Muros / No. 218

De cuerpo entero
Porque todo gran muro
—dice mi madre—
está destinado a caer.

Esther M. García



Le he tomado, de lejos, fotos al mar.

Con la distancia que marca el respeto casi convertido en miedo. He caminado en la playa, dejándome cubrir los pies por las olas desasosegadas. He fijado, más de una vez, la mirada en el horizonte como exigiendo recompensas de pérdidas que no me correspondían. He retenido en la memoria distintas posibilidades de la profundidad marina: los paisajes más inesperados, las cavernas más temibles.

Existen líneas imaginarias que sirven para el estudio de la lengua: isoglosas. Mientras más existen entre dos dialectos, menos similitudes poseen éstos. Eso son las fronteras, isoglosas socioculturales, líneas imaginarias que nos desunen y están cobrando vidas de hombres, mujeres y niños. Las fotografías han sido, en gran medida, desencadenantes de lo que yo considero reacción común, histeria global del fenómeno migratorio. Ese desplazamiento que se realiza todos los días, en todo el mundo, deja un saldo alarmante de niños muertos por sueños ajenos; lo testimonian las capturas instantáneas, de alta definición, que se viralizan en las redes con hashtags al calce.
#SirvanEstasLíneasParaUnirmeALaAnsiedadColectiva

Encallados

Llevas los colores de decenas de banderas en el mundo, estandarte de la penuria. Desde aquí, se ve que no hubo tiempo de que gastaras la suela de tus zapatos. Con las manos abiertas recibiendo el descanso, los dientes mordiendo la arena, dejas entrar el agua salina a tu nariz. Se sabe al mirarte: ya no era necesario el miedo, ni tensar los músculos, ya no era necesario respirar. Con el azul marino de tu bermuda mojada, te acercaron las olas, añiles y calmas, del encuentro de dos mares testigos. ¿Cuál de ellos fue? No hay resistencia, sólo la apacible soltura de la tierra firme rozada por el agua índigo. Bodrum1: paraíso de eternos azules.


Naturalismo virtual: la crisis se volvió bancarrota.

Los niños a los tres años juegan en la arena, no en el oleaje.

Yacía en la playa, con el perfil enterrado, un niño de menos años que dedos en el pie.

A gatas, con la mirada perdida, sonríen a la cámara para revelar la felicidad que significa estar al margen de las olas, haciendo castillos con las posibilidades.

Nuestra realidad, sin filtros, se viralizaba con afligidos mensajes, escritos por conocerle uno de los nombres a la brutalidad: Aylan Kurdi, tres años.

No gatea. No llora. No se mueve.

El 2 de septiembre de 2015, las redes sociales, henchidas, compartían la fotografía de un niño sirio muerto en las playas de Turquía.

A diario despertamos atiborrados de fotografías que muestran El Mundo —menguado, insostenible— al mundo —severo, indiferente—. Imágenes que ante los ojos cínicos son una distracción que encamina a la siguiente crisis. La verdadera ruina está aquí. Cientos de vidas se dejan hundir deliberadamente en pos de dar una lección que no se puede asumir. Sobrevivir es primero. Cubrirse del bombardeo. Sobrevivir es primero. Huir del hambre. Sobrevivir es primero, aunque sea nadando.

Varados

Habla y caminaría si tuviera espacio. Hace días que tiene sed, pero por su garganta sólo resbala el calor urinario. La ingenuidad convirtió seis horas en siete días. Habla y caminaría si tuviera espacio, pero en una patera llena de bocas no hace más que pedir el alimento que nadie tiene. La estafa tuvo cara de salvación. Habla y caminaría si tuviera espacio, pero sólo una semana resistió el cuerpo de menos de un metro. No hubo plegaria que les quitara el frío ni faro que aluzara la superficie. Josephine se la arrancó del pecho y la tiró al mar. Peso muerto, era la regla.

Hablaría y caminaría si hubiera tenido tiempo.

No hay foto, es cortesía de mi impacto.

El muro marino se vuelve yermo, se traga las vidas; nos encara con una realidad salada. El vigor del mar, captado sin pixeleo, nos provoca compasión vestida de ética, nos presiona a hacer justicia dando click a "Compartir". Chioma era una niña nigeriana que murió en el regazo de su madre, intentando llegar a España, siete días después de que el bote se averiara porque el combustible estaba revuelto con agua.

Las barcas llenas en altamar, como táctica de exterminio, no nacen en nuestro tiempo, han sido una posibilidad desde hace mucho para aminorar lo indeseado, ejecutando de manera limpia las exigencias sociales. Michel Foucault narra, de manera puntillosa, los métodos de saneamiento a principios del siglo xv en Europa no para los enfermos mentales, sino contra ellos. Navíos cargados de los dementes vagabundos que daban una mala imagen a las ciudades. No es culpa de ese muro profundo y hambriento, de nombres olvidados, el único que no irguió el intelecto. Aunque es cierto: para locos e inmigrantes, la muralla más difícil de horadar es la acuática.

La pintura y la fotografía vinculadas al ánimo social seleccionan lo que puede salir a cuadro, lo que será manifiesto o no. Ahora estamos embrollados en una economía mermada que empuja de cabeza a miles de personas por el trampolín a un muro inasible: se nos va entre los dedos. Tomamos fotografías con sólo presionar un botón y las enseñanzas —académicas, vivenciales— nos adoctrinan a mostrar más de lo necesario para saciar el apetito común.

Así, la imagen —en particular la fotografía— se ha convertido en un elemento que contribuye, en gran medida, más que al cambio, pienso, a una reacción social. Capaz de poner en el plano colores, formas, escenarios precisos de un hecho o problema determinado, arrasa provocando un cúmulo de sentimientos encontrados. Las fotografías pueden lograr que una tragedia no se olvide, proporcionan nuevas formas de reflexión y hasta significación de un suceso. Este tipo de capturas, que emerge de una calamidad, asoma la lástima, le pica las costillas a la moral y, sí, a veces, incentiva la exigencia de un cambio que traspase los muros virtuales.

Asolados

En los bajos del río, con los juncos al lado, Valeria rodea con el brazo a Óscar, su padre, lo abraza ya sin conciencia, sin prisa. Arañaron el sueño con la tarifa más alta. Ninguno muestra el rostro y el río no corre hacia atrás, parece que tampoco se mueve. Los pies de él, sin zapatos, flotan pálidos. Ella, con menos de dos años, resguardó el último hálito bajo la playera de papá, que no pudo salvarla, pero logró mantenerlos juntos en la corriente.


¿A quiénes mata la crisis? ¿A los dignos o a los indignados?

Las murallas las compartimos todo tipo de marginados sociales, son el vértice que une los males, donde no se distingue al pobre del loco. El migrante arrastra su historia a cuestas: el leproso del nuevo milenio, el enfermo venéreo, contagioso, que deseamos confinado "como si la esencia opresiva de la reclusión […] pudiera ser evitada con la modernización" 2, con líneas imaginarias. No hay tapia que aguante al mundo.

Buscamos decantarnos como humanos, bien separados unos de otros, con una división clara donde el más pesado se superponga al liviano, como aguas residuales con alma y cuerpo. Aunque se intente cubrir su desborde, la migración siempre se manifiesta, como se ha manifestado cada motivo de marginación en la Historia, cartografiando en el tiempo grandes extensiones de tierra pobladas de lo inhumano.

Nos obligan la dignidad y el miedo, dos lados de la crisis. En busca de la primera, nos ahogamos en la segunda. La dignidad, que nadie puede otorgar pero sí estropear, nos susurra que nademos lejos de la angustia. El miedo, constante, es materia prima de nuestros días; las matemáticas que meten cientos de personas en la misma barca. El miedo toma de la mano a la dignidad.

Las advertencias, ahora, son tardías, pero siempre hay alguien que las hace.

El muro que yo observo no se despeña con pico y pala, no se quema con un cerillo. Esa barrera gigante estuvo antes que cualquiera y es inocente. Cobija a quienes lo último que hicieron fue suplicar al horizonte. Recibe, callada, lo que nosotros mandamos, pues no hay nada más que hacer con los silencios sino escucharlos.

Le he tomado fotos al mar, sí, de lejos.


1 Playa turca donde fue encontrado y fotografiado el cuerpo de Aylan Kurdi, su madre, su hermano y por lo menos tres niños más. Bodrum se funda en la antigua Halicarnaso, en un punto de unión entre el mar Egeo y el Mediterráneo. Homero la describe como “paraíso de eternos azules”.
2 Lagarde y de los Ríos, Marcela. “Las locas” , en Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas, Siglo XXI, Ciudad de México, 2015.