1. El porqué del kitsch en la lucha libre y los componentes de ésta
Hay hombres que luchan un día y son buenos
hay hombres que luchan un año y son mejores
hay quienes luchan muchos años y son muy buenos
pero los hay quienes luchan todos los domingos
ésos son los chidos.
Botellita de Jerez, Guacarrock del Santo
Acerca de las culturas que se manejan bajo el dualismo del bien y el mal se podría hablar de un extenso número de simbolismos y arquetipos que poseen una carga importante a nivel del imaginario: el nacimiento, la muerte, el sexo, todos tienen su consecuencia al ser expuestos tal como son, fuera del velo de la psique humana. “En el mundo primitivo de los hombres existía una especie de alma colectiva en lugar de una conciencia individual, la cual sólo surgió al llegar la humanidad a grados superiores de su desarrollo.”1
La consecuencia en cuanto al develo arquetípico del bien y el mal en México se traduce en una sátira ingenua cargada de grotesco y enmarcada en un fondo jungiano —apegado a la solemnidad religiosa del catolicismo—. El arte de la lucha libre en México es la manifestación del kitsch más pura que ha nacido del inconsciente, el entretenimiento de consumo, es la panacea cultural de las masas y como diría McLuhan, the medium is the message, la burguesía encuentra su entretenimiento en el desahogo del pópulo, la sociedad firme en cuanto a sí misma inicia un nuevo culto por la singular expiación neomedieval de sus pecados —adquiere todo el dolor que el dinero puede comprar—, el consumo no encuentra restricción de ninguna clase: “Consumir es mucho más que el simple hecho de adquirir, donde el hombre pretende inscribirse en la eternidad, y por eso se aliena eventualmente en los elementos de su ambiente.”2
Dentro de esta mezcla entre lo mundano y lo divino encontramos dos bandos: “rudos” y “técnicos”, preceptos carismáticos del entretenimiento del vulgo, síntesis inversa del circo romano —los cristianos se comen a los leones— precedida por la máxima autoridad, que es ahora representada por el Consejo Mundial de Lucha Libre y la creadora de ídolos populares AAA.
“El kitsch es la aceptación social del placer mediante la comunión secreta en un ‘mal gusto’ calmante y moderado.”3 La lucha libre es detrás del fútbol el deporte más popular en territorio mexicano. Sus orígenes datan de 1863, cuando se cree que fue introducida al país.4 Es un sincretismo más —de tantos que conforman el folklore popular—, un amplio mosaico de afianzadas tradiciones que se fortalecen con el paso del tiempo y a las que se les añade una innumerable serie de simbólicas decoraciones que conforman el barroco mexicano y ahora mas comúnmente el kitsch —extremo estético que encuentra un lugar para proliferar en México—, sincretismo del sincretismo que no por eso es lo suficientemente llamativo ya que para éste demasiado no es siempre suficiente.
II. Rudos y técnicos
¡Los luchadores limpios, son luchadores
que no saben hacer nada, son unas niñas,
son unos llorones, nosotros somos
los mejores luchadores, los rudos!
Abismo negro 5
En la prehistoria se creaban esculturas sin rostro que conferían el don de la fertilidad a todas las mujeres. Colocar un rostro en éstas volvía el don privativo del sujeto de la imagen. Este pensamiento mágico nos dirige por tanto a suprimir la identidad de aquellos que enarbolan tal o cual característica particular a un grupo de gente, de esta forma los rudos y los técnicos se ven representados con máscaras y atuendos que encarnan al concepto y ocultan la identidad ya que fungen como representantes de la misma.
De igual forma encontramos en la lucha libre referencias al mito bíblico de Sansón y Dalila, retomado de forma característica a través de aquellos luchadores no enmascarados representantes del concepto del hombre que no trasciende a un plano superior al Yo. La fuerza poseída no es como la virtud —conferida de forma infusa— sino que recae en su totalidad en la cabellera. Al ser ésta cortada por un rival, todo poder concedido desaparece dejando al perdedor a su merced.
Bajo estas circunstancias la cabellera es personificadora del símbolo fálico ya que representa el poderío y la hombría de la que se reviste el luchador, en la misma forma en la que la máscara representa lo divino. Por esta razón los personajes encajan en un molde maniqueísta, ya que no se ubican en un medio entre el bien y el mal, sino que se manejan en los extremos de estos términos.
Al hablar de las peleas entre rudos y técnicos y del lugar donde se desarrollan, cabe mencionar que el ring es un arquetipo representado por el cuadrado, símbolo de la organización, lugar donde se realiza la lucha del bien contra el mal, inequívoco indicador del trabajo del imaginario para el que la lucha tiene el significado del equilibrio universal y el conflicto interno del hombre, ya que el bien no siempre gana la batalla.
III. Santo el enmascarado de plata
Comienza la conciencia del kitsch en el establishment y surge el mito del luchador inmortalizado por la máscara de plata. Compite en tierra católica en popularidad con el Papa ya que también tiene su lugar de honor en los peseros al lado de las estampitas de su “sabridad”.
Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como Santo el enmascarado de plata, nace en Tulancingo, Hidalgo; a lo largo de cuarenta y cuatro años de trabajo en la lucha libre fue un fiel defensor de los valores judeo-cristianos. Enfundado siempre en sus mallas color plata, con falsa voz de galán doblado en las películas, surrealista —por etiqueta mas no por convicción—6 , es el icono más grande del kitsch en México. Siempre respetuoso con las mujeres —aunque se encuentre rodeado de damas semidesnudas—, no fuma, no toma, es amigo de todos los niños, buen católico, fiel creyente de la Virgen de Guadalupe y del camino recto como fin a todos los males de la sociedad —representados fantásticamente a través de malévolos personajes contra los que lucha. Fuera del ring y de la pantalla siempre fue el enmascarado de plata, nunca se quitó la máscara ni aun después de morir —su última petición fue ser enterrado con ella.
Despersonalizado en nombre de la virtud, el hombre fue engullido por el mito y todo rezago de marketing fue heredado a su legado —el Hijo del Santo—, quien atizó la llama del fervor popular por el ídolo de las masas. Santo fue siempre lo que el pueblo quiso que fuera. En una entrevista realizada por Rubén Sano, Santo el enmascarado de plata dijo lo siguiente: “Mira, para filmar una película del Santo se ha llegado a la conclusión de que las películas de terror le encantan a la gente; los temas de monstruos son de sus preferidos y se filma este tipo de cine pensando en ella”7 y pensando en la gente Santo se sacrificó a lo que podría parecer mandato superior del más terrible de todos los jueces: el pueblo.
El legado del Santo no lo constituyen sólo las innumerables películas o crónicas de las luchas en el ring, el Santo es una imagen tan fuerte como la del mismísimo Pancho Villa, es el molde con el que se formaron más de dos generaciones de la llamada low people —actualmente ha sido retomado por otros estratos fuera del nicho original. La lucha ya no es un concepto privativo de un grupo en particular, es actualmente uno más de los elementos que nos identifican internacionalmente, ahora ya todos quieren ser como el Santo: Feos, Fuertes y Formales.
IV. El presente de la lucha libre
México está inmerso en la cultura del Alarma, la gente se apega a lo que conoce y lo que pasa cerca de ella. Lo mismo sucede con la lucha libre, la gente quiere encontrar un punto de identificación con lo que le agrada, apreciar lo que es y enorgullecerse del lugar al que pertenece. Como ejemplo de esto veamos una anécdota del llamado Perro de Nochistlán, Pedro “Perro” Aguayo, quien en sus comienzos en la lucha libre, al no poder pagar por unas botas finas, decidió forrar las suyas con peluche. Al pasar los años y hacerse de dinero y reconocimiento internacional, Pedro Aguayo decidió cambiar la cobertura de sus botas por algo más costoso y no sintético, pero sus admiradores y seguidores percibieron esto como un insulto hacia ellos: el ídolo había dejado de tener ese vínculo con la humildad que lo unía a miles de fanáticos. Esto nos remite a lo antes mencionado: la gente siente identificación con las cosas que le resultan conocidas y su simbolismo. La lucha libre es por sí misma un arte, el arte que crea espectadores y no viceversa, es la forma más sencilla que encuentran los grupos para iniciar la depuración, es un proceso que al mismo tiempo los representa y liga —hablando de un plano subconsciente—, con las virtudes tan enaltecidas en la iglesia católica, la parte humana vinculada a las virtudes teologales es la que impulsa el desarrollo de la lucha actual. De una forma velada y un tanto infantil el hombre encuentra la justicia en la decisión del réferi; la fortaleza en el luchador que continúa la batalla aun sabiendo que la tiene perdida; la templanza en la concentración del luchador no dispuesto a dejarse llevar por la quimérica visión que le representa el vitoreo del publico, y la prudencia en la forma en que el luchador decide qué es lo mejor para él y la contienda.
Las debilidades, fortalezas y excentricidades de estos personajes salen a flote a la hora de la lucha; el vestuario rebuscado y la aparatosa y sobrecargada presentación del luchador para el encuentro es lo que el espectador crea en su idealización del conflicto universal entre el bien y el mal, de otra forma éste se sentiría estafado y defraudado en la parte subconsciente de él que permanece en la niñez eterna, donde el vínculo y la idealización paterna es perpetua y constante, siempre representada por el luchador, poderosa imagen que es capaz de las más arriesgadas hazañas con tal de lograr el entretenimiento masivo.
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