Poética
La poesía es como tal un auto de fe ante el lenguaje sublime de los seres humanos. Una constitución, donde el lenguaje se sumerge ante las profundidades menos rescatables del habla. Es una conspiración del hombre ante la inquietud del ser por todas las creaciones inevitables que, al constituirse como una forma invisible, la voz del poema mismo nos señala dónde queda volando la poesía, la poética.
Ser un vaso de agua, beberlo, digerir, bocado por bocado el alimento diario. Dormir, hacer el amor, masturbarse, enloquecer, sonreír, voltear a ver, quedarse ciego, hablar, escribir, hacer poesía, son todas fuente de una inspiración atropellada, sorda, insospechada.
La poética suele salir a flote dentro del poema, antes del poema, después del poema. Dentro del estudio de la poética, el análisis, la forma, la estructura, podría venir sobrando. Como la gota en el vaso de agua, el bocado a medias, el sexo barato.
Cuando en vez de no tocar la parte más sublime de algún verso, el verso se levanta como un tigre y se encarama como un perro ante su perra y se emociona como un ente transgénico o grita o se subleva o muere y reencarna, hay que dejar sin puntos ni comillas las palabras, para que no se venga ante nosotros como un gargajo al excusado.
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La piel que me protege
Quién sabe si esta piel que me protege, cortará con sus vellos cualquier similitud de corta inspiración. Quién sabe si la corta palabreja que yo escribiera antes o después, va a salirse con la suya y andará de vaga por las latitudes del poema. Quién sabe si el tiempo corto encanecerá de viejo y no podré jamás cortar un tulipán para jactarme de este verso.
A dónde pues, éste mi pueblo que agoniza. A dónde mis pies lacerados por el ruido que me ahorca. A dónde las voces de todos los putillos bordadores de míseras palabras. A quién voy a atender mañana por la voz y soltarle dos que tres puñetazos para esa su malalengua y malamaña.
Quién sabe si esta piel con la que escribo me proteja. Me reserve y me preserve para nuevas concordancias. Así es la voz del niño que nació bajo la voz del precoz cuerpo de su madre. Así es la lengua que no escupe ni vomita verborrea. Allá, pues, los que ladran. Los que piden el pan jalándose la pija por no saber dónde cavar un hoyo y meter un pie que no camina. Porque no tienen pechos dónde eyacular, ni vaginas donde entre su raquítico zancudo a morder la manzana de la vida.
A dónde irán sus vértebras tan curvas. Qué terca su andanza de cortar la hazaña de gritar y no escuchar la brecha menos belicosa. Ellos, los que ladran con ganas de ser lunas, de bajar al sol con una soga al cuello, andan muriéndose en las calles, llevan el brazo bajo el libro y éste los circunda, como cuando niños el filoso bisturí los dejó incautos y verduzcos. Una clase más en extinción.
Naranjero
Cien por treinta y cinco naranjas al hombro
en las esquinas
Revientan el adoquín a cascarazos
todas las lenguas de la avenida
Y fluye
gota
a
gota
la sangre del muchacho
en dos monedas de a cinco
La que viste a quemarropa
A Julissa
Viene del mar, de lejos. El sudor resbala torpemente sobre los brazos míos, tercos como el anzuelo en la espera de nada. El sol a quemarropa, ella a quemarropa. Lumbre en las arterias. Alumbro un corazón a base de saliva.
Viene del mar, de lejos. Abre sus piernas y entra el punzón del aire a fatigar por su placer, un nido de serpientes retorciéndose de sed. Abre sus manos y entra inmaculada la sangre de la vida. Y el mar, impávido respeta su quietud. La luna que apenas se aproxima a salir de este verano encáustico y malévolo, alerta con su sombra la finitud del día.
Viene del mar, de lejos, la que viste a quemarropa. Ella, la misma. La muchacha del sol a sordas longitudes.
Y la espero, a merced de una cerveza helada que ensancha cualquier posibilidad de escribir palabreríos al río de mi sed agónica y finita.
En la espera de nada como esperando las huellas de sus sandalias azules en la arena del mar. Ella, la de rosa y azul como el color del cielo a las seis de la tarde. Ella, la del cabello suelto, toma el refresco helado en un cuarto para mí desconocido, desorbitado. Y sus galletas se muelen súbitamente entre sus labios y deja caer migajas para que un pez encuentre lánguidamente a la putilla del rubor azul.
Y viene del mar, con sus olas enormes e imponentes. Y viene de lejos, ella, la desnuda, la única que viste a quemarropa sin soles ni estrellas que desciendan a quererle abrir el corazón para aventarla al final de este párrafo y puedan terminar mis manos, un texto sudoroso, marítimo e insoslayable.
Sueño de una noche sin veranos
Muertita, te saludo desde mi balcón. Mira cómo el cielo se cae con sólo parpadear. Mira, aquí los pájaros no vuelan y en cambio andan de cable en cable lanzando picotazos. Acércate, la luna esbelta puede atravesar mis ojos como palillos que pican aceitunas. Muertita, levántate y déjame lunar en tu lunar pintado.
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Fernando Trejo. Estudia la licenciatura en Comunicación en la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha publicado los libros de poesía Circuito Amor (Jitanjáfora, 2002), Raíces de un sueño (Viento al Hombro, 2002), Por las mujeres, hermanos, escribamos (Viento al Hombro, 2005) y ¿A dónde van las palabras? (UAEM, 2006). Ha obtenido, entre otros reconocimientos, el Premio Estatal de Poesía Eliseo Mellanes Castellanos 2006, el tercer lugar en el Premio Universitario de Cuento Corto Augusto Monterroso (UNACH, 2005) y el tercer lugar en el Premio Universitario de Poesía Joaquín Vásquez Aguilar 2006. Compilador y coautor de Antología arbitraria de poetas jóvenes de Chiapas (Edysis, 2005) y Porque algún día faltarán cuentos. Antología (otra) del cuento joven en Chiapas (Ediciones de El Animal / Coneculta-Chiapas, 2007). Su trabajo ha sido incluido en los volúmenes colectivos Alba por los caminos (UNACH, 2006) y “En el vértigo de los aires. Muestra de poetas nacidos en la década de 1980” (Alforja Revista de Poesía, núm. 37, 2006). Becario del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico del Coneculta-Chiapas en 2005 y 2008.
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