No. 147/EL TALLER DE PARÍS |
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muso.fobia (fragmento de novela) |
Jorge Harmodio |
octidi, piedad.salitrería (8/floreal/CCXIII/?) Sueño con una sucesión de alacenas: cada alacena esconde una variedad distinta del dolor. Abro la primera: la voz cantante dice: esto que estás padeciendo no representa ni una gota de todo el dolor posible. Abro la segunda: veo carne doliente, torturadores argentinos, inquisidores medievales, una cruzada de niños cabizbajos caminando con estandartes clavados en el cogote, reportajes de Ruanda, machetes. De pronto, un ruido extraño e insistente llama mi atención. Abro otra alacena y encuentro a un hombre con bigotes de ratón cantando una canción ranchera: es josé.alfredo, su dedo índice señala un corredor flanqueado de puertas abatibles por donde es posible otear mesas puestas, hornos, cocinas, manjares humeantes: son las especialidades culinarias que ex.coamante me enseñó a cocinar: sopa tailandesa para la cruda, gratinado de espinacas contra el frío, conejo al vino tinto en su cumpleaños, curry aporreado en aquel mortero hindú que le regalé, sopa de calabaza del huerto de sus padres, y hasta ese huevo frito para los días de alacena vacía. En eso, la voz de josé.alfredo se transmuta en una voz femenina que da órdenes. Despierto. Es la enfermera: tiene voz de sargento de caballería. Abre la ventana. Tengo frío. Me vale madre, este cuarto apesta. Pero tengo frío. Yo estoy sana, tú no te puedes levantar: te chingas. Sin que ella se entere, le cambio el perdón por el desayuno. El café con leche sabe a gloria y a madres juntas. Pan. Mantequilla. Labios anestesiados, que al calor de la mermelada quieren pronunciar un verbo: sobre.vivir. ![]() nonadi, ex.nidito.de.amor (9/floreal/CCXIII/21:14) Por la tarde el doctor B extrajo varios kilos de estopa absorbente de mi nariz. Dejó una pomada y una orden: úntesela diario. Luego firmó el alta y me quitó el catéter. ¿Me lo puedo llevar? ¿Para qué lo quiere? De souvenir. ¿No prefiere uno nuevo? No, quiero éste, el que pasó tres días en línea con el corazón. Lléveselo, pues, pero lávelo bien; nos vemos en dos semanas. Los músculos de las piernas hacen muecas de desagrado porque ya perdieron la costumbre del movimiento: órale, cuerpo, chíngale. Pian pianito. Gallo gallina metro. campo.fornio, línea.cinco, estación.del.este, línea.cuatro, estación.del.norte, calle.la.fayé. Al cruzar el puente sobre las vías, la tentación de un café en el Desliz me llama, pero las energías necesarias para cruzar la calle no se dan cita. Además, me da vergüenza entrar al bar con la cara llena de gasa. / El catéter yace quieto en el bolsillo de mi saco. Era de plástico el cabrón, y yo temiendo metal. Lo miro a los ojos. Tú no eres un souvenir. Tú eres un pinche catéter sin corazón. Con decadi, ex.nidito.de.amor (10/floreal/CCXIII/12:18) Dice Gumucio que tanto la novela como el matrimonio se sustentan en promesas que, cuando están a punto de cumplirse, se transforman en otras promesas. Si la mano que ayer giró la llave de ex.nidito.de. amor hubiera sido mano de novelista, sería posible leer la sorpresiva presencia de ex.coamante como una promesa a punto de cumplirse, una vuelta de pericia que, confiemos en el novelista, conducirá el relato hasta el final feliz. No fue así. La mano de ayer se quedó quieta, titubeante, y por toda reacción se llevó dos dedos tartamudos al rostro para buscar a tientas la gasa y constatar que la sangre había empezado a manar. El cuentista preguntó ¿qué haces tú aquí? Ex.coamante dijo que necesitaba hablar conmigo y me preguntó si quería un plato de curry. Me negué. Ex.coamante confesó que estaba sufriendo mucho, que lloraba a diario, que el insomnio la torturaba. Yo le expliqué que encontrarla así de pronto, tras una semana tan sanguinaria, era como si el doctor B y josé.alfredo me esperaran en la sala de la casa para anunciarme a dúo que hay que operar de nuevo. Pregunté ¿qué propones? Yo deseaba: regresemos. Pero ella no dijo nada. Yo tampoco. El silencio no le hacía bien a mis fosas nasales, así que bajé en silencio las escaleras y enfilé hacia el Desliz. Salió tras de mí. Me siguió un rato. Luego, como volviendo la espalda a una novela, se dio la vuelta y desapareció. quintidi, ex.nidito.de.amor (15/floreal/CCXIII/11:32) Hace diez años, un otorrino.laringólogo de la avenida San Cosme diagnosticó que yo tenía el tabique desviado, que la desviación era degenerativa, que tarde o temprano habría que operar. Como pertenezco a esa clase de personas que se refugian de las perplejidades existenciales en el diccionario, me conecté www.drae.es: tabique (del árabe tasbik): separación en una estancia, pared de ladrillo. 1. Pared delgada que sirve para separar las piezas de la casa. 2. Por extensión, división plana y delgada que separa dos huecos. Tabique, dos puntos, artilugio de separación, dispositivo para echar distancia de por medio y alejar, física o simbólicamente, dos huecos, dos piezas de una casa, dos zonas distintas de una estancia. Luego entonces un tabique recién remodelado es indispensable para poder consumar una separación. Y quizás, al auscultar mis fosas nasales, aquel otorrino de la avenida San Cosme presintió mi naturaleza fusional, mi no saber separarme y por eso diagnosticó que tarde o temprano necesitaría una cirugía de tabique, porque sin tabique no se puede sobrevivir o porque en el fondo el tabique fundamenta al amor.
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Jorge Harmodio (Mexicali, Baja California, 1972). Estudió la carrera de Ingeniería en Sistemas Computacionales. Es administrador de la página malversando.com, donde publica cuentos y minificciones. Un relato suyo aparece en la antología Nuevas voces de la narrativa mexicana (Joaquín Mortiz, 2003). |