Fontanero
i)
Mis manos son maquinaria precisa que pone cada pieza en su respectivo poro, torpes instrumentos que lustran resistencia en otra piel. Mis manos aciertan ángulos —de luz— donde el agua corriente es instrumento de la perfección vital que no es la sed, sino su cumplimiento.
ii)
A diferencia de ti
Poseidón
señor de barcazas y abisales
que si fueran luz serían el sol
mi tacto es de aguas anegadas
de podredumbre.
Viuda de narco
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Si encuentro tu cadáver flotando por el río. O si el río ya no existe y tu cuerpo está en mi patio, donde juega el hijo que tuvimos. Si río tu flotante cadáver en mi cuerpo. O si llevo un hijo tuyo sobre el juego que jugamos en mi cuerpo: ya no existe sino en suma de los días en que cadáver se me vuelve. Si miro y nada flota. Si no alcanza. Si todo cuanto digo viene a resecarnos, y ni hijo ni río, ni tu cadáver; nomás la tarde en vano con su eco de muerte y tiroteo.
*
Vamos a suponer que un día de verdad nos enamoramos y todo tiene un raro color ámbar y se pintan los ocasos. Vamos suponiendo, José, que soy tu esposa y no una triste muchacha que mal véndete sus carnes por tus gramos de a centavo. Vamos a suponer el mundo como quien pinta en su barda una ventana, una playa y más allá el guacho horizonte con sus oros. Apúrate a suponer que este pueblito, así como lo ves de polvoriento, de ensangrentado por pleitos de carrujo, es París o Nuevayork y ambos sabemos francés y no balazos y andamos caminando por las calles con abrigos de piel y sombreros y andamos, José —eso sí, matrimoniados—, suponiendo que los diarios mienten cuando hablan de violencia en el país.
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Muero de ganas de tenerte, José, entre mis muslos desangrarte. Me muero a tiros de tus nueve milímetros de ausencia. Me muero sin esa cosita que me das para que no me muera de ti, de tus palabras enormes atravesando la casa que soñamos. Morir gris de un ocaso tuyo perdido de mí, sexo a destajo en el sótano donde cortaban, tus empleados, José, la vida con bicarbonato.
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Encajo en la maceta mil cuchillos. Anudo cintas rojas en espejos. Y miro mi bendita celulitis desde el palco, y ajada me descubro enagua ungida. No tengo el intestino del becerro, pero guardo las pistolas de José, que son también invocación de sortilegio.
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Julio César Toledo (Chicontepec, Veracruz, 1977). Es autor de los libros Del silencio (FRAF, 2003), Hombre, mujer y perro (Anónimo Drama, 2004), Quicio (FETA, 2007), y coautor de Owen, con una voz distinta en cada puerto (FETA, 2005). Suplencias por el nombre del padre (Coneculta-Chiapas, 2008) es su poemario más reciente.
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