Poética
La poesía es mi machete Mi infancia fue una selva tropical y un machete; una familia numerosa y una soledad inabarcable; un aguacero de mitos y leyendas y un almácigo donde cultivábamos el lenguaje. Mi infancia no estuvo llena de odios ni rencores, no conoció la vanidad ni la avaricia, ni la ambición ni la violencia; sólo el miedo habitó mi infancia: el miedo a quedarme callado, a tragarme las palabras, a indigestarme de vocablos. Aquella selva tropical me heredó aromas, colores, onomatopeyas… El machete me sirvió para formarme una idea del ritmo y de la forma: a machetazos firmes he tratado de educar mi torpe oído. En la casa paterna éramos tantos hablando al mismo tiempo, que nunca pudimos escucharnos. Escribir es escucharse a uno mismo antes de hablarles a los otros. La lluvia de leyendas fertilizó en el limo de mi memoria y cada día florece en mi lenguaje. Escribo poemas para alcanzar al ser humano; escribo versos para hallar al otro que soy, al otro que quiere ser mi hermano. Nada persigo con la poesía sino a la Poesía misma. No anhelo escribir el gran poema sino un Poema verdadero. Escribo poesía porque tengo miedo del silencio, porque hay una selva que ya no cabe en mi memoria y un ruiderío sonando en mi cabeza.
Vuelta del Húngaro
Siempre me gustó lavarme la cara con agua sucia
pues a la mugre que no se quita
no hay por qué andar cumpliéndole caprichos.
Pero nunca un agua tan hedionda y colorada
como aquella que nos dieron en Porvenir Chiapas
un día cerca de Semana Santa.
Tiesas me quedaron las manos y la cara
Tieso también el corazón de tanto frío.
Íbamos de regreso hacia la costa
después de andar semanas en la Sierra Madre.
Días sin dormir lo suficiente,
de comer demasiado poco y caminar descalzos
entre los oscuros cafetales.
Días de masticar bejucos de agua
para mitigar la sed y burlarse del estómago.
Ni mi padre ni yo teníamos miedo de andar en el monte
No nos atrevíamos a ser cobardes
Sabíamos que entre la selva y los cafetales
el peor enemigo es el miedo
Uno puede quedarse loco para siempre
o ser víctima de sus propias calamidades.
Nos urgía llegar al corazón del Soconusco
para ver la representación del Viacrucis
pero eran cientos los kilómetros
y muy espesa la selva que nos separaba.
Al fin mi padre decidió que nos sentáramos
a la orilla del camino
a esperar un carro que nos llevara de regreso.
A media noche escuchamos el motor de una camioneta
y nos levantamos sacudiéndonos el cansancio
Mi padre habló con ellos y llegaron a un arreglo
Súbanse, cabrones, dijeron los hombres,
que venían borrachos de tanta noche.
“Más adelante están tirando caballos muertos,
pasando la Vuelta del Húngaro;
quizá los veamos en la madrugada”
dijo el chofer: un indígena mame
que tenía los dientes tapizados de oro.
Acomodé un costal en la redila,
y me dormí cobijado por la viscosa neblina
y arrullado por el golpetear de la terracería.
Al clarear el alba desperté
mareado por un profundo hedor que subía del barranco.
Un poco más tarde,
cuando dábamos vuelta en una curva,
vimos levantarse inmensas nubes de zopilotes.
Un cielo negro y hediondo
que ofuscaba y escocía la vista
Un cielo enzopilotado
que lloviznaba vísceras de caballos.
El chofer no podía avanzar rápidamente
porque los carroñeros volaban muy bajo
o devoraban tripas en medio del camino.
Una peste se instaló en mi estómago
dejándome un dulzor de piloncillo.
Un caballo muerto es un pueblo pudriéndose,
nadando y ahogándose en su propia mierda.
Dos: son un infierno derramando azufre.
Durante varios kilómetros seguí viendo la negrura
y oyendo el ensordecedor zumbido.
Al llegar a la costa
las olas del mar eran alas negras
de zopilotes que se empujaban
para dejar su vómito en la playa.
En el Viacrucis creí volver a ver los caballos muertos
y a los zopilotes devorando carroña;
pero era la imagen de Jesucristo
que llevaban cargando las mujeres enlutadas.
Desde aquella visión de la Vuelta del Húngaro
no se me quita el dulzor en mis entrañas.
Y nunca han dejado de planear sobre mi cabeza
nubes cargadas de tripas y excremento.
San Jorge
Boca abajo encontraron en el lodazal
al primo Margarito
A quien todos conocían con el apodo de san Jorge
porque nunca se bajaba del caballo.
Con cien machetazos en el rostro
y cuatrocientos más por todo el cuerpo,
era un enorme pez en filetes
que causaba dolor y mucho asco.
A mediodía parecía una escultura de barro
con ojos de sangre viva
y labios amoratados.
Esta muerte es por amor, decían unos
Otros afirmaban que fue por pleito de borrachos
tal vez una partida de naipes,
una mentada de madre en el palenque
o una mirada a la mujer de otro.
Nadie vio a los asesinos
Alguien dijo: yo escuché ruidos en la noche
pero pensé que estaban leñando
Se oía como cuando tiran una ceiba
a puro machetazo.
Su caballo no aparecía
Sólo estaban las huellas de sus cascos en el lodo
Una de sus hermanas las fue siguiendo por todo el vado
pero pronto perdió el rastro
y regresó con lágrimas
y nunca volvió a pronunciar una palabra.
Cuando las moscas azules llenaron de terciopelo
la cara de Margarito,
el juez decidió que levantaran el cuerpo
y el dolor de los hermanos lo llevó cargando en hombros.
No le quitaron el limo para enterrarlo
porque temían no encontrarle el rostro
o quizá encontrarlo irreconocible.
La tierra debe volver a la tierra:
dijo su madre en el sepelio
mientras le aventaba terrones al ataúd
y se oprimía el corazón para no sepultarse con su hijo.
Varias semanas después
cuando llegaba la medianoche
nos levantábamos asustados
porque oíamos relinchos en el patio
y cascos que martillaban la piedras.
Como en un romance de García Lorca:
“Un caballo malherido
llamaba a todas las puertas.”
Víctor García Vázquez. Ha publicado un libro de ensayo: Mujer de niebla (Premio Nacional de Ensayo 2001); dos de poesía: Raíces de tempestad (Editorial Daga, 2001) y Tejidos (Lunarena/BUAP, 2003), y cinco libros de texto sobre redacción (Bookmart) y literatura (MacGraw Hill). Ha sido antologado en Puebla, la ira de Dios (Secretaría de Cultura de Puebla, 1999), Espiral de los latidos: poesía joven de la zona centro del país (Fondo Regional para la Cultura/Conaculta, 2002), Sirenas y otros animales fabulosos. Antología poética (Poesía en el andén, Alforja, 2006), Miscelánea erótica (BUAP, 2007), La luz que va dando nombre: veinte años de la poesía última en México (Secretaría de Cultura de Puebla, 2007); y en el libro de ensayos Aristas: acercamiento a la literatura mexicana (BUAP, 2005). Publica crítica literaria en diversas revistas y periódicos nacionales.