Poemas del oficinista ocioso
(fragmentos)
1
Soy un oficinista ocioso.
Estoy en el pozo de los ascensos.
Soy el primer peldaño de abajo hacia arriba
y el postrero inversamente hablando.
¡Oh! sabios San Lucas y San Marcos cuánta razón tienen.
Tengo 3586 compañeros en el sindicato
pero quienes verdaderamente me acompañan
son los ratones, las cucarachas y las polillas
que diariamente roen la monotonía del tiempo.
Mi fuerza está en la debilidad.
Mi importancia en la insignificancia.
Soy un cuadro,
un mueble oxidado,
un estante viejo,
no puedo faltar,
soy parte del inventario.
Soy un dios… ¿un dios?…
Sí, un Dios oscuro que todo lo ve y lo sabe.
Aunque las cabezas caigan.
Yo. Permanezco.
2
El área de trabajo
es una zona irreal.
Aunque afuera haya frío
adentro un viento tibio recorre las oficinas;
si el calor en el exterior
incide como montaña nevada;
la podredumbre más allá de la puerta
aquí la limpidez gobierna clara y precisa;
si la tristeza muy lejana
por acá la sonrisa fabricada;
si allá quietud
aquí movimiento.
Si allá armonía
acá el caos.
6
Busqué el amor por la playa
y me topé
con la sal tendida a pierna suelta,
a lo lejos una pareja se devoraba mutuamente.
Me disfracé de payaso con traje y corbatín prestado,
roja nariz ajena y sonrisa rentada,
pero al menor gesto de mi sonrisa,
caían lágrimas como granos de maíz.
Quise ser serio contador de números,
de fortunas de otros y sentirme importante.
Quise ser recto como las líneas del planchado de mis pantalones,
quise ser pulcro como el afeite de mi barbilla,
quise ser intachable como una hoja en blanco.
Sin embargo
no era más que un vil engañador
porque ninguna de estas vidas era la mía.
7
Si tuviera un hijo
no le llamaría la atención
por sus borracheras,
por su mala educación,
por sus excesos.
Lo dejaría libre sin atarlo a mí.
No le impondría un
Padre nuestro, un
Ave María,
un
Hare Krishna…, un
illah illa…,
pues parece grosero tratar a los otros
como tontos.
Si tuviera un hijo
ya hubiera muerto de vergüenza
siendo un oficinista ocioso.