2007 es el año de la literatura colombiana por méritos sobrados y acontecimientos varios: la designación de la ciudad de Bogotá, por parte de la unesco, como Capital Mundial del Libro, y el consecuente programa de actividades literarias y de promoción del libro y la lectura —entre ellas el encuentro Bogotá 39, que reunió en esa capital a 39 autores menores de 39 años—; el festejo por triplicado al más popular de sus escritores, Gabriel García Márquez —su cumpleaños 80, los 25 años de su reconocimiento con el premio Nobel y el 40º aniversario de la publicación de la emblemática Cien años de soledad—, y para cerrar el año, la dedicatoria de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara al país sudamericano, nuestro pretexto para editar este número especial de Punto de partida.
Gracias a la intervención del poeta Juan Felipe Robledo entablamos contacto con el también poeta y periodista Federico Díaz-Granados, quien con entusiasmo tomó la encomienda de presentar a nuestros lectores esta muestra, un sólido grupo de poetas de tonos y motivos disímbolos, inscritos por el antólogo en seis líneas estilísticas y estéticas definidas en su introducción.
La selección incluye obra de doce escritores nacidos entre 1970 y 1981, a manera de botón de muestra del rumbo de la nueva poesía colombiana. Además, cada uno ha escrito una pequeña exposición de motivos, su poética particular. En algunos casos se trata de una reflexión en prosa, en otros de un poema. El material se complementa con el espléndido trabajo de la joven artista plástica bogotana Rossina Bossio, reproducido en blanco y negro en estas páginas
La obra antologada sorprende, en primer lugar, por su cercanía formal y temática con la herencia y la tradición. Como afirma Díaz-Granados en su presentación, es posible “observar en esta muestra las características de una promoción que busca respuestas en la tradición poética y presenta menos intenciones rupturistas o neovanguardistas, consiguiendo con esto una poesía cuidadosa de la unión entre forma y sentido.”
En segundo lugar, porque en ella observamos temáticas poco abordadas en nuestro panorama poético joven: lo social, claramente expresado en Juan Carlos Acevedo; más sutil pero igualmente presente en la voz de Felipe Martínez Pinzón, quien vislumbra así el mapa de Colombia: “[…] de aristas temblorosas, un pedazo de pan agujereado / por los peces, que se hunde con el óxido de las monedas / en las piletas de las plazas”; o en esa entrañable defensa del libro que hace John J. Junieles en su poética: “Detrás de cada libro hay dos seres que no se están matando a tiros; alguien que escribe y alguien que lee”; y lo religioso, motivo con tratamientos formales distintos en los poemas de Ricardo Silva Romero o Giovanny Gómez, o en el tono místico de Alejandro Burgos Bernal.
Sabido es que esta generación de poetas nace y vive enmarcada por la violencia: la externa —casi tan cercana como la propia gracias a la globalización de la información— y la que ha vivido Colombia en las últimas décadas. Así, no nos extrañe la ausencia de un tono festivo en sus letras. Más allá del escepticismo, han sabido expresar con sobria belleza la amargura, pero también la cotidianidad, el amor, la ciudad: “he visto la ciudad recostada al río, / tendida en su orilla / como una bestia exhausta tras la / persecución” (Pascual Gaviria Uribe). Disfrutemos entonces las palabras de John J. Junieles, John Galán Casanova, Alejandro Burgos Bernal, Pascual Gaviria Uribe, Felipe García Quintero, Juan Carlos Acevedo, Ricardo Silva Romero, Catalina González Restrepo, Giovanny Gómez, Lucía Estrada, Felipe Martínez Pinzón y Andrea Cote Botero.
Carmina Estrada
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