No. 117/CUENTO BREVE


 
Chapado a la antigua


Édgar Adrián Mora Bautista
FACULTAD DE FILOSOFÍA, UNAM
 

Me han dicho que te revienta que los chavales
olviden que los buenos modales son esenciales para robar,
tú sabes que para hacer una buena caza
no necesita usar la navaja
mi verdadero profesional.


Joaquín Sabina

 

Ya no es lo mismo. Definitivamente el arte de robar se ha convertido en una profesión sin método. Una jauría de aficionados se ha colado con prácticas cada vez más violentas y sin una idea de lo que la ética representa. El arte de robar, porque indudablemente se constituye por derecho propio en un arte, alcanza el más alto grado estético en la cara de sorpresa de aquél que ha sido robado. Y es que una cara de sorpresa no es lo mismo que una cara de pánico. La tradición muere rápidamente y ahora abundan los rufianes adolescentes que con un arma en la mano destruyen todos los fundamentos no escritos de la educación a la hora de robar.

mora-edgaradrian01.jpgMis tiempos sí que fueron buenos tiempos. Era un placer sentir cómo los dedos se deslizaban adentro de un bolsillo del saco, sentirlos reptar encima de todos los misterios que las mujeres guardan en sus bolsos de mano. Encontrar el ansiado tacto de piel de una cartera era como obtener una medalla de oro en la más difícil disciplina olímpica. Una vez encontrado el objetivo, el siguiente reto consistía en sacar a salvo la mano, lo más rápido y limpiamente posible, procurando que ninguno de los que se encontraban cerca se diera cuenta de la difícil maniobra que se estaba ejecutando. Después, permanecer un momento en el mismo lugar, el suficiente para no despertar sospechas, irse separando lentamente y desaparecer sin dejar rastro alguno. Buscar algún lugar solitario, las bancas de parque y los callejones siempre han funcionado, y abrir, como un pirata lo haría con el cofre del tesoro, lentamente la cartera, contar la ganancia, sacar un cigarrillo y echar a andar hacia la cantina más próxima no sin antes haber abandonado la cartera en un bote de basura o en el rincón más escondido del callejón.

mora-edgaradrian02.jpgLos tiempos han cambiado, ahora cualquier idiota cree ser un buen ladrón. Les basta tener un puñal o una pistola. Hasta el tradicional “arriba las manos, esto es un asalto” ha dejado de tener vigencia. Sólo siguen a su víctima hasta un lugar más o menos solitario y una vez que se sienten seguros la amagan con el arma y le sueltan el consabido “ahora sí hijo de la chingada o aflojas o ya te cargó tu chingada madre”. No se vale. Antes se tenía educación. Uno tenía la delicadeza, si era asalto a mano armada, de explicar la causa del asalto: “lo siento patrón, pero tengo cinco hijos y hoy no tienen qué comer” o “usted dispense pero mi madre está grave en el hospital”. Siempre había una razón. Nunca se robaba por robar. Era un verdadero trabajo para irla llevando, no para hacerse rico.

Por algo en el cine mexicano, digo, el de antes, el ladrón era un ser respetado en el barrio, respetado que no temido. Todo se fue al carajo cuando empezaron con esa cosa de las drogas. Todo lo corrompió. Ahora todos le tiran a lo grande. Digo todos los que tendrían talento para ser unos ladrones dignos. Ahora secuestran personas, una de las cosas más ruines que se pueden concebir. Ahí no les quitan la riqueza que les sobra, les quitan toda su vida. El arma ya no es la habilidad para evitar ser descubierto, ahora el arma es la vida de otra persona. No, si el mundo cada día está peor.

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Yo tengo el orgullo de no haber caído nunca en el tambo. Siempre tenía una coartada, nunca me agarraban con la evidencia. Fui un ratero, sí, pero un ratero profesional, con ética. Yo les quitaba su cartera a esos ricachones que se paseaban presumiendo su ropa por la calle. A los rotos. Nunca le quité su raya a un obrero o su ganancia a una quesadillera, se lo juro por Dios.

No sé por qué le digo todo esto señor. Es pura nostalgia. Soy chapado a la antigua. No hay nada que hacerle. Le hubiera quitado su cartera cuando me lo encontré hace rato en los portales, un choque simulado y ¡zaz!, adiós cartera. Pero la artritis señor, qué se le va a hacer. Es por eso que, pues con la pena del mundo, o afloja toda la lana que trae o ya se lo cargó su chingada madre.

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 Dibujos de Astrid Malváez Orozco, Tec de Monterrey. Campus Ciudad de México