Es así que de Arturo ya nada encuentro.
Sir Thomas Malory, Morte d’Arthur
Una vez le di vuelta a la página de un libro
y sentí que abría una caja.
Dentro vi al Rey Arturo agonizante
a bordo de una embarcación,
alejándose de la tierra firme donde habría muerto
como el resto de sus hombres.
Nadie lo vio morir.
El agua guardó el secreto
de su descomposición.
Tú moriste en la cama de una mujer que apenas conocías,
Entre los pliegues grises
de una noche vuelta trama de alambres.
Tu propio cuerpo
se te salió de las manos.
Moriste dejando más de un cadáver
y yo no supe por donde comenzar a medir los espacios que habías desocupado.
Siempre fuiste experto en abordar infinitos.
La blusa que usé en el velorio nunca me gustó,
los pies que me llevaron aún me siguen.
Cuando quise acercarme al ataúd a ver tu cara,
la gente formó alrededor de ti un muro
de espaldas entreabiertas.
Sólo alcancé a ver tus dientes
y esa última imagen que me arrojaste
debe bastar para el resto de mi vida.
Al día siguiente yacías bajo tierra firme
(esta tierra que pisamos, en la que morimos,
siempre ha tenido demasiadas evidencias
de nuestra naturaleza de incendio y de papel).
Dejaste un nombre de rey bajo las piedras.
Tu ataúd es una caja ociosa
donde ahora sólo deben escucharse
el monólogo de la pérdida,
los maremotos de la nada.
Lorena Saucedo (Ciudad de México, 1979). Estudió letras inglesas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2005 a 2007 en el área de poesía. Ha colaborado en diversas publicaciones nacionales y extranjeras. Actualmente imparte clases de literatura inglesa en la UNAM y es estudiante del posgrado, con una investigación sobre Emily Dickinson.