EL TIRO INFANTIL, DESPREVENIDO
marcará siempre el centro.
La piedrita cae lentamente en ese mundo
oscuro,
y el ojo comienza a extenderse, a grandes
círculos,
inmenso,
recorriendo el fondo, abarcando el cielo.
Morirá lentamente. La pupila en lo más
hondo,
La pequeña mano ociosa.
Tiene sus días ese río
Pero tiene sus días ese río venido a menos,
ese río que llamaban de fiebre y de aguas modestas.
Alguien le presta sus poderes,
lo despierta de su ocio atareado y le aconseja la furia,
la embestida.
De nuevo puede esconder misterios entre sus aguas pardas,
dejar asomar el lomo de algún animal muerto
para tragarlo de nuevo con la avidez de una fiera mayor,
o mostrarnos orgulloso algunos restos de los estragos
que ha dejado entre los hombres,
arrastrando el botín que ha rapado a sus cuidados,
un botín raído de colchones, ruedas de bicicleta y alguna silla desresortada;
y es posible que su furia sea cruel
y que en medio de los despojos, como otro más,
baje el cuerpo de la muchacha ahogada.
Y puede oírse de nuevo su paso,
no la alegre canción de las aguas sino un rumor oscuro de piedras y troncos,
un ronroneo de malos presagios.
Cuando llegan esos días de gloria
me extraño del poco aliento
que parecen tener los encargados de cuidar su fuerza desbocada.
Desde sus orillas lo miran pasar,
escuálidos y curtidos de vivir entre las grutas
que traen las tintas de la ciudad al río.
No tienen problema en regalarle sus hilachas,
saben que bajarán los ímpetus
y de nuevo será hora de esculcar entre su lecho de piedras,
sacar sus arenas y arrullarse con su música más leve,
sólo a ellos concedida.
Celebran su arrebato
con la alegría del amo ante la gracia insolente de su perro.
Son las ondinas y los genios tutelares del río.
Famélicas y desgarbados.
Retrato de Camila (de la serie Expreso de imprecisiones),
óleo/tabla, 35 X 35 cm, 2007
Naos
No tienen las nubes sólo el lento ritmo de las
naos,
tienen además
el tardo y fúnebre paso del ultimo barquero,
mensajero que anuncia y trae la muerte;
y el blanco de las velas,
henchidas contra el viento y el sol.
Las frágiles velas,
en las que Conrad sólo viera telarañas e hilos.
Y sus sombras recorren nuestro mundo
sin emblemas, sin banderas
como si sólo fuese un sinuoso fondo.
(agosto de 1998)
Nervaduras
A contraluz el sol nos muestra los
intrincados caminos
sobre las brillantes hojas verdes.
Vemos sus venas, casi las sentimos bullir.
Más tarde cuando se hacen lisas,
de un mismo verde,
el sol afila, aguza el borde de una montaña
como si apenas fuera una nervadura.
(julio de 1998)
A vuelo de pájaro
A vuelo de pájaro
he visto la ciudad recostada al río,
tendida en su orilla
como una bestia exhausta tras la
persecución.
Tal vez beba un poco de agua
con la mirada fija e inquieta en la oscuridad.
Adivino su respiración agitada
sus costados que se ensanchan y se encogen,
en el titileo de las luces desde lo alto.
Está acorralada y temerosa,
es una presa fácil.
Guijarros
Y la voz del gran tonante clama: ¿pensáis en mí?
Y resuenan las entristecidas olas del Dios mar: ¿ya nunca,
como antaño, os acordáis de mí?
F. Hölderlin
Luego de la furia
y de las grandes batallas
luce exhausto el mar.
Parece arrullarse en su paciente murmullo.
Ahora su labor es propicia al sueño y el
silencio:
labra ocioso los restos que han llegado a él
por azar o desdén.
Hay en sus batientes orillas algo así como
cementerios sagrados,
guijarros divinos:
ahuecados, macizos,
brillantes y ondulados.
Como un Dios bondadoso, pule los
diminutos seres que le son
encomendados,
dejando siempre de ellos lo mejor,
construyendo su liturgia con migajas.
¿Podríamos venerar esos despojos rituales?
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