A
Tanto miedo a la pluma haría de la tinta una hipótesis suspensa de interrogantes. Palabra derretida al nivel de negro que aguarda en el cartucho.
—¿Del pensamiento o de la pluma?
No interrumpir: dejar hacer esta suposición sobre la escritura, sobre ella, encima de ella, llenar una página y escriturar de nuevo sobre ella hasta que todo lo que se tenía que escribir sea escrito sobre sí mismo: hasta la mezcla absoluta de posibilidades infinitas para contar algo que poco a poco se tornan más finitas.
B
Asumo los caracteres de cualquier persona que la noche de anoche y la noche de hoy por venir no dormirá. Amarrado a un insomnio de dos noches con sus días escribo que duermo y una realidad paralela de mí se duerme tan rápido que se olvida de ese otro yo, del cual escribe, tan alterno a nosotros dos que a su vez escribe que alguien con los caracteres de cualquier persona trata de dormir. Pero un segundo antes de que anochezca esa noche que se mantiene suspensa de hoy, éste yo primigenio de mí deja de escribir de ello y la otra noche y esta ya casi noche y los otros y yo quedamos suspensos en la realidad bocabajo de este párrafo.
El insomnio a veces nos es perpetuo.
Hace mucho que invitamos a los sueños para comprobar que estamos dormidos.
C
—¿No será que lo ya escrito es una búsqueda en círculos sobre el misterio de por qué hemos comenzado a escribir?
No hay duda de que somos culpables de nuestra escritura y eso no tiene nada que ver con nuestra achacable caligrafía.
—Sí, Amor, ¿sálvame de esta pluma?, ¿tengo tanto miedo de comenzar a escribir?
1
Pensar no dista de asumir; pensamos el mundo y es una manera de asumirlo, deambulamos entre nuestras percepciones, pero si toda realidad pensada se redujera a eso el mundo entero sería una espina dorsal interminable, inmensa… más que una red de hechos, un tejido de argumentos nerviosos; en lugar de asomarnos a la ventana y encontrar el cable del teléfono o de la luz encontraríamos la versión escatológica de la realidad: tejidos nerviosos que cuelgan de aquí para allá sobre el desbordante escenario de un cielo henchido de neuronas y eso por no hablar del desagradable hedor a hierro que expedirían los tejidos del mundo antes de que nuestro cerebro los convirtiera en otro código eléctrico.
Pensar no dista de asumir, pero esa distancia es insalvable: si pensar y asumir fueran puntos en el espacio, el verso de comunión entre ambos sería el infinito más cercano. Pero frente a la imaginación llena de distancias cósmicas [Eureka, Edgar Allan Poe], otras son las distancias que se acortan.
2D
¿Qué es eso que acaba de suceder? ¿De dónde ha salido ese texto de allá arriba y el de aquí? ¿Es el escritor de allá arriba y el del principio y el de antes y el de siempre que intento escribir y el de aquí… acaso somos el mismo?
Consciente de mi escritura me tiro hacia atrás para mirar en perspectiva [doy tres pasos en reversa]: no hay forma de mirarme a mí mismo escribiendo y no hay forma de mirar a alguien más escribiendo sobre mi página mientras me alejo. O soy yo o es el otro, pero este texto no refleja sino sólo turbiamente una ausencia. Quizá aún pueda seguir siendo ese que ya no está ahí, esa ausencia de mí [ojalá pudiera caminar de nuevo, pero hacia el frente para comprobarme a mí mismo, llegar a esa reconciliación], el mismo y tan consanguíneo de aquel que no ha podido dejar de leer ese texto de Salvador Elizondo.
¿Qué me hace creer que no soy Salvador Elizondo escribiendo en 1976 “Anoche” en esa noche anterior a la de hoy del texto A?
E = A+B
Me gustaría plantear un texto sin fin, un texto en el que todo esté sucediendo al mismo tiempo, algo más o menos así como lo dicho en A y en B; entonces hay un personaje cualquiera [ahora camino los tres mismos pasos pero hacia el frente: hacia la experiencia personal de escritura] que asume los caracteres de mi persona, por ende, también quiere ser escritor, y por pretérito, ya sé que quiere escribir un texto sin fin: un texto en el que todo esté sucediendo. Algo así como la mezcla de los textos A y B, entonces hay un personaje cualquiera [aquí afirmo que caminé los mismos tres pasos hacia el frente, hacia la experiencia personal de la escritura, hacia ese lenguaje que voy haciendo concreto] que asume los caracteres de mi persona y que soy yo como el escritor y como el personaje que asume los caracteres del yo escritor y que nos gustaría a todos plantear un texto sin e íbidem con sus respectivas variantes de tiempo, de espacio y de sujeto.
3
¿Qué ocurriría si aceptamos la hipótesis de Salvador Elizondo? ¿Cómo rescatar los millones de textos escritos y los no escritos de su finitud? ¿Cómo rescatarme a mí mismo como escritor y como personaje sin sufrir las consecuencias de la perpetuidad?
¿Cómo hacer para que la escritura sea real y no sólo eso que simula ser? La escritura no es real, la escritura es distancia, el lenguaje es distancia [“te escribo porque no estás frente a mí”, Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso]; por un lado, nos sitúa en nuestra actual red de hipercomunicación y, por el otro, nos detona la imagen de nuestro aislamiento. Como escritor se intenta ser el puente que recorre esa distancia, el lector puede ser más bien la ausencia, la huella, el texto-terminal y la puesta en marcha de la no-escritura. ¿O será que no? ¿Que no hay razón en lo que escribo?
Será mejor que me divorcie de mi lenguaje, si alguien pregunta yo no he escrito nada. Si hay algo aquí es esa ilusión gráfica que anuncia Elizondo, meras especulaciones casi indemostrables en su humilde forma textual.
F
Tengo que escribir; en realidad tengo que escribir algo y tendrá que ser pronto, incluso si para ello tengo que hablar de mí ya como escritor o como personaje.
Me gusta eso que se estaba haciendo en el texto 2 y la verdad es que la pregunta aún sigue en pie. ¿Qué es eso que acaba de suceder? Mas aún, ¿qué es eso que no termina de suceder?
Cuando era pequeño me gustaba que me preguntaran adivinanzas. No me gustaba contestarlas, a veces porque, en realidad, no sabía la respuesta; otras, porque era demasiado obvia, era mejor que se quedaran así: inconclusas, suspensas, sin acabar de suceder, sin desenlace, la pura huella, y sucede con ellas y con los acertijos y con las ecuaciones matemáticas de cualquier grado, que aún no han sido resueltas, que en sí ya estaban conclusas al momento de ser expuestas, que ya estaba todo dicho sobre ellas delante de sí y sin provocar ni una sola palabra o cifra, perfectamente redondas sin ir más allá. Autocontenidas.
De pequeño me gustaban las formas autocontenidas, ya de grande me gusta conjugar en infinitivo lejos de la versión de mis hechos, tres pasos alejado de mi literatura.
4 = 1 + 3
Decimos sospechando que sabemos aunque todo saber sobre el pasado presupone el conocimiento de la historia a través de los filtros de quien la interpreta: es como un gran proceso de destilación donde el hecho histórico jamás se volverá a encontrar en estado puro. Incluso el Materialismo Histórico no es más que atenerse a la memoria que adquieren los objetos. El texto también tiene su memoria interna, el escritor es su memoria externa.
Soy [puedo ser] la memoria intelectual de los textos 1 y 3, el componente externo, el personaje rebelde, soy [quiero ser] más un catalizador autónomo del conocimiento que habita alguna universidad por las regiones de sus pasillos, en sus aulas, del ara-pedestal en que se posa quien enseña como creyendo que todavía es el centro de atención de ese rito-sacrificio que es la clase, del libro abandonado en la biblioteca también abandonada y del discurso pro-intelectual generalmente izquierdoso que se filtra entre el olor a orines y mota incinerada en el útero de la cantina.
5 = 2D + F
Entonces si soy la parte externa del texto en su estado de escritor en proceso de interpretar sus necesidades, en la parte interna de la escritura está el ideal de mí que es un personaje que imagina a un escritor que lo está escribiendo mientras yo como escritor imagino que escribo sobre un personaje que habla de mí y de otros como yo y que todos somos escritores en proceso de escribir a alguien más en un gigantesco texto que no termina de escribirnos al yo como escritor, al yo como personaje que asume los caracteres de cualquier persona y que de casualidad es un escritor, como el personaje de este último escritor imaginario y del yo como niño que le gustan las adivinanzas o como Salvador Elizondo escribiendo anoche o como todos al mismo tiempo dentro de la utopía de un texto socialista en cuanto a tiempo, espacio y escritura.
–1 = 4 – 5
Lo interno y lo externo. Gaston Bachelard escribió que lo interno es profundo y lo externo es infinito; es como si ambos polos de la fenomenología se reflejaran en un espejo de truco y el reflejo aunque es el mismo no adquiere las facciones que se encuentran cara a cara y no sabemos cuál de los dos es el real y cuál el reflejo.
¿Dónde habita el personaje, dónde el escritor y dónde las ficciones subsecuentes a cada uno? ¿Cuál de todas es la literatura si es que la hay? Si el lenguaje está intentando ser esa cosa real y no esa simulación, ¿dónde se borra la línea fronteriza entre escritor, lector y personaje? ¿Cómo se lee la otra literatura? ¿Cómo escribir [en la pose de escritor heterodoxo] que la verdadera historia se queda de un sólo lado de la pluma si la verdad es que estoy escribiendo desde el teclado de la computadora? ¿O será que aquel que escribe de mí es el escritor heterodoxo del que hablo y yo no sé quién soy después de ese desdibujar de las fronteras?
–1 + E
Y no quiero terminar de escribir, quiero dejarlo en suspenso, como la imagen de un astronauta que está flotando en una suspensión de vacío. Pienso en el suicidio. ¿Qué es el suicidio? Suspender el juicio vital, no será resolver nada pero tampoco será negarlo, saltar de esa manera al vacío incluso sería una negación ontológica de la caída.
Pero quien salta casi siempre es la ficción.
¿Y si los otros que escriben de mí y yo de ellos y todos de todos nos atreviéramos a suicidarnos todos, cómo terminaría este texto?
Y no quiero terminar de escribir. ¿Por qué escribir? ¿por qué el otro de mí me escribe y yo de él y de nuevo todos de todos?
–1 + E = C
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