De mi rancho a tu rancho hay dos días de camino,
las cartas se tardan tanto en llegar a su destino,
de tu vida y la mía falta más correspondencia
para no sentir la ausencia que separa nuestro amor.
Las Jilguerillas
I. El acceso a las nuevas tecnologías de la información
No bien he despertado y ya encendí mi laptop, si acaso no se quedó prendida esperando concluir transferencias de información. En un par de minutos, antes de entrar a la regadera, reviso si llegaron mensajes a la bandeja de entrada de alguna de mis direcciones de correo electrónico, algo pudo haber llegado entre el cuarto para las dos y el cuarto para las siete.
En el trayecto a mi centro de trabajo escucho a través de mi ipod un par de podcasts que bajé mientras apuraba un vaso de jugo de ciruela. Me entero así de los encabezados de los diarios europeos, un par de colombianos y uno mexicano. Aparte de conflictos locales y estados financieros, todos dan cuenta de la conferencia sobre sida, en dos se habla sobre la importancia de que en 2010 el campeonato mundial de futbol sea en África, mencionan la pobreza del continente y la necesidad de que el mundo voltee en esa dirección.
Así la mañana, así el mundo, unos cuantos avanzamos hacia la utopía de los supersónicos mientras millones siguen en la prehistoria. Muchas regiones de nuestro país no distan de la realidad africana; incluso en las grandes ciudades los niveles de pobreza y falta de infraestructura ponen en duda la modernidad y los avances tecnológicos de los que un puñado de privilegiados disfrutamos.
Según el último conteo de población realizado por INEGI, hacia 20051 éramos poco más de 103 200 000 habitantes en México. La encuesta Hábitos de los usuarios de internet en México 20072 arroja los siguientes datos: en nuestro país hay 14.8 millones de computadoras instaladas, de las que sólo 8.7 cuentan con acceso a internet. Contextualizando la cifra tenemos que hay 0.14 computadoras por habitante y 0.084 conexiones a internet.
El número de usuarios es menos desolador: poco más de 22 millones, puesto que muchas de las conexiones son públicas, ya sea que se encuentren en una universidad, un quiosco de e-México, un cibercafé o una oficina.
Los mexicanos utilizan internet principalmente para comunicarse con otras personas por medio del correo electrónico; todavía hay poca explotación de recursos como la publicación de videos y bitácoras personales. Es decir que la red es más bien una extensión del teléfono cuyo uso primordial es la comunicación personal y la transmisión de datos con fines empresariales y de publicidad.
Para el asunto que nos ocupa no podemos todavía hablar —al menos en México— de internet como un medio de difusión masivo, pues los alcances de herramientas como el correo electrónico son realmente limitados; los portales que mayor número de visitas presentan tienen contenidos francamente baladíes. Internet es, en realidad, más un medio de entretenimiento que una herramienta de comunicación de contenidos estéticos.
El acceso a internet aún es un privilegio para una élite. La literatura lo ha sido desde hace mucho, por lo que no sorprende que sea el mismo público de siempre el que tenga acceso a las páginas dedicadas a ésta. Si bien la red permite una difusión más extendida alrededor del orbe, eso no incrementa el porcentaje de interesados en el arte. Efectivamente, se facilita el acceso a contenidos que difícilmente se conseguirían por la situación geográfica, pero ello no es garantía de:
1. que la información presente un mínimo de calidad;
2. que el acceso sea permanente;
3. que se incrementen los contenidos con cierta periodicidad;
4. que sea fácil de localizar, y
5. que un mayor número de personas se interese por la información, ya sea ésta una obra literaria, un texto crítico, una fotografía, un video o cualquier clase de contenido susceptible de aparecer en la red.
¿Para qué necesita la literatura a internet? Por lo pronto, los alcances son mínimos: la posibilidad de subir catálogos de bibliotecas y centros de documentación, la aparición de revistas y portales dedicados a la literatura en general o a alguna de sus ramas, la posibilidad de difundir contenidos específicos a través de listas de correo especializadas y la facilidad de entablar comunicación a distancias insospechadas.
Es quizá este último punto el logro más importante de la red; todos los demás siguen circunscribiéndose a actividades acotadas a la academia o grupos de intereses afines.
II. Tres ya es fiesta
Si bien el acceso a las nuevas tecnologías de la información sigue siendo limitado —sobre todo en países en vías de desarrollo, como es el caso de México—, la facilidad para publicar cualquier contenido en la red es tal que la búsqueda de información de pronto se vuelve casi imposible, ineficaz y contraproducente.
Daniel Cassany advierte en Tras las líneas (Anagrama, 2000) sobre los peligros del desbordado flujo de información que es la red. En pocos países —por supuesto que el nuestro no va en la lista— se están destinando horas de clase en la educación elemental para preparar a los niños para lo que él llama las nuevas literacidades, es decir, las nuevas formas de leer.
Porque hemos hablado de la —todavía— insuficiente cobertura de las nuevas tecnologías de la información, pero no es de soslayar el tema de la nula preparación de los usuarios frente a los retos que internet representa.
Es común encontrar en oficinas de la más diversa índole a profesionistas muy profesionales que escriben de dedito sobre el teclado de su PC; son escasas las escuelas en las que las clases de computación son más que un rudimentario curso de Word.
Si añadimos las limitaciones de los usuarios —si no promovidas francamente desde el sistema educativo, por lo menos no asumidas ni enfrentadas— a la magnitud inmanejable de información en línea, el problema se vuelve más grande y menos interesantes las posibilidades de construir, a partir de este medio, un espacio para el arte.
Volvemos a las conclusiones que ya hemos revisado: internet es sólo eficiente en la medida en que el usuario desarrolle las capacidades para utilizarlo a conveniencia. Así pues, un número francamente reducido lo utiliza para consultar contenidos relacionados con la literatura. Además, resulta peligroso de pronto que la “democratización” para la publicación de contenidos ofrezca a un lego que se conforma con el primer resultado de Google la posibilidad de informarse con incorrecciones.
Hemos arribado a un mundo en el que la conciencia crítica la dicta el número de visitas a una página, en el que la corroboración de las certezas se da cambiando de buscador y en el que la información se esconde entre millones de bytes de ruido y sombra.
III. Fusiones genéricas
La aparición de nuevas tecnologías de la información no supone la aparición de nuevos géneros artísticos. En un somero análisis de grupos que utilizan el multimedia para expresar contenidos estéticos realizado por Aurelio Meza, se señala que existen varias formas de uso de las diversas tecnologías para expresar contenidos literarios:
1. Quienes utilizan la música como medio, como transporte para la poesía, lo cual no resulta para nada innovador si pensamos que nuestra especie lleva milenios haciendo canciones. Quizá lo moderno estriba en el uso de sintetizadores, instrumentos eléctricos y electrónicos.
2. Quienes durante sus presentaciones utilizan música como telón de fondo. En el cine se llama soundtrack y antes se llamaban madrigales; aquí la música no ha sido creada ex profeso para acompañar los poemas.
3. Quienes utilizan el video como forma de extensión y potenciación del poema.
Basten estas tres como ejemplo para señalar que, en efecto, no hay todavía géneros nuevos que hayan surgido del uso de la tecnología como herramienta para hacer literatura. En los citados y en los que faltan, la literatura —generalmente la poesía— se apoya en otros medios y en otros géneros para catapultar su mensaje y, en todo caso, hacer una fusión.
En este sentido, quizá la literatura y los libros para niños sí han avanzado más logrando propuestas que no sólo ligan a dos especialidades del arte, sino que forman un solo discurso a partir de textos visuales y escritos, como en el caso del libro álbum.
Otra forma de utilizar la tecnología para fines literarios es la promoción y difusión de contenidos de dicha índole. Tenemos el caso de revistas, blogs y portales dedicados ya sea a almacenar obra o a difundir reseñas, carteleras, entrevistas, bibliografías, chismes, puyas, guayabazos y todo el catálogo de bondades que la literatura, sus creadores y estudiosos ofrecen al universo.
Aunque notable y loable, el esfuerzo que hacen individuos, colectivos independientes e institucionales para mantener este tipo de sitios en funcionamiento, volvemos al deprimente planteamiento del inicio: sólo sirven a aquellos interesados per se en estos temas. Quizá el único consuelo es que la literatura se vuelve ecológica al no ser impresa en valiosa celulosa.
IV. El blog como catarsis
Hasta aquí me he mantenido un tanto escéptico de las capacidades de las nuevas tecnologías de la información para convertirse en medios que trasciendan la difusión y el resguardo de datos para ser más bien espacios para la creación estética.
El fenómeno de los blogs salta para consolidarse como la excepción a la regla. Si bien es cierto que cada día nacen y mueren miles de estos sitios, poco a poco han ganado espacio en el imaginario colectivo de este siglo.
No encuentro aún al blog como un género literario, puesto que cada uno sirve exclusivamente a los intereses y necesidades de quien o quienes lo crearon; así, podemos encontrar blogs con información sobre estaciones del metro en Tokio, capítulos de Dr. House, asesinos seriales, cocktailes sin alcohol y, por supuesto, de literatura.
Aquí no me detengo en aquellos que tratan sobre algún autor, obra o época y que se acercan más a una monografía de “la vaca y sus derivados” que a una obra original. Me refiero más bien a aquellos sitios en los que con cierta periodicidad aparece un texto original, muchas veces creado y pensado para publicarse a través de una URL. Poemas, ensayos, novelas, novelas gráficas, cómics, cuentos, crónicas, epigramas, obras de teatro, en fin, es posible encontrar la mar de textos aventados al ciberespacio con el único fin de comunicar un contenido estético, literario, por un canal que hace quince años era impensable.
Quizá lo más importante de esta nueva forma de dar a conocer una obra —a veces espontánea y en construcción, otras veces acabada y por entregas— es la posibilidad de entablar un diálogo con el lector de manera más o menos inmediata. El blog busca reacción y discusión, polémica, además de formar un público constante, las más de las veces conocidos del autor para quienes éste escribe. Si bien el blog tiene alcances supuestamente globales dada la pretensión de la red, en realidad las repercusiones son locales, por lo que no es difícil escuchar (en medios urbanos y entre personas dedicadas a la literatura) a autores de blogs platicar entre sí sobre sus páginas.
El blog está generando interesantes cadenas de comunicación que ya han rebasado los cauces tradicionales de trato entre autores y lectores, lo que permite la inmediatez de la publicación y la atención de un público muy específico con contenidos igualmente especializados.
En cierta forma, el blog se ha vuelto la paradoja de internet, pues no hay en los autores la intención de enterar al mundo entero de aquello que quieren decir, sino de establecer temas de discusión con una comunidad acotada y en la que la mayoría de los miembros se conoce entre sí.
Le doy a la tecnología el beneficio de la duda. Nací cuando los inventos futuristas de las películas de El Santo ya habían sido rebasados. He visto el tránsito del disco flexible de seis pulgadas a la memoria USB; en mi casa había teléfono de disco y una ruidosísima máquina de escribir.
Me gusta la idea de un mundo con robotinas y novelas inyectadas electrónicamente a la pupila o directo al cerebro, pero el problema no es la tecnología en sí misma. Mientras el acceso siga siendo limitado, mientras los usuarios sigamos sin comprender la magnitud de los nuevos útiles, no podremos hablar de la revolución de la información.
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