Variación a un pasaje de Walter Benjamin
El tedio es un paño cálido y gris forrado por dentro con la seda más ardiente y coloreada. En este paño nos envolvemos al soñar. En los arabescos de su forro nos encontramos entonces en casa. Pero el durmiente tiene bajo todo ello una apariencia gris y aburrida. Y cuando luego despierta y quiere contar lo que soñó, apenas consigue sino comunicar este aburrimiento. Pues ¿quién podría volver hacia fuera, de un golpe, el forro del tiempo? Y sin embargo, contar sueños no quiere decir otra cosa. Y no se pueden abordar de otra manera los pasajes, construcciones en las que volvemos a vivir como en un sueño la vida de nuestros padres y abuelos, igual que el embrión, en el seno de la madre, vuelve a vivir la vida de los animales. Pues la existencia de estos espacios discurre también como los acontecimientos en los sueños: sin acentos. Callejear es el ritmo de este acontecimiento. En 1839 llegó a París la moda de las tortugas. Es fácil imaginar cómo los elegantes imitaban en los pasajes, mejor aún que en los boulevares, el ritmo de estas criaturas.
(Walter Benjamin)
Mi padre entonó el sueño de los tedios.
Sacudió los cabellos de su mesa de trabajo todas las noches. Mi padre tiñó las órbitas de la caligrafía; escribió el signo de las cruzadas en mi cabeza. Yo replico esos tonos en su nombre. Me envuelvo en el mismo paño cálido y gris, con visos de seda ardiente, con que él se cubrió para soñar. Sueño, como el embrión que emprende, desde el santuario de la noche, la vida de los animales. Para volcar de un solo golpe el revestimiento de los días. Entonces me siento a escribir y entono las visiones grises y aburridas de mis antepasados, que son las visiones de mi cuerpo y de mi pensamiento. Miradas deslucidas de caminatas largas por la ciudad. El pulso acompasado de los pasajes donde compramos, por decir, una tortuga de pecho quebrado. El desaforado pulso con que observamos ese animal recluido, para después salir desaforadamente a encarnar otras visiones. Con el pulso siempre de estas criaturas
quebradas y rollizas.
De Degenerativa (inédito)
Marcas
Arrancarle maslatón. Quitarle
maslatón al apellido. ¿Las borraduras del lenguaje son lesiones, miedos de seguir? ¿Miedos de?, ¿cortezas relegadas? Cuando llego a cierto punto, por decir un retén de policía que pregunta por mi nombre. Replica mi nombre y ese efecto rasga el aire (lo rasga porque lo abre con frialdad) usted Terán. Teherán, usted Terrán. Simule un rostro ahora, una extremidad. Camine así con este pie ladeado, apuntando hacia la abreviatura. Disyunción. Uno embiste con su línea quebrada el desapego. Cuando repito mi nombre en la oscuridad. Cuando digo Alejandro en la pieza callada, digo Tarrab sin decir maslatón, sin decir una piedra puesta sobre la tumba, sin decir piedra que daría permanencia. Cuando digo esto sin decir aquello, lejano y seguramente más allá estoy cortando. Rajando la tela. Los colores, por decir un verde tenue de la piedra sobre la tumba. Al decir esto sin decir rostro o vaso desechable, sin el largo retrato de rabinos a quienes desconozco. Cuando ceceo, modulo sin las claves, sin los métodos de caso, las secuencias de aquel relato repetido: piloncillo en la bolsa de tus abuelos, voy rajando. Lo que no dice sufijo, esto preanudado, anteapellido al nombre corazón. Dejo para después sobre esta mesa: un montón de papeles numerados, una estaca recta de araucaria, algunos nombres como lecturas posibles o con mayor precisión un frasco de lágrimas artificiales, celofán de unos cd. Algo, desvanecido, como tendiente hacia otro orden, algo. Voy tajando. Violando sin la voz que me entrega o que me entregaría, en condiciones favorables, una genealogía mucho más salvaje. Cuando digo esto Terán, preanudado, apuntado como un rasgo transmisible. Maslatón, una marca dada al diablo, que se carga a la chingada, que se carga más, miedo. Miedo de. Decir más, allá,
decir piedra.
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