No. 130/POESÍA CHICANA/LATINA

 
Guía del sueño para niñas



Versión de Zaidee Stavely


Girls guide to dreaming
Betina González

 

 

I

Cuando era niña
soñaba con vaqueros:
jinetes rudos, barbados, hoscos
cruzando pequeños pueblos sudorosos
sin detenerse,
cabalgando hacia
gonzalez-betina01.jpg el desierto, donde el sol se pone con
la boca llena de arena entre los aullidos del coyote.

Pero en Buenos Aires
no había vaqueros,
ni caballos,
ni coyotes.
Sólo teníamos el río más ancho del mundo,
un río con un nombre equivocado
que peleaba con la ciudad
por su vano misterio plateado de partidas y llegadas.

Cuando finalmente llegué a Texas,
había barrios de casas rodantes,
ocres centros comerciales,
flores extrañas,
edificios altos y vacíos,
luces de montaña rusa
y una autopista llena de inelegantes saludos.

Pregunté por los vaqueros,
pero la gente se rió
y apuntó hacia la frontera,
donde las cantinas
albergan la luz del día
con canciones polvorientas
y tequilas desconsolados.

“Los únicos vaqueros de verdad son mexicanos” dijeron
—y eso es algo
que toda niña debería saber
antes de ponerse a soñar—.
stavely-zaidee-guia01.jpg


II


stavely-zaidee-guia03.jpg Hace mucho tiempo,
en un país muy, muy lejano
había una niña que
soñaba
con un hombre
que deslizaba sus manos
sobre su cuerpo
y su cuerpo
crecía,
y crecía,
en precoz intimidad.

El resto del tiempo,
la niña iba a la escuela
donde aprendía geografía:
“América es un continente”
decía su maestra
pero la niña sabía que mentía
como una bruja malvada
porque América era ese líquido
que caía sobre su sueño
y le daba al hombre sus manos de celuloide
su traje blanco y su retorcida dulzura.


stavely-zaidee-guia05.jpg América era aquel lenguaje
de culpables signos de exclamación,
gimientes vocales marinas
y finales bisílabos.
América era aquel puerto
donde todo temible viaje terminaba
y todo preciado premio era ganado
por grumetes floridos
que llamaban a sus capitanes, poetas.

“América era un contenido
mucho antes de la geografía”—
eso la niña lo sabía muy bien
pero no decía nada
porque vivía en un
país muy, muy lejano
y estaba encerrada en una
torre muy alta
donde su cuerpo
empezaba a encoger.



Ilustraciones:
María Figueroa, ENAP-UNAM