz de Alarcón, Centro Cultural Universitario
Temporada del 13 de mayo al 30 de junio de 2018


50%Hay un componente que hilvana un contenido indefinible, demasiado laxo y escurridizo para camuflarlo y perpetuarlo. Movidos por su flujo lo cargamos sin poseerlo, es la maqueta que acota lo posible acompañando al vacío, al blanco, a la nada. Aunque nos fallen las dicotomías, este componente —el silencio— posee las bondades de hacer pasar crímenes de odio por asesinatos pasionales, identidades por desviaciones, preferencias sexuales por enfermedades y enfermedades por tabúes. Y, desde ahí, desde sus estruendosos frutos, es capaz de negar lo que afirma.

La primera parte de Ángeles en América —escrita por Tony Kushner y dirigida por Martín Acosta— nos habla desde los espacios donde decimos los secretos: el baño de una oficina, el parque en el que hacemos largas caminatas porque volver es insoportable, la cama de un hospital cuando nos sentimos a punto de morir o esos otros planos que explora la obra —entre lo onírico y las alucinaciones— como otros resquicios para dejar de callar.

Es 1985 en Estados Unidos, gobierna el presidente republicano Ronald Reagan y el sida no es considerado un tema de salud pública, sino de moral. Los personajes son complejos y se cristalizan entre un fuerte discurso político, el arraigo de las costumbres y las ideas religiosas, algunas bromas ácidas y el dolor. Roy Cohn, interpretado por Diego Jáuregui, es un abogado de derecha que soluciona su vida con llamadas telefónicas; con ello podría controlar hasta al presidente, pero no su diagnóstico. Se trata de un hombre mormón que le oculta su homosexualidad a su esposa, Harper, interpretada por Diana Sedano, una de las mejores actuaciones junto con la de Fabián Corres, quien interpreta a un personaje diagnosticado con sida que es abandonado por su pareja (Louis, interpretado por Nacho Tahhan). Un personaje que da otras dimensiones a la historia es el de una persona afroamericana, interpretación brillante de Mario Eduardo León, que coteja otras desigualdades presentes dentro de la comunidad.

La obra se escribió en los años noventa, lo cual implica que hay una visión del mundo desde la cual aproximarse a los años anteriores: las percepciones, la ciencia, la información y los medios tecnológicos para acceder a aquélla son otros. Por eso, a pesar de que sea una obra tan necesaria en el México contemporáneo —en el que la extrema derecha se manifiesta de blanco contra el matrimonio homosexual, en el que dos candidatos a la presidencia firman acuerdos con ella y el ganador hace alianza con un partido ultraconservador, en el que se cometen crímenes de odio aún impunes, y en el que la discriminación por identidad y preferencias sexuales se normaliza en forma de bromas que aparentemente no cobran factura sino ante los “sensibles” y poco conocedores de la “cultura mexicana” en el mundial—, hay algo en Ángeles en América que se difumina en el fondo.

La imagen borrosa que nos cae del cielo es la silueta desnuda de Tanya Gómez surgiendo de entre los espectadores, un ángel como aparición de la enfermedad. Esta manifestación también está en Laura Almela, que interpreta a la madre de otro personaje, y en Diana Sedano, cuyo papel es el que cuenta con más problemas “propios”.

Los conflictos de las mujeres, asimismo, son silenciados o puestos en segundo plano. Su fuente es el contexto histórico en el que se basa la obra: pasa por la mirada de Kushner, pero también por la de Martín Acosta y su equipo. Si bien hay situaciones específicas de las que trata la puesta en escena —y que construyen su esencia—, también hay ópticas para abordarla.

Parecerá inofensivo, pero no sólo hay una invisibilización de las mujeres lesbianas en la historia, una accesorización de los personajes femeninos o una tendencia a incluir más personajes principales masculinos en sus obras; también existen repercusiones materiales en las actrices como trabajadoras y en su presencia dentro de la industria teatral.

Hay un cambio que ya se ha emprendido y que seguramente será paulatino, pero en una obra que aborda las desigualdades, otras no pueden quedar en el fondo; para reflexionar desde la mirada cotidiana, desde la creación y la industria, porque mientras luchamos contra lo que otros no ven, siempre estará “lo otro”, eso que todavía no somos capaces de mirar. Quedan silencios por romper.



Foto: José Jorge Carreón


Melissa Mariana González Caamal (Estado de México, 1995). Estudiante de la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la UNAM. Ha publicado en medios impresos y digitales. Realizó una estancia académica en el Instituto de Estudios Políticos de París.