La mesa del escribano
“No soy un escritor,
soy un escritorio”,
habría trazado Pessoa
con un íntimo ritmo marítimo
en el papel amarillento como un mapa
sobre la mesa hostil
donde escribía
las cartas comerciales
de su supervivencia.
Y Álvaro de Campos habría pensado:
“no soy una persona,
soy un personaje”,
mientras Fernando escribía
en su escritorio múltiple
las voces más expresivas del convulso Siglo.
“No soy un viaje,
soy un viajero”,
habría dicho Ricardo Reis
cuando marchábase al Brasil
con su Fernando Pessoa en el corazón
para perderse
en un continente de rostros misteriosos,
aparentes y vagos.
Y Caeiro, el maestro,
habría reflexionado:
“no soy auténtico,
soy idéntico”,
en su afán de diluirse
en la naturaleza
mientras Fernando abría los sobres mercantiles
y preparaba respuestas lógicas, triviales.
Pero en la mesa comercial del escribano,
mientras un barco de carga sorteando la tormenta
traía su salario
para el oporto y la tinta,
aparecían más nombres de hombres verdaderos.
“No soy este instante”, habría escrito
Pessoa,
“soy el tiempo”.
Estos años
padre no te importe si los otros se espantan
con tu hijo de ojos vivos y cabellos siempre desaliñados
Lêdo Ivo
para Nicolás
Padre, mis ideas no están sólo
en las notas que extraigo al piano,
admirable mueble, taciturno, reflexivo,
conservador, oscuro, al que le exijo actualizarse.
Aunque mi pensamiento es sólo el de un adolescente,
hace florecer las plantas,
abre las flores y provoca que el limonero del jardín
dé limones más dulces y más grandes.
Los cuadros multiplican sus colores
y los grabados en blanco y negro delinean mejor sus contornos.
Mis ideas marchitan las ridículas flores
que alguna vez pusiste en los jarrones
de colores pasados de moda.
Mis ideas descienden la escalera en calzoncillos,
salen por la ventana de la sala,
se acuestan desnudas en el pequeño jardín
y lo vuelven tan inmenso como los sueños.
No te importe si convenzo a la noche
de dibujar conmigo trazos que son incomprensibles
para ti y los invitados a la cena.
Los adolescentes somos los corazones del mundo.
O las manos de un Dios
escribiendo poemas para el mundo violento.
Recuerdo que cuando era un niño
no querías que el televisor me mostrara la violencia,
pero en un asalto
un muchacho nervioso,
tal vez aún adolescente,
jugueteaba una pistola frente a mis ojos atónitos.
Los adolescentes somos el limonero que crece en el jardín,
los colores de los cuadros.
Hacemos florecer la vida
y por eso sorprendemos tu convicción adormecida,
tu olvidado anhelo,
tu ilusión domesticada.
Somos las melodías del mundo,
siempre capaces de hacer nuevos sonidos para ustedes,
comedidos oficiantes de lo predecible.
No olvides que también tus ideas
bajaban la escalera en calzoncillos,
tu pensamiento se iba de casa,
tus ilusiones se salían en las noches a escondidas:
no olvides esos sueños.
Padre, confía en mí,
que yo puedo ayudarte a encontrarlos nuevamente.
|
Eduardo Langagne (Ciudad de México, 1952). Poeta, traductor y promotor cultural. Ha escrito poemas sonoros, textos poéticos para música popular y de concierto, guiones para radio, cine, video y escena. Forma parte del consejo editorial de varias revistas literarias. Becario del INBA/ FONAPAS, 1978. Miembro del SNCA, 2001. Premio Nacional de Letras Ramón López Velarde 1979. Premio Poesía Casa de las Américas 1980. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, en poesía, 1990. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1994 por Cantos para una exposición. Su obra ha sido compilada en diversas antologías. Ha publicado los poemarios Donde habita el cangrejo (1980, 2003), Poemas para hacer una casa (1982), Los abuelos tercos (1983), Navegar es preciso (1987), …A la manera del viejo escarabajo (1991), Tabacalera (1992), Al otro lado del mar (1994), Como calles estrechas (1994), Cantos para una exposición (1995), XXX sonetos (1998), Romances anónimos (1999), La manzana en la cabeza (2000), Décima ocasión (2004), Decíamos ayer… (Poesía 1980-2000) (2004), El álbum blanco (2004), Vagabundo (2004); los libros de cuento Crónica de la conquista de la nueva extraña (1981) y Cebolla de cristal (1997); y de literatura para niños Para leer sobre un tambor (1986) y Mi caballito rojo (1991). En las décadas de 1970 y 1980 colaboró en Punto de partida. Actualmente es director de la Fundación para las Letras Mexicanas.
|