Cuando menos se lo esperaba, un rugido salió de su boca como señal de que una fuerza oscura se había apoderado de ella antes del amanecer.
Despierta asustada, pensando que la fuerza pudo haber dormido con ella y en realidad no puede asegurar cuándo se introdujo en su cama. Prefiere consolarse y pensar que ha llegado con el sol, como un astro del infierno. Pero descubre que se engaña cuando, durante el día, su vientre se hincha; lo ve crecer como un bizcochito y en el atardecer, le nace un hijo. Inesperadamente ha traído al mundo a un demonio. ¿Y qué puede hacer ante el milagro indeseado? Se reveló en sus entrañas esa pequeña cosa viva que le creció y le nació de manera abrupta, sin que pudiera contenerlo. Si su boca emitió un rugido salvaje esta mañana, no fue porque quisiera maldecir al mundo, sino porque en el mundo hay fuerzas salvajes que se apoderaron de ella antes del amanecer.
Ayer despertó con el sonido de los coches que anunciaban, como siempre, la vigilia. Sin embargo, había sonreído a pesar de la expresión de envidia de quienes forcejeaban con el tráfico. Tal vez es una especie de orden jurídico que se produce en la generalización del descontento, como si en la lucha que se da entre el ruido de los coches y el penoso éxodo de la cama, la balanza del mundo se equilibrara por un instante.
De cualquier modo, ella había sonreído. Puso en marcha su casi inmutable plan cotidiano. Sentía un placer inmenso ante la certeza de que su vida seguía un orden estricto cuyas exigencias era capaz de cumplir a cabalidad. Se regocijaba ante la posibilidad de seguir las leyes de una casi simetría en una superficie blanca. Incluso la sonrisa con que comenzaba su día al sentarse en la cama la había calculado como el principio material de todos los días; ella se había propuesto originarlos a partir de una sonrisa; le gustaba imaginarla como algo que era independiente de ella y que la precedía. La sonrisa no era simplemente la sonrisa limpia y pálida que se dibujaba en sus labios, sino que existía en sí y lo que se reflejaba en su rostro era sólo una mueca, una imitación de la existencia superior que ordenaba el universo. Por eso, sonreír cada mañana era su forma de integrarse a ese ritmo inaudible del cosmos al que juraba pertenecer en cada latido.
Ayer se levantó de su cama. Importa poco lo que sucedió durante el resto del día, sólo interesa el hecho de que se haya levantado de su cama, porque eso la introduce en nuestro mundo. Ningún movimiento hubiera eludido el destino fatal del siguiente día. Tampoco esta reconstrucción de la historia de ayer cambiaría el hecho de que hoy, a ella, le ha nacido un demonio. Ningún suceso anterior puede explicar este presente. La cadena de consecuencias se rompió de manera abrupta y hay un hueco inconciliable entre ayer y hoy. ¿Cómo explicar que hoy, a ella, le ha nacido un demonio? Podría hacerse el recorrido a partir del momento en el que despertó, pero es inútil; el acontecimiento esencial ya había sucedido cuando ella, con un rugido grotesco, abrió los ojos. Si quisiéramos avanzar en la comprensión de la historia tendríamos que introducirnos en la cadena de hechos de su conciencia o, si se trata de un acontecimiento fortuito, conocer a la fuerza misma para saber lo esencial.
No es posible saber si hoy, al sentarse en su cama, ella sonrió como todos los días, o si el quiebre del orden comenzó desde antes del monstruoso nacimiento. Suponiendo que haya sonreído, lo único que ese acto fútil pudo haber hecho fue retrasar la conciencia de la ruptura unas cuantas horas, disimularla. En realidad, desde antes del amanecer ya todo había sucedido. El futuro ya estaba proyectado y la cadena de acontecimientos que va desde que ella se levantó de la cama hasta que el demonio nació de su vientre, sólo reforzó las posibilidades que ya estaban dadas. Esa cadena de acontecimientos se dio en virtud de que ya había sido sembrada la semilla, de que la fuerza oscura ya se había apoderado de ella. Todo constituye un momento desde que la fuerza se introdujo en su cama hasta que nació el demonio. Es sólo un momento, es indivisible. Por eso, es probable que hoy ella no haya sonreído al sentarse en su cama. En lugar de una pálida sonrisa, un acto grotesco instauró el nuevo día.
El suceso es un puro presente inobjetivable, es la absoluta sensación de haber parido un demonio. No hay antecedentes y las consecuencias poco importan. Después de parir un demonio, el futuro es algo a lo que ella pertenece sin darse cuenta. El futuro es siempre aquel presente: la imagen del parto y el demonio entre sus brazos. El porvenir ha adquirido la imagen de una cara de espanto.
Lo que puede ser comprendido es la sensación de derrumbe, el sutil desvanecimiento de la carne. La única imagen clara es el universo entero fragmentándose sin ninguna armonía. La única certeza es que, contrario a toda fe anterior al día de hoy, el corazón no marcha acompañado, está solo con su palpitar, no es dirigido en ninguna orquesta. Puede ver con claridad una cosa: en el aire se abren ranuras, como infinitas cremalleras abismales, ocultando monstruos.
Tal vez en este momento de la historia, que comienza a perder todo interés, ella le canta al monstruo canciones para dormirlo. Quizá tuvo la fuerza para matarlo y congelar para siempre el gesto espantado. Poco importa lo que vino después de lo contado. El único hecho digno de narrarse es el nacimiento y es un hecho simple: ella dio a luz un demonio.