I
La primavera a mitad del invierno es una estación en sí,
infinita aunque empapada hacia el ocaso,
suspendida en el tiempo, entre el polo y el trópico.
Cuando el día corto es el más brillante, con escarcha y fuego,
el breve sol inflama el hielo, en un lago y un cráter,
en un frío sin viento que es el calor del corazón;
y refleja en un espejo acuoso
un brillo que es ceguera en la tarde joven.
Y un fulgor más intenso que una rama ardiendo, o que un brasero,
agita el espíritu mudo: no hay viento, tan sólo fuego de Pentecostés
en la edad oscura del año. A punto de derretirse o de helarse,
la savia del alma tiembla. No hay olor de tierra
ni olor de cosas vivas. Ésta es la época de la primavera,
mas no en la alianza del tiempo. Ahora la valla de arbustos
empalidece por una hora con florecer fugaz
de nieve, una flor más repentina
que la del verano, sin crecer ni menguar,
ausente del proyecto creador.
¿Dónde está el verano, el inimaginable
verano cero?
Si vinieras por este sendero,
tomando la ruta que quizá tomarías
desde el lugar del que quizá vendrías,
si vinieras por este camino cuando florece el espino blanco, encontrarías los
\setos
albos de nuevo, en mayo, con una dulzura voluptuosa.
Pasaría lo mismo al final del viaje,
si vinieras de noche como un rey derrocado,
si vinieras de día sin saber a qué viniste,
sería siempre lo mismo, cuando dejaras el camino adusto
y voltearas tras la pocilga de los cerdos a la descolorida fachada
y a la lápida. Y aquello por lo que creías haber venido
es solamente una concha, una cáscara de significado
donde el propósito se devela sólo cuando ha sido conquistado,
si se conquista. Aun si no tuvieras una meta
o aun si la meta fuera más allá de donde te imaginas
y hubiera sido ya alcanzada. Hay otros lugares
que son también el fin del mundo, algunos en las fauces oceánicas,
o sobre un estanque oscuro, en un desierto o una ciudad—
pero éste es el más cercano, en tiempo y lugar,
ahora y en Inglaterra.
Si vinieras por este camino,
tomando cualquier ruta, empezando por cualquier lugar,
en cualquier tiempo, o en cualquier estación,
siempre sería lo mismo: tendrías que apartar
el sentido y la noción. No estás aquí para comprobar,
instruirte, o saciar tu curiosidad
o trasmitir un reporte. Estás aquí para arrodillarte
donde el rezo ha sido permitido. Y el rezo es más
que un orden de palabras, que la consciente ocupación
de la mente rezando, o que el sonido de la voz rezando.
Y lo que fue inefable para los muertos, mientras vivían,
te lo pueden decir ya muertos: la voz
de los difuntos tiene una lengua dada por el fuego, más allá del idioma de los vivos.
Aquí, la intersección de un momento atemporal
es Inglaterra y no es ningún lugar. Nunca y siempre.
II
En la manga de un viejo, ceniza
que es toda la ceniza de las rosas quemadas aprisa.
Polvo en el aire suspendido
marca el lugar donde una historia se ha extinguido.
Polvo sin respirar era una casa—
las paredes, el friso y el ratón que pasa,
la muerte de la esperanza, y el desaliento,
ésta es la muerte del viento.
Hay inundación y sequía
en los ojos y la boca fría,
agua muerta y arena con mortaja
contendiendo por llevar ventaja.
El suelo seco destripado
se asombra con la vanidad del trabajo,
risas sin risa.
Es el final de la tierra misma.
Fuego y agua han triunfado
sobre el pasto y la yerba del poblado.
Agua y fuego se han burlado,
del sacrificio despreciado,
fuego y agua destruirán
los cimientos que quisimos olvidar,
del santuario y del coro luego.
Es el óbito del agua y del fuego.
En la incierta hora que precede a la mañana,
cerca del final de la noche inacabable,
en el recurrente final de lo infinito,
después de que la oscura paloma de lengua llameante
hubo pasado bajo el horizonte de su morada,
mientras las hojas muertas aún sonaban como hojalata,
sobre el asfalto donde no había otro sonido,
entre los tres distritos de donde el humo surgió,
me encontré con alguien que andaba perturbado,
casi empujado hacia mí como las hojas metálicas
que no resisten el viento de la aurora.
Y mientras escrutaba ese rostro cabizbajo
con la mirada aguda con que retamos
al primer extraño en el crepúsculo,
mi mirada encontró un maestro muerto
que yo ya había conocido y olvidado, renombrado a medias,
era uno y muchos; en sus rasgos como salidos de un horno,
los ojos de un conocido fantasma complejo,
íntimo e irreconocible a un tiempo.
Así que asumí un doble papel, y grité
y oí el grito de otra voz: “¡Qué!, ¿estás tú aquí?”
A pesar de que no lo estábamos. Yo era aún el mismo,
conociéndome, siendo con todo otro,
y él una cara todavía formándose; aunque las palabras bastaban
para forzar el reconocimiento que precedieron.
Y así, compatibles con el viento común,
demasiado extraños para malentendernos.
Acordes en ese momento de intersección,
de no conocernos en ningún lugar; ni antes ni después,
recorrimos el pavimento en un rondín de muertos.
Yo dije: “Cuán maravillado me siento es simple,
aun la simpleza maravilla. Por eso habla:
aunque no comprenda, aunque no recuerde”
Y él: “No quiero repasar
mis pensamientos y teorías que has olvidado.
Estas cosas han cumplido su fin: déjalas en paz.
Y haz así contigo, y reza porque sean perdonadas
por otros, justo como yo te rezo para que perdones
lo bueno y lo malo. La fruta de la estación pasada se ha comido
y la bestia saciada pateará el cubo vacío.
Porque las palabras del año pasado pertenecen a la lengua del año pasado
y las palabras del año nuevo esperan otra voz.
Pero ahora el pasaje no presenta obstáculos
para el espíritu agitado y peregrino
entre dos mundos que se han vuelto muy parecidos entre sí,
por eso encuentro palabras que nunca pensé decir
en calles que nunca pensé volvería a visitar,
cuando dejé mi cuerpo en una orilla distante.
Porque nuestra preocupación fue la palabra, y la palabra nos indujo
a purificar el dialecto de la tribu
y a apremiar la mente a prever y revisar,
déjame develar los obsequios escondidos hace tiempo
para coronar el esfuerzo de tu vida.
Primero, la fricción helada del sentido caduco;
sin encantamiento, sin prometer nada
salvo la amarga insipidez de un fruto umbrío,
mientras el cuerpo y el alma comienzan a caer pedazo a pedazo.
Después, la consciente impotencia de rabia
por la locura humana, y la laceración
de la risa, ante lo cual deja de divertirnos.
Y al último, la pena desgarradora de recrear
todo lo que has hecho, y sido; la vergüenza
de motivos revelados muy tarde, y la conciencia
de haber hecho cosas malas para dañar a los otros,
y que una vez tomaste como ejercicio virtuoso.
Así la aprobación de los tontos molesta, y el honor se mancha.
De error en error el exasperado espíritu
procede, a menos que sea restaurado por ese fuego purificador
donde debes moverte con mesura, como un danzante.”
El día estaba naciendo. En la calle desfigurada
me abandonó, con una suerte de despedida,
desvaneciéndose en medio del bramido de un corno.
III
Hay tres condiciones que siempre se parecen;
aun cuando difieren completamente, florecen en el mismo seto:
apego por uno mismo y por las cosas y las personas, desapego
por uno mismo y por las cosas y las personas; y, creciendo entre ellas, indiferencia
que se parece a los otros como la muerte se parece a la vida,
estando entre dos vidas — sin florecer, en medio
de la ortiga viva y la muerta. Para esto se usa la memoria:
liberación — no menos que amor sino la expansión
del amor más allá del deseo, y así liberación
del futuro como del pasado. Por eso, el amor de un país
comienza como apego a nuestro propio campo de batalla
y encuentra batallas de poca importancia
aunque nunca indiferentes. La historia puede ser esclavitud,
la historia puede ser libertad. Mira, ahora se desvanecen
las caras y lugares, con el ser que, mientras pudo, los amó,
para volverse nuevo, transfigurado en un nuevo orden.
El pecado es necesario, pero
todo será bueno, y
todo el curso de las cosas será bueno.
Si pienso, de nuevo, en este lugar,
y en la gente, no completamente admirable,
sin consanguinidad ni amabilidad,
pero de un peculiar genio,
todos tocados por un mismo genio,
unidos en los conflictos que los dividieron;
si pienso en un rey al caer la noche,
en tres hombres, y más, en el cadalso,
y unos pocos que murieron olvidados
en otros lugares, aquí y en tierras lejanas,
y en uno que murió ciego y callado,
¿por qué debemos celebrar
a estos muertos más que a los moribundos?
No se trata de tañer una campana al revés,
ni de proferir un encantamiento
para convocar el espectro de una Rosa.
No podemos revivir viejas facciones,
no podemos restaurar viejas políticas
o seguir un antiguo tambor.
Estos hombres, y aquellos que los confrontaron,
y esos a los que ellos mismos se opusieron,
aceptan todos la constitución del silencio
y se pliegan en un mismo frente.
Lo que nos legaron los afortunados
lo hemos tomado de los desventurados;
lo que nos dejaron fue un símbolo:
un símbolo perfeccionado en la muerte.
Y todo será bueno y
todas las cosas serán buenas
por la purificación del motivo
en el suelo de nuestra súplica.
IV
Rompe el aire la paloma y baja
con una flama de incandescente terror
y lenguas que proclaman
el único remedio del pecado y el error.
La única desesperación, o aun esperanza
reposa en elegir entre pira y pira—
para que el fuego del fuego nos redima.
¿Quién entonces sino Amor planeó la tormenta?
Amor es el nombre ciego
detrás de las manos que tejieron con ardor
la intolerable túnica de fuego
que no puede arrancar ningún humano valor.
Sólo suspiramos, sólo vivimos
por fuego o fuego consumidos.
V
Lo que llamamos principio es siempre el final
y forjar un final es forjar un principio.
El final es nuestro punto de partida. Y cada frase
y oración que es correcta (donde cada palabra se adecua a su lugar,
tomando su lugar para apoyar a las otras,
la palabra que no es humilde ni ostentosa,
un fácil trueque de lo viejo y lo nuevo,
la palabra común y exacta sin vulgaridad,
la palabra formal, precisa mas no pedante,
el consorcio entero bailando a un mismo tiempo)
cada frase y cada oración es un final y un comienzo,
cada poema, un epitafio. Y cualquier acción
es un paso inútil, hacia el fuego, sumergido en la garganta del océano
o condenado a una piedra ilegible: y es allí donde comenzamos.
Morimos con los moribundos:
mira cómo se van y partimos con ellos.
Nacemos con los muertos:
mira cómo vuelven, y nos arrastran tras sí.
La edad de la rosa y la del tejo
duran lo mismo. Un pueblo sin historia
no se redime del tiempo, pues la historia es un patrón
de momentos atemporales. Por eso, mientras la luz falla
en una tarde de invierno, en una capilla ermitaña,
la historia vive, es ahora y es Inglaterra.
Con el encanto de este Amor y la voz de esta Llamada
no cesaremos de explorar,
y el fin de toda nuestra exploración
será llegar adonde empezamos
y conocer ese lugar por primera vez.
A través de la reja desconocida, olvidada,
donde el último atisbo de tierra sin descubrir
es aquel que fue el principio;
en el comienzo del río más largo,
la voz de la cascada escondida
y de los niños en el manzano
ignoto por no haber sido buscado,
pero escuchado, a medias, en la quietud
que vive entre dos olas del mar.
Rápido ahora, aquí, ahora, siempre—
una condición de completa simplicidad
(costando no menos que todo)
y todo será bueno y
todas las cosas serán buenas
cuando las lenguas ígneas se entrelacen
en el nudo coronado por la lumbre,
y el fuego y la rosa sean uno.
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