Detrás de la palabra contraste encontramos el efecto plástico que permite resaltar el peso visual de uno o más elementos o zonas de una composición mediante la oposición o diferencia apreciable entre ellas, permitiendo atraer la atención del observador/lector hacia determinado punto. También es la inexistencia o escasez de tonos intermedios, para resaltar lo claro y lo oscuro. Asimismo, la palabra precisa el examen de laboratorio que introduce una sustancia en un organismo para observar, mediante un aparato —en este caso, la lectura sería el aparato—, órganos que sin ella no podrían ser vistos. El contraste destaca la oposición, la contraposición o la diferencia notable que existe entre personas o cosas. Por contraste igualmente se define el brillo de las diferentes partes de una imagen, o la relación entre la iluminación máxima y la mínima de un objeto.
José Emilio Pacheco contrasta diversos conceptos a lo largo de Las batallas en el desierto: la miseria de unos frente a la opulencia de otros, la candidez de los niños ante la malicia de los adultos, el hambre junto a la abundancia, la certidumbre conviviendo con la sospecha, el recuerdo imborrable luchando contra el olvido traído por los años, la incomprensión de cara a la tolerancia, las tradiciones alternando con la modernización y americanización del país, la corrupción delante del anhelo de justicia, la fantasía encontrada con la realidad, el esfuerzo frente al oportunismo, la finura ante lo burdo, entre otros. Lo contado es una vivencia sensorial que destaca colores, formas y volúmenes de aquellos días. El contraste revela con nitidez la esencia del contenido, su verdadera naturaleza, al sobreponer conceptos opuestos, como el blanco sobre el negro.
En Las batallas en el desierto esta narrativa plástica utiliza el contraste como recurso insistente. Las palabras insinúan escenas de una época, de un mundo y de circunstancias que además anuncian el futuro predominio de la comunicación audiovisual (cine, televisión y radio), en medio de contrastes económicos, sociales, culturales, de modos de entender la existencia, de contrastes entre la verdad y la mentira. El contraste impregna el relato de esa lógica sensorial. El narrador muestra el entorno con loable eficacia, sin descripciones ni detalles innecesarios. Somete el relato a la percepción visual enredándose en la misma. Su enamoramiento tiene ese origen, la belleza física descubierta por sus ojos lo condena a la desilusión, a la separación, a la pérdida del ser amado. Al sentir la necesidad de constatar las declaraciones de Rosales, el narrador entiende que sus percepciones lo han traicionado. Los resultados de su indagatoria lo entregan a la tortura de la duda. La historia queda viva, sin final, se extiende como una obsesión nostálgica, donde el recuerdo está eternamente presente volviendo en un círculo al mismo recorrido, a los mismos detalles, a esos días, a una historia que pasa como un disco en la sinfonola. “Nunca sabré si aún vive Mariana”, dice el protagonista abandonado a una incertidumbre abierta. El tiempo ha borrado las huellas, la desaparición de los implicados cuestiona lo contado, la verdad contrasta frente a la ficción, la verosimilitud de los hechos es una conjetura. La percepción visual ha fallado.
José Emilio Pachecho resalta un mundo aparentemente simple, cuya estructura, sin embargo, es compleja y soterrada. Utiliza el contraste como un eficaz recurso discursivo que enfrenta a un niño a la perversidad real del mundo, en una desigual batalla en el desierto.
© Barry Domínguez
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