No. 123/TRADUCCIÓN |
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Juan y Beatriz (Fragmento) |
Laia Jufresa Álvarez |
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
Título original: Jean et Béatríce,
obra de teatro de Carole Fréchette, Léméac / Actes Sud-Papiers, Arles, 2002 |
Personajes:
BEATRIZ JUAN La acción sucede en una amplia pieza casi vacía. Al centro, una ventana panorámica con una abertura minúscula para la ventilación. A un lado, una única puerta cerrada con llave. Un sillón, bastante imponente, situado frente a la ventana. Prendidas con alfileres a la pared, varias fotos, todas del mismo tamaño. Sobre una pequeña mesa, una cámara Polaroid. En una esquina, una canasta con manzanas rojas y brillantes. Sobre el piso, decenas de botellas de agua, vacías y llenas. Y también, repartidos por el suelo, algunos corazones de manzana que se oxidan tranquilamente al sol. El clima es agradable. Por la ventana percibimos algunos rascacielos que brillan bajo la luz del final de la tarde. Algunos pájaros, tal vez, pasan de repente. Estamos en el piso treinta y tres. Sentada en el sillón, mirando hacia la ventana, una mujer joven come una manzana. Es Beatriz. El ruido de las mordidas resuena en la pieza casi vacía. Beatriz tiene el cabello largo, ondulado, hasta los riñones, como las princesas de la Edad Media. Después de un largo rato, alguien toca a la puerta. BEATRIZ: ¿Sí? No hay respuesta. Tocan de nuevo. ¿Quién está ahí? No hay respuesta. Beatriz avanza lentamente hasta la puerta sin dejar de morder su manzana. Saca una llave de su escote, abre el candado, abre la puerta. Del otro lado de la puerta un hombre, doblado en dos, intenta recuperar el aliento. Es Juan. Tiene una maleta negra. Beatriz lo hace pasar, cierra de nuevo el candado y guarda la llave en su escote. Juan todavía está ligeramente doblado; un calambre del lado derecho lo molesta enormemente. Intenta hablar de nuevo, pero Beatriz lo interrumpe. Sí, ya sé, el elevador está descompuesto, subió treinta y tres pisos a pie y no vio a nadie en la escalera. Se preguntó si no estaría abandonado el edificio, y si finalmente todo era una farsa, o tal vez una emboscada. Por ahí del piso dieciocho, comenzó a sentir un vago desánimo y consideró, durante varios minutos, la posibilidad de retroceder. Pero en seguida continuó. Subió los últimos quince pisos a paso de carrera, como el verdadero atleta que es. Lo que lo cansó no es tanto la carrera sino el calor, que era insoportable en la escalera. Por cierto, se deshidrató completamente y, a propósito, no tendría yo un poco de agua. (Le tiende una botella de agua. Juan no la acepta.) Pero discúlpeme. Hablo demasiado. Ella bebe un gran trago. JUAN: ¿Cuánto? BEATRIZ: ¿Perdón? JUAN: Substancial, ¿quiere decir cuánto? BEATRIZ: ¿A qué se refiere? Juan saca un papel de su bolsillo. JUAN: ¿Este anuncio es suyo? BEATRIZ: Sí, es mi anuncio. JUAN: Y aquí, mire lo que está escrito. RECOMPENSA SUBSTANCIAL. BEATRIZ: Sí, está escrito. JUAN: ¿Cuánto? BEATRIZ: No en seguida. JUAN: ¿Perdón? BEATRIZ: No hablamos de eso en seguida. Ella toma la cámara Polaroid de la mesita. JUAN: ¿Por qué? BEATRIZ: ¡Sonría! (Le toma una foto. El no sonríe.) Es para mis archivos. JUAN: La recompensa, ¿de cuánto es? BEATRIZ: (Viendo cómo aparece la foto.) ¿Siempre sale usted tan serio en las fotos? Sin responder, Juan se pone a leer aplicadamente el texto del anuncio que tenía en su bolsillo. JUAN: Anuncio para los hombres de esta ciudad. Joven heredera, lúcida e inteligente, que no ha ayudado nunca a nadie... BEATRIZ: Amado. JUAN: ¿Perdón? BEATRIZ: Que no ha amado nunca a nadie. JUAN: (Interrumpiéndola.): Que no ha amado nunca a nadie, ni a su madre, ni a su padre, ni a su gato... BEATRIZ: (Continuando con el texto que se sabe de memoria.) Ni a su tía de Estados Unidos que le mandaba cien dólares en Navidad, ni a su nana Juanita que le hacía bizcochos con pepitas de chocolate, ni a los catorce amantes que tuvo en quince años de vida sexual. JUAN: (Continuando la lectura.) Esta mujer busca un hombre que pueda interesarla, conmoverla y seducirla. En ese orden. RECOMPENSA SUBSTANCIAL. (Mostrándole a Beatriz el texto.) Aquí está escrito. En mayúsculas. BEATRIZ: (Sin mirar.) Lo sé. Y abajo, en letras chiquitas: los interesados pueden presentarse en el piso treinta y tres, etc., etc. JUAN: Bueno. La recompensa substancial, ¿de cuánto es? BEATRIZ: (Acercándose a la ventana.) Venga. (Juan se acerca.) Mire allá abajo. (Juan mira.) Es mío. JUAN: ¿Qué? BEATRIZ: La calle, abajo, es mía. JUAN: ¿Como que la calle? BEATRIZ: Todo lo que hay en ella, entre el vendedor de souvlakis de la esquina, allá, y el bar gay de la otra esquina, todo es mío. JUAN: ¿Todos los edificios? BEATRIZ: Todos los edificios. Contando éste. JUAN: Todo es suyo: ¿las tiendas, las bodegas, los departamentos? BEATRIZ: Todo. Me lo dio mi padre. Estaba escrito con todas sus letras en su testamento: Le dejo todas las calles que poseo a mi hija Beatriz. JUAN: ¿Su padre? BEATRIZ: John Dutrisac. El magnate del basurero plástico. JUAN: Nunca oí de él. BEATRIZ: ¿Tiene usted un basurero de plástico? JUAN: ¿Perdón? BEATRIZ: Seguramente usted tiene un basurero de plástico. Todo el mundo tiene uno. Incluso los pobres. Es lo que hizo la fortuna de mi padre. Todo lo que usted tiró en su vida, todos sus residuos, sus plumas viejas, sus cartas sin terminar, sus restos de spaghetti, es él quien los recogió. Se necesitaba un genio para pensar en eso: recibir todos los desechos de Occidente en contenedores de plástico. Con el dinero de los basureros compraba las calles. Soñaba con poseer un barrio completo, con la gente que hay adentro. Pero murió en un accidente atroz. En la ruta 11, entre Sainte Adèle y Mont Rolland. En su Lincoln Continental, perdió la cabeza al instante. Buscamos por todas partes. Nunca la encontramos. JUAN: ¿Qué cosa? BEATRIZ: Su cabeza. Hicimos búsquedas en los campos, en el bosque un poco más lejos. Nunca la encontramos, su cabeza de hombre envejeciendo, con su mechón de cabello falso y sus ojos malos. ¿Sabe usted lo que es perder la cabeza de su padre? Era hija única, me dejó todo. (Toma un buen trago de agua.) Pero sigo hablando yo. ¿Qué me decía? JUAN: Hablaba de dinero. BEATRIZ: Ah sí, de dinero. JUAN: ¿Cuánto? BEATRIZ: Un gran cheque, ya verá. JUAN: Quiero que me pague en billetes de veinte. BEATRIZ: ¿Por qué en billetes de veinte? JUAN: Son mis favoritos. BEATRIZ: ¿Por qué? JUAN: Me gusta amontonarlos en mi cajón, enrollarlos en una bola en mi bolsillo, aventarlos sobre el mostrador de las tiendas, deslizarlos discretamente en la mano de un acomodador, dárselos a los jóvenes de la calle que me piden cambio para un café. BEATRIZ: Muy bien. Le pagaré en billetes de veinte, si lo logra. JUAN: Estoy listo. BEATRIZ: ¿Listo para qué? JUAN: Para comenzar. BEATRIZ: Espere. Tengo que hacerle algunas preguntas, para mis archivos. ¿Su nombre? JUAN: Juan. BEATRIZ: ¿Es todo? JUAN: Es suficiente. BEATRIZ: ¿Edad? JUAN: Escriba: desconocida. BEATRIZ: ¿Cómo que desconocida? JUAN: Nunca me acuerdo de mi edad. BEATRIZ: Debe tener una idea. JUAN: Suficientemente joven para subir treinta y tres pisos a pie. Suficientemente viejo para quedarme sin aliento. BEATRIZ: Bueno. Estado civil. JUAN: Solo. BEATRIZ: ¿Cómo que solo? JUAN: Solo en mi coche, en mi cuarto, en mi cama, en mi panza, en mi cabeza, en mis tripas. BEATRIZ: Muy bien. Solo. ¿Amor? JUAN: ¿Amor qué? BEATRIZ: ¿Cuántos amores en su vida? Quiero decir, desde el principio. JUAN: No entiendo la pregunta. BEATRIZ: Y sin embargo es simple. ¿Cuántos amores? Juan piensa. JUAN: Escriba: no sabe. BEATRIZ: ¿No sabe? JUAN: No sabe qué es lo que contiene la palabra amor exactamente. BEATRIZ: “Disposición a querer el bien de una entidad humanizada y consagrarse a ella.” JUAN: Escriba: no sabe si el amor se cuenta en volumen, en peso o en unidades, no sabe lo que significa “querer el bien de una entidad humanizada”, no sabe cuántos amores en su vida. No puede entonces contestar a esta pregunta. BEATRIZ: Como quiera. ¿Ocupación? JUAN: Cazador. BEATRIZ: ¡Ah! Usted es mi primer cazador. Hasta ahora, tuve un masajista sueco; un profesor de filosofía que había escrito una tesis sobre la seducción: La tentación del otro; un ingeniero en aguas negras, completamente deprimido. JUAN: ¿Podríamos...? BEATRIZ: Un semiólogo en burnout; un actor conocido —salía de chícharo en un anuncio de macedonia... JUAN:¿No podríamos comenzar los...? BEATRIZ: Ninguno se venció a la primera prueba. Los corrí a todos, la mayoría incluso antes de que comenzara. Me aburrían. No soporto aburrirme. Pero no quiero desanimarlo. ¿Es cazador de qué? ¿Conejos, bisontes, mariposas? JUAN: De primas. BEATRIZ: ¿Cómo? JUAN: Soy cazador de primas. Encuentro niños perdidos, objetos robados, joyas extraviadas por mujeres ricas y arrugadas. Hago lo que sea por la recompensa. BEATRIZ: ¿Y siempre la obtiene, la recompensa? JUAN: No. No siempre. BEATRIZ: ¿Qué hace cuando falla? JUAN: Regreso a nuestra casa. Vomito una buena descarga. BEATRIZ: Ya casi terminamos. Sólo faltan las preguntas de personalidad. ¿Qué es lo que le interesa en la vida? JUAN: Los billetes de veinte. BEATRIZ: ¿Es todo? JUAN: Digamos: principalmente. BEATRIZ: ¿Y secundariamente? JUAN: Secundariamente, todas las cosas que puede uno comprar con los billetes de veinte. Los objetos, los servicios, las sonrisas. Beatriz esboza una sonrisa y después retoma su postura. BEATRIZ: En la tarde, después de comer, ¿qué hace? JUAN: Salgo, camino por la calle, toco los billetes de veinte al fondo de mi bolsillo. BEATRIZ: ¿Y por la noche? JUAN: Por la noche, duermo. BEATRIZ: ¿Tiene pesadillas? JUAN: Sueño que me abren el pecho con una sierra. BEATRIZ: ¿Y qué hay dentro de su pecho? JUAN: Nada. No hay nada. BEATRIZ: ¿En qué piensa cuando se levanta? JUAN: Pienso: Tengo que ganar billetes de veinte hoy. BEATRIZ: ¿Y luego? JUAN: Después, busco en el periódico las fotos de las jóvenes desaparecidas, los retratos hablados de los maniáticos con sierras. BEATRIZ: ¿Y si no hay nada en el periódico? JUAN: Siempre quedan los carteles en las columnas de la ciudad; los perros de raza fina extraviados, las jóvenes herederas que quieren ser seducidas. BEATRIZ: Bueno, es suficiente. Estoy cansada. Hagamos una pausa. JAUN: ¿Cómo que una pausa? BEATRIZ: Así soy yo. Me dan ataques de cansancio, de golpe. JUAN: Pero yo quiero comenzar en seguida. BEATRIZ: Disculpe, yo...
Beatriz cae dormida, de tajo. Juan la mira. Fuma, camina, se detiene, camina de nuevo.
En la ventana, el paisaje se transforma. A partir de este momento, cada vez que Beatriz se quede dormida, habrá en la ventana un paisaje diferente, tal vez un desierto, tal vez el mar, tal vez lluvia, nieve, el sol resplandeciente, la negra noche. Después de un rato, Beatriz se despierta. ¡Tengo sed! JUAN: ¿Podemos comenzar? BEATRIZ: El desierto de Nevada, ¿lo ha visto alguna vez? JUAN: No. BEATRIZ: Está en mi boca. Mire. Abre la boca. JUAN: ¿Podemos comenzar?
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Dibujos de Said Dokins, Escuela Nacional de Artes Plásticas |