Poética
He graduado el abandono a las pasiones, mermando la dosis lentamente. Adicto a la oscuridad, he tenido que abstenerme de la noche y conducirme por el día sin más sentido que el nocturno, a veces por el tacto. Me corté las palabras a la vez que el cabello, para que el silencio se me fuera notando en la cara. He roto mi espejo azotándolo contra mi rostro, hasta que párpados y catedrales se derrumbaron; y en la profundidad de un cántaro lleno del mar, he sumergido sangre y cristales que se agitan en demonios. Me quedo varias horas mirando un punto que puede ser el último punto del universo. Camino poco; cada instante sube, cada nube baja, desmiro cada transeúnte, cada milagro me sigue… y todo es un motivo más en el que aprendo algo viejo en que descreer, o en quien descreer. Me sostengo en lo poco que me estoy volviendo. Me contengo de loco que me iré quedando. Hoy por ejemplo: todavía creo en el dolor a primera vista; en el olvido como el suceso más importante de la historia, y por eso no hay nada más sensato que jurar olvido eterno. Hoy, alguien va a descubrir que ya nada queda en este mundo por traicionar; y el amor… el amor sólo es vaciar al otro de manera perpetua.
[…] me convertí en médico queriendo salvar cuerpos. Más tarde me convertí al cristianismo, queriendo salvar almas; y ahora heme aquí, queriendo salvar sueños […].
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Estética de la sangre indeleble
Tengo miedo de esas grandes palabras
que nos hacen tan desgraciados
James Joyce
Este poema va a salvar al mundo
—escribe
¡pobre poeta!—
mientras todos los hombres
son el hombre que baja en la noche
al fondo del alma a remojar sus guerras
túnicas blancas manchadas de
sangre
que no se cansará de hablar
El hombre esconde sus muertos bajo tierra
pero es la tierra quien habla
tarde o temprano
la inmola en piras
pero el fuego se dobla
y lo delata
tira los muertos al río
y los huesos forman caligramas tristes
que los demonios de otros mundos
leen con profunda pena y cierto escalofrío
¡He aquí la Guerra!
el poeta ha traído la guerra y la ha encerrado
golpeado aventado estos papeles
para que confiese
pero sólo sabe matar
y muda enloquecida y pestilente mira al hombre
Y el Hombre llora
Este poema va a salvar al mundo
—escribe el poeta—
y el hombre que son todos los hombres
en la belleza lava sus impuras manos
pero siguen manchadas
C-4 Abdicación al principado
(Misiva del Príncipe de las Tinieblas a Satanás donde, de algún modo, explica que la razón verdadera por la cual abdica al Principado es una bruja hermosa.)
Yo, Evián, que te ofrendé en hierofanía,
almas caídas por mi yugo y lanza,
perfeccionando el gen de la venganza
y el del horror a tu alta epifanía.
Como una perra para la matanza
concebí y amamanté a la Guerra un día,
la entrené para el fin de la esperanza,
y ha superado nuestra fantasía.
Empero, hoy dejo el mal y sus tinieblas,
renuncio a toda magia, al don de nieblas:
no es por amor que abdico al Principado;
¡aclaro! ni me ha hecho Dios converso,
ni el bien me quita oficios de perverso:
demonio adentro, Ella es quien ha triunfado.
C-16 Diablo adentro
Qué demonios pues, de rojo y alas de este diablo, que arde
y late amor tan sucio y triste, y se levanta en llanto y seña
a solas, por las noches, casi mal y casi ogro, monstruo
destrozado en su canción de sombra, lumbre
atragantándose en silencio de dragón atormentado,
y lentísima luna de carga; derramado amor
que es agrio y fétido como el vómito
—para surf, buceo vil— de los borrachos,
vulgar, mezquino como la razón
donde se revuelcan los pretextos, los soldados. Y también los asesinos.
Qué demonios, que va rojo y bah alas de este diablo, palpitante
pobre diablo, cintilando miedos de astro tímido, escondido
entre líneas de este pecho tachonado con intentos y borrones
de ti, los garabatos de tu rostro en crepúsculo
drenado en las aurículas de este ángel caído y aleteante
en mí, rabioso, izquierdo como la revolución
entre costillas, pero enfurecido de sentirse
enfermo terminal mi amor que tose
y a tientas camina, jorobado,
se acerca frankestein abriéndose de las suturas, este amor
que dispara adrenalina a la niña de tus ojos, huyendo como niña
por baños lúgubres y largos como esos bosques de los cuentos
de terror: amor de hotel otelo
y cena y cielo,
amor de celo, encelo y cama, pero amor, amor de(s)cierto.
Y diablo adentro,
enloquecido en el altar de la mitral
y el tálamo en demonio de rodillas recogiendo
las letras de tu nombre para armarse de tu voz
que reparar no puede las diabluras de este mal nacido,
ni sabe corregir estos latidos, presidiarios
en este corazón maldito como un ángel
al que miras como se mira al más repugnante
de los pederastas.
Qué demonios pues de feto vuelto loco
en el miocardio manicomio,
el de este amor que nace cada noche, amargo, como esos niños
que nacen inválidos y mueren,
mi amor deforme como la mola cancerígena, esperpento dando
un espectáculo circense, mi amor el peor de los engendros
imaginados sólo por la santa inquisición,
cómo pues, tendrá derecho —mi amor— a entrar con sus presencias
groseramente sucias a tu templo, con sus gotas negras
a manchar el blanco discurso de tu piel
y de tu historia, desenfocar la luz subliminal de tus ideas
y desordenar la transparencia de tus ratas.
Qué demonios de alas y de rojo en verbo impuro
que se atreve a ser en este amor que llega,
me viene del diablo más profundo,
del primate más antiguo y más salvaje, del peor de los infiernos
por todos tan temido, sacro amor y sin embargo ateo, dime,
cómo va a creer en dios si es diablo adentro el que lo aviva,
bestia en llamarada pero fuego malherido, incendio en epilepsia
pero fuego
con un sueño en busca de tus manos
para despertar, sentir, enloquecer, del diablo adentro que lo agita,
qué ridículo este corazón que se afana en la limpieza,
de hábitat y encierro natural de su basura y desperdicios,
donde cree —pobre amor— que se hizo gente este veneno, mío;
pan este demonio, dentro;
qué demonios de ventrículo mal remendado
y remedado ventrílocuo que sangre oficia, y habla
desde un dolor que nunca da la cara
y no por pena,
sino por la pena de ser muy feliz y obscuro
como dios poeta; pero triste, sólo un pobre y triste diablo.
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