Muros / No. 218

La tercera orilla del río

 

[...] nunca se disponía a tomar tierra, ni aquí ni allá, ni de día ni de noche,
de modo que navegaba por el río, libre y solitario.


João Guimarães Rosa


Mi abuelo gringo murió el primero de abril dormido en la cama de su asilo en Houston que semanas antes ya confundía en sueños con una trinchera. Había que darle la mano para ayudarlo a levantarse del agujero. Por años mantuvimos la tradición de conversar, él era lingüista y se enseñó a sí mismo varios idiomas, entre ellos alemán y sueco, el español lo aprendió bien bien gracias a mi abuela. Ya al final, cuando le costaba articular una plática, lo despertaba jugar a la geografía. "¿Etiopía, abuelito?". "¡Adís Abeba!": decir las capitales lo animaba como a un niño pequeño. De alguna forma, aunque ya no saliera del asilo, mi abuelo tenía la mente puesta en el mundo.

Por esas fechas conocí a Austen, un joven lingüista entusiasmado con las etimologías. Él comenzaba a aprender español y quería una recomendación de un libro para enseñarse a sí mismo. Mi sugerencia fue acorde con el tatuaje que lleva en su brazo: la caja que le dibuja Saint-Exupéry al Principito cuando éste le pide el retrato de un cordero. Por suerte, contrario al gato de Schrödinger, las posibilidades de que el cordero esté vivo dentro de la caja son del 100%.

Una cosa llevó a la otra, del Principito a Baudrillard, y ahora estamos Austen y yo, en su Volvo blanco, con un viaje de diez horas por delante desde Houston rumbo a Lajitas, todo este camino sin salir del gigantesco estado de Texas. Mientras él maneja, veo las líneas negras del tatuaje sobre su piel blanca. Aunque mi abuelo no esté en la Tierra quizá se encuentre en alguno de los planetas que imaginó Saint-Exupéry. Austen pone a Marty Robbins en el estéreo del coche para inaugurar una semana de música country continua. Paramos en una tienda por provisiones. Tomar juntos la oportunidad de robar una botella de "agua inteligente" le da una tónica cómplice al viaje. Nos conocemos poco pero ahora sabemos que la pasaremos bien como bandidos en fuga.

Austen vivió en Arizona y ha hecho viajes por gran parte de Estados Unidos, primero pidiendo aventón y luego dándolo cuando se compró el Volvo al que en los últimos siete años ya le ha metido 98 000 millas, que es como ir 20 veces de Florida a California y de vuelta. Su lugar favorito es el desierto, el mismo hacia el que nos dirigimos ahora. Yo sólo tengo imágenes conjeturales de ese paisaje: películas de vaqueros, la masacre de comanches y otras tribus nativo-americanas, la toma de Ojinaga por Pancho Villa y, claro, Breaking Bad.

En alguna conversación antes del viaje le conté a Austen que estaba emocionada con el ensayo de Jean Baudrillard, América, en particular con sus descripciones del desierto. Después de leerlo, me dijo que le resultó un tanto chocante; al desierto no había que pensarlo sino vivirlo. Fue entonces cuando me habló por primera vez del festival Voices from Both Sides que se hace adentro del río Bravo en un antiguo paso comanche donde el río se hace más angosto y menos profundo. Gente de México y Estados Unidos se reúne ahí para escuchar música en vivo que se alterna de un lado y otro entre rancheras y country. En el verano Austen iría, podía acompañarlo si me interesaba. Y sí me interesó.

Al principio del viaje no hicimos más que hablar de diferencias aleatorias entre el español y el inglés. Con muecas extrañas comparamos los 20 sonidos distintos para vocales frente a los cinco del español. Cuando él intenta hablar en español la voz se le vuelve aguda como de caricatura y yo tartamudeo en la obsesión por saber cuándo la s suena como z en inglés. Aprender o enseñar una lengua desde cero vuelve plástico el lenguaje. Cada sonido cobra vida propia, la lengua se tuerce y se entorpece, casi volvemos a ser niños en la repetición de sonidos. Tal vez sólo somos nerds con datos que a casi nadie le importan, como que antes el inglés tenía un ellos y ellas igual que en español, pero al tomar el they del antiguo nórdico ya no distingue género.

Recuerdo haber hablado mucho con mi abuelo sobre el lenguaje, sobre la diferencia entre fonemas, el origen de los apellidos; por ejemplo, por qué se pronuncia distinto el apellido de Franklin Roosevelt del de Theodore Roosevelt si ambos se escriben igual. Entonces se me mete en la cabeza que el espíritu de mi abuelo —un hombre delgado, alto, con piernas lechosas, orejas grandes, ojos claros— se metió en el cuerpo de Austen que es lingüista, tiene rasgos casi idénticos y un nombre de origen alemán, igual que Everett Felker. Así debió de verse mi abuelo a los 26 años. Así debieron de haber sido sus conversaciones, su curiosidad, sus pausados silencios para pensar con los ojos puestos sobre el paisaje que va transformándose del pantano de Houston hacia el desierto fronterizo.

De pronto Austen me mira de lado cuando vamos en la carretera y siento que quien me ve es mi abuelo. Hago un viaje con él como nunca lo hicimos cuando estaba vivo. Le digo a Austen que mi abuelo se le metió en el cuerpo, pero él no le da importancia. Sólo ríe un poco de lado. Me recuerda cómo Everett no le dedicaba tiempo a lo que no le parecía relevante. Alguna vez le conté que hice una crónica sobre una película porno y me dijo lacónico: "And how ' s that interesting? ". Era amoroso pero pragmático en su conversación y aprendió a abrazar hasta que ya era demasiado viejo para poder comunicarse de otra forma que no fuera el tacto.

Viniendo de un lugar tan plano como Houston, la aparición de las primeras montañas es sobrecogedora. Las rocas tienen forma de enormes pezones o de huevos de dinosaurio. Las extensiones de tierra se van volviendo más amplias y arrugadas, sin interrupciones de la civilización.

Ver en este contexto el río Bravo por primera vez, lejos de aduanas y policías, se siente como ver por primera vez el mar. El río se muestra sinuoso y conforme avanzamos se evidencia lo ridículo de construir un muro en este paisaje lleno de obstáculos naturales.

Hemos hecho dos paradas para comer, dos o tres más en gasolineras para ir al baño. En una compramos un juguete para hacer burbujas, agua, papitas y plátanos. Después de casi nueve horas de viaje ya tengo el brazo derecho de copiloto bronceado y de tanto hablar inglés ya no reconozco mi voz.

Llegamos a Marfa, un vórtice de arte contemporáneo en medio del desierto, quizá acá sí les gustaría lo pretencioso de mi ensayista francés. Es una noche estrellada y muy ventosa. Dice Baudrillard que "el silencio del desierto también es visual. Lo conforma la extensión de la mirada que no encuentra sitio donde reflejarse".

Nos hospeda Jason, quien se hizo rico con bitcoins y ya está aburrido de tanto no trabajar. Nos cuenta que hace unos días alojó a Roberto, un chico que se encontró en la carretera y que llevaba días caminando sin comer ni beber. Le dijo que tenía veintitantos pero a Jason le parecía un niño por su estatura; le dio la impresión de que era indígena porque llevaba un fleco lacio y zancón. Lo ayudó a contactar a su familia en Florida y le dio aventón a Odessa, donde ya no hay Border Patrol y desde donde podría tomar un autobús. En casa de Jason las puertas están abiertas y se queda todo tipo de gente. Austen y yo hablamos con un hombre que se electrocutó trabajando en una empresa que le dio una compensación de miles de dólares, dinero que le ha dado libertades y que, según él, también atrajo a la hijastra de El Chapo, con la que estuvo emparejado un tiempo. Nos vemos de reojo tratando de adivinar en conjunto qué partes de su historia son ciertas. Se recupera de una adicción a las metanfetaminas, su nerviosismo hace pensar que eso en definitiva es cierto.

Al día siguiente seguimos el camino hacia Terlingua, el pueblo más cercano a Lajitas, donde se lleva a cabo el festival Voices, motivo de este viaje. Sobre nosotros hacen círculos buitres y halcones y cada tanto aparece un correcaminos nervioso esperando para cruzar la carretera.

En el camino nos topamos con un globo blanco y enorme estacionado sobre la tierra. Especulamos que debe de ser algún instrumento de vigilancia. Busco en internet y resulta que es un globo aerostático irreconocible para los radares y con mayor alcance que un dron. El "ojo flotante", como se le llama a veces, fue utilizado con fines militares en Medio Oriente y desde hace seis años patrulla la frontera con México. A partir de aquí empiezan a hacerse más frecuentes los retenes de la Border Patrol y debo sacar el pasaporte y la F1 de la cajuela.

Conversamos sobre la enseñanza de una segunda lengua, que es el tema de investigación de Austen. Me sale un torrente sobre que el español en Estados Unidos se aprende por los blancos ya sea para ir de vacaciones o para comunicarse con la gente de la cocina en sus trabajos en restaurantes. En cambio, en América Latina hay que aprender inglés para tener opciones y movilidad. Habría que dejar eso en claro al momento de aprenderlo, despejarse de hipocresías: ustedes blancos aprenden español para explotarnos mejor. Digo todo esto y volteo a ver los brazos lechosos y con pecas de Austen. Pero él, por más blanco que es, no se pone el saco, tiene una expresión inmutable que me motiva a seguir. Él podría perfectamente trabajar para la CIA.

Comemos en Terlingua, pero hay que llegar a Jackass Flats, donde una amiga suya nos espera. Intentamos localizar a Pam para encontrar su casa pero no hay señal. Lo único que sabemos es la ubicación de su tienda de abarrotes llamada Little Burro. Y hablando del racismo en el lenguaje, me dice Austen que en inglés se les llama burros a los salvajes y donkeys a los domesticados.

Pam manda mensajes sólo comprensibles para gente del desierto: "Maneja un par de millas al norte y luego, donde veas el establo, a la izquierda". Después de más de una hora por fin encontramos la rv que está abierta y tan equipada que hasta tiene Netflix. A lo lejos se alcanzan a ver pequeñas casas rodantes, pero estamos completamente solos a kilómetros a la redonda. Hay casquillos de bala en un pequeño pedestal y decoración equina por todas partes.

Con un falso acento francés, le leo a Austen esta descripción de Baudrillard del desierto americano: "Fue incluso necesario el exterminio de los indios para que se trasluciera una interioridad más profunda que la antropológica: una mineralogía, una sideralidad, una facticidad inhumana, una aridez que ahuyenta los escrúpulos artificiales de la cultura, un silencio que no existe en ninguna parte". Aquí el paisaje no es humano sino mineral, y apenas si hay rasgos de las antiguas poblaciones.

Pam dice por mensaje que está con un grupo de gente tocando música en la granja de cactus. Creemos escuchar algo a la distancia y caminamos hacia algún sonido difícil de distinguir. Pronto se vuelve evidente que a pie no se puede llegar a ningún sitio. Incluso con el auto toma tiempo encontrarla, pero llegamos a una bodega también en medio de la nada. Después, Pam nos platica que un día apareció esta estructura con la instalación séptica y eléctrica; la policía encontró ésta y otras bodegas similares abandonadas a lo largo de la frontera y cree que las montó gente relacionada con el cártel. Ahora la usan los vecinos de Jackass Flats para diferentes actividades como tocar música, bailar, y para cultivar los cactus.

Imaginaba a Pam como una veinteañera pero es una señora de 62 años que ahora toca el contrabajo con energía juvenil, no se sienta un segundo. La mayoría ahí son mayores salvo dos hombres jóvenes; uno de ellos, el que toca la guitarra, se parece a Brad Pitt con el cuello rojo. Están en un círculo y el piso está cubierto por papeles blancos con letras de canciones: desde Los Beatles hasta John Prine. Nos sentamos a verlos tocar música country que no hemos parado de escuchar desde Houston. Al salir de ahí, la noche tiene la oscuridad más absoluta, "oscuridad sideral", diría Baudrillard.

Pam vive en el desierto en una casa que fue construyendo alrededor de su rv. La cama la mantiene elevada para evitar que suban los alacranes y la cubre con una red para detener a los murciélagos que escucha aletear por la noche.

Al día siguiente nos vamos temprano a Lajitas, que está a 40 minutos en auto desde Jackass Flats. Antes del inicio del festival, cinco camionetas de la Border Patrol ya vigilan desde una loma que les da visibilidad sobre ambos lados del río. El rumor de que un grupo de la caravana migrante aprovechará el evento para cruzar y hacer un statement y lanzar un mensaje contra el muro de Donald Trump impone cierta tensión en el ambiente. Quizá la misma a la que ya están acostumbrados los habitantes de Lajitas, el punto más sureño de esta región fronteriza en la que el río Bravo dibuja una sinuosa línea entre Chihuahua, Coahuila y Texas.

Llegamos un poco antes del inicio del festival porque habrá una boda. Algunas mujeres se tatuaron la cara con henna para acompañar la unión de Dick y Amy. "Somos una tribu", dice Pam en inglés refiriéndose a quienes viven en el área y a los que vienen cada año al festival. Ella adopta y doma mustangs, y es la encargada de llevar el caballo castaño sobre el cual llega la novia que se casará dentro del río.

Austen encuentra a su amiga Alicia y me deja sola un rato. Con los pies adentro del agua tibia, toco la arena. Hay algo placentero y transgresor en sumergirse en el río Grande, una frontera vigilada con tecnología militar.

A las 12 del día se acelera el flujo de personas que buscan el mejor sitio frente al río para poner las sillas plegables, los toldos y las hieleras. Una familia que se distingue por llevar camisetas naranjas delega labores: mientras unos se instalan, otros cruzan cajas de Tecate desde el lado mexicano hacia el gringo. "Quihubo, sácate las birras", dice un señor bigotón que viene desde México y que es recibido con un abrazo de una mujer con el mismo color de camiseta.

Algunas personas mayores pasan en botes inflables o de fibra de vidrio. Los niños corren al agua con traje de baño y pequeños zapatos de neopreno para nadar. Los adultos cruzan con ropa y bolsas de plástico para evitar que los celulares y objetos de valor se mojen.

Están ya listos los puestos para vender souvenirs: camisetas con el logo del encuentro, fundas (koozies) para mantener fría la cerveza. Austen regresa con uno que tiene tejido un correcaminos y la leyenda No Wall. Mark, el coordinador musical del lado estadounidense, ve los últimos detalles del sonido. En el lado mexicano también prueban el audio: "Hey, ok, bueno, sí, dos, tres".

Para dar inicio al festival se celebra una misa en el río. Dos sacerdotes colocan un amplificador sobre una lancha inflable: "Hoy celebramos que este río no es sólo un lugar de separación [...], que todos somos hijos de Dios [...]". Durante la misa, dos mujeres platican sobre cómo antes era posible vivir en México y trabajar en los hoteles de Terlingua o venir a la escuela acá.

Antes del 11 de septiembre de 2001 y del endurecimiento de las políticas migratorias, las personas cruzaban libremente. Pero ahora que está prohibido, visitar a la familia que vive tan sólo a unos pasos, del otro lado del río, implica viajar desde Lajitas hasta algún puerto oficial de entrada como El Paso al oeste o Laredo al este, ambos a más de ocho horas en automóvil.

La música comienza del lado americano. La canción "Fiesta Protesta" de Jeff Haislip representa el espíritu del festival:

On the Border we like to have fun
But we don't want to get arrested
Grab your guitar and meet me on the rio
Let's have a Fiesta Protesta
Fiesta Protesta, comida y cerveza
Para bailar en el río
Amigos necesito a peaceful party
To protest that we've been torn apart
Fiesta Protesta, libre la frontera.

En la frontera nos gusta divertirnos
Pero no queremos que nos arresten
Toma tu guitarra y nos vemos en el río
Vamos a armar una Fiesta Protesta,
Fiesta Protesta, comida y cerveza
Para bailar en el río
Amigos necesito una fiesta pacífica
Para protestar que hemos sido desgarrados
Fiesta Protesta, libre la frontera


Pienso que el spanglish nos dará horas de conversación en el camino de regreso. Los músicos invitan a meterse al agua, perderle el respeto, al final ha sido más tiempo río que frontera internacional: "De eso apenas lleva poco más de un siglo". Después de algunas canciones como "Border Crisis Blues", preguntan desde el micrófono si el otro lado está listo.

Ya sobre el escenario, la familia del lado mexicano, que toca boleros, corridos, rancheras y hasta reguetón, lanza algunos anuncios: "Mandamos saludos a Márgaro. Si ven a Christian, díganle que se venga para acá, lo estamos esperando. Policía, ya déjelo en paz".

Se dice fácil cruzar, pero en este caso es un verbo cargado. Cruzamos a Chihuahua para comprar un mango enchilado y me emociona la sola idea de estar pisando suelo nacional. Austen tiene bolsas en la camisa y como marsupial guarda nuestros celulares. Tocan una canción de Los Cadetes de Linares y luego una sobre una mujer que se devaluó como el peso. Del lado mexicano hay que esquivar las pick-ups para poder comprar una cerveza en la cajuela de una señora. Desde ahí se alcanza a ver a la Border Patrol que observa que nadie se interne a México y luego intente regresar al lado americano. La verdad es que la fiesta está en el río y del lado gringo que es el punto de encuentro, así que decidimos regresar "because we don't want to get arrested ".

El río rebosa de niños que avientan agua o pelotas de colores a los que pasan. Hay tráfico de lanchas y otros inflables, hay uno enorme con forma de pegaso blanco y otro más pequeño que parece su hijo pegaso. Si esto fuera un balneario sería normal, pero hay algo surreal en esta fiesta que suspende la frontera con cervezas y niños que juegan entre el español y el inglés sin prestar atención a la política o quizá haciendo política con su juego acuático. Un helicóptero sobrevuela la zona. Los músicos mexicanos tocan una cumbia y la gente baila dentro del río mientras forma un gran círculo que se hace cada año.

Este círculo tiene que ser un planeta distinto, una cápsula donde las reglas no aplican y se habla una mezcla de idiomas que en realidad es otro lenguaje capaz de expresar el intersticio del desierto. En este mundo mi abuelo se anima a bailar con mi abuela que sí que sabía mover las caderas.

Para llegar a su propia boda, mi abuelo manejó desde Maine hasta San Pedro, Coahuila, pero en el camino había tanta nieve que pasó todo el trayecto deslizándose de un lado al otro de la carretera. Se casó con una norteña e inventaron una familia que se desarrolló en ambos lados de este límite imaginario. Pienso esto mientras bailo unas cumbias ya con suficiente cerveza en mi sistema para saber que esto es un río nada más.