No. 156/EL RESEÑARIO

 
Biografía de la humanidad.
Los viajes interiores de Eduardo Uribe



Marisol Vera




Eduardo Uribe
Infiernos particulares
Ediciones de Punto de partida, 2008 



El mal está presente ya en lo hermoso,
el Infierno ya está contenido en el sueño del Paraíso […]

Milán Kundera


 

I



portada-uribe.jpgEl viaje al inframundo es uno de los temas recurrentes de la literatura de todos los tiempos, reverberación de la conciencia colectiva que nos conduce, irremediablemente, a la imagen del Abismo. ¿Es el recuerdo de nuestra condición primera, de la silenciosa Noche Cósmica que nos parió?

Nuestras referencias literarias, obligadas en Occidente, sobre el descenso a los Infiernos, nacen alrededor del siglo VIII a.C., cuando Homero relata la aventura de Odiseo: siguiendo las órdenes de la diosa Circe, desciende a la morada de Hades para consultar el alma del tebano Tiresias. El sabio anciano beberá la negra sangre derramada en su honor y le hablará de su retorno a Ítaca, de las batallas, los extravíos y la venganza.

La épica homérica despertará en Virgilio los doce cantos de La Eneida, escrita entre los años 29 y 19 a.C. Acudimos, de nuevo, a los reinos de ultratumba: las aguas Estigias por las cuales aun los dioses temen jurar en vano, los horribles lamentos de las almas atormentadas, la profundidad perenne del Tártaro.

Ya entrado el siglo XIV, Dante, guiado por Virgilio, nos lleva a la oscura garganta de la Tierra, desde el Limbo hasta la álgida morada de Satán, que yace de cabeza, como cayó al ser exiliado del Edén.

En las épocas antiguas los hombres están cerca de los dioses. Los demonios caminan entre las sombras de los pueblos, invaden el sueño de las doncellas y de los locos. Dioses y demonios son seres tangibles y el Infierno es un lugar lleno de ruido, de fuego, de llanto y de dolor infinito.

Es en el siglo XVII cuando, en voz de una poeta de poderoso intelecto, se anticipa el espíritu de la modernidad que irá despojando de su trono a los vetustos númenes. El Primero sueño de sor Juana es un viaje del alma, mientras el cuerpo duerme, por los espacios del universo. A ella no la acompaña un maestro ni una deidad; no la mueve, como a Odiseo, el anhelo por su patria, ni como a Dante, el deseo de fundirse con Dios. Su cometido es la búsqueda del conocimiento. Está sola, ante sí misma y ante la eternidad. Es el inicio de lo que más tarde constituirá la exaltación del Yo en los románticos y los simbolistas.

Poe nos lleva hacia lo sobrenatural para producir terror. Kafka es más personal, se vale del absurdo y, a manera de profeta, retrata los horrores espirituales del holocausto que no le tocó vivir. Dice Ivan Klíma: “Un creador que sabe cómo reflejar sus experiencias más íntimas de un modo profundo y auténtico también alcanza la esfera suprapersonal o social.” Y ésta, precisamente, es la ruta que sigue Eduardo Uribe: ir de lo íntimo a lo universal. El infierno es ahora un lugar solitario, interior, privado.



 

II



Eduardo Uribe es un biógrafo, un exhaustivo explorador de la especie humana, la única entre las que habitan la Tierra que necesita del mito para sobrevivir. Así, a través de su joven pluma, encara el sufrimiento, el amor, la lucha por el poder, el anhelo del conocimiento, y nos muestra una fotografía móvil de nuestros propios infiernos.

Desde la cornisa de una equilibrada narrativa, Eduardo acecha los mitos, aprende sus lenguajes, duerme a su lado y, con elegancia, los destruye, pero también los devuelve a su condición original: reflejar el carácter de nuestro espíritu. Su principal herramienta de búsqueda es una poderosa imaginación: un gran talento para crear realidades a partir de la realidad que él habita.

Once relatos cortos hacen gala de una refinada ironía, un humor denso que, a fuerza de oscuridad, termina multiplicando una extraña luz en las páginas. Letra a letra, Uribe desentraña luchas, temores y esperanzas que nos revelan como seres destinados a reinventarnos y encontrar, en lo profundo de esta reinvención, la misma naturaleza de nuestros abuelos, la misma sustancia que albergarán nuestros hijos; una y otra vez nos hace dormir sobre la hierba y soñar con Sísifo burlado.

Infiernos particulares es, en esencia, una biografía breve de la humanidad.

 

 

III



Hace un par de años me habría considerado candidata perfecta para ingresar a la Escuela del Sufrimiento. He leído en las primeras páginas de Infiernos particulares un detallado informe de esta desaparecida agrupación, llamada por un escritor rechazado “la Asociación de los Licenciados Vidriera”, por aquello de la fragilidad de sus partidarios. Explica el desdeñado hombre: “En ella, los miembros, incapaces de tener cualquier relación con el mundo fuera del dolor y el tormento, establecen vínculos, crean situaciones, trazan proyectos sólo para sufrir.”

El autor del artículo cita al dolido ex alumno de esta escuela para dar pie a ciertas aclaraciones públicas concernientes a la misma. “El sufrimiento —dice en las líneas iniciales de su testimonio— era la cosa más abundante y mejor repartida del mundo.” Estuve de acuerdo con dicha idea, no sin experimentar un orgullo que raya en la soberbia al recordar uno de mis dones más preciados: la notable aptitud para sufrir.

Esta capacidad —quiero ser sincera— ha venido disminuyendo a partir de un hecho inesperado: algo se hinchó en mi cuerpo como un presagio y a los pocos meses de este inexplicable suceso apareció en un quirófano un pequeño surtidor de gozos. Empecé a tomarle un gusto raro al trabajo de esta oficina llamada Existencia y, para mi asombro, hallé agradables sus tareas; incluso, ahora veo con dulzura los escalpelos, la sangre, los vendajes, las estrías. Disfruto hondamente los días húmedos y frescos cuando una laminilla fría recorre las últimas vértebras de mi espalda y los tendones se aprietan como cuerdas oxidadas.

Ignoro si la Escuela del Sufrimiento volverá a abrir sus puertas. Desafortunadamente ya no cumplo los requisitos para incorporarme a sus filas.

 

 

IV



Eduardo Uribe no es un observador pasivo de los días y sus vicisitudes; él mismo se da a la tarea de imaginar la Historia y de historiar la ficción. En sus narraciones, un tanto a la manera de Borges, los territorios de la realidad circundante se entrecruzan con los de otras realidades. Eduardo habla, por supuesto, desde su estética particular, en una combinación de rigor académico y sencillez que permite acercarse y disfrutar la lectura de su obra.

No descubro en sus argumentos al habitante de una ciudad en particular o de una época específica, sino a una suerte de camaleón que adapta su organismo a escenarios de múltiples tiempos y de infinitas posibilidades.

He abierto las once ventanas de este libro. Recorrí los extensos pasillos de la Biblioteca de Ibis, donde los hijos de Theuth almacenan sus conocimientos de la vida, testimonio de su grandeza y antesala de su destrucción. Me convertí en un libro olvidado, escrito con el pulso de la nostalgia, renacido en Lisboa con rostro de mujer. Vi a un caminante andar soberbio por las calles del absolutismo, cadena en mano, una manada de hombres tras de él. Acompañé durante fatigosas horas, días y años, a un burócrata que convierte su rutina en epopeya y se sienta a edificar el fracaso.

 

 

V



¿Es necesario apuntar que cada relato es un espejo, que en cada palabra voy acercándome a mis abismos particulares?

Veo a un escritor en un desván.

¿Por qué siento la urgencia de refugiarme en los olores frescos de la tinta, en el corazón de una imprenta fantástica, entre muros de libros que guardan los nombres del silencio?

No extenderé más mi experiencia en este breve texto, no hablaré de mi miedo a despertar en otro rostro; de las flores carnívoras que mordían mis sueños en la infancia; de los raptos y los laberintos… de todo aquello que Infiernos particulares le ha hecho abruptamente recordar a mis células…

En algún rincón de sus letras, Eduardo Uribe nos presenta a un hombre que escribe, obsesivamente, en un viejo y abandonado desván. Me parece conocerlo, desde siempre, y sonrío cuando otro espectador como yo dice: “pues qué es, a final de cuentas, un escritor, sino un animal domesticado que, convencido de tener talento, visión o don, llena páginas con actitudes y pretensiones sublimes. Los ilusos son buenas bestias."