Bestias / No. 220

[no cream, no life]

                      

"Existen listados relacionales… Que quede claro que éste es un comentario fuera de cátedra, un simple apéndice recreativo… Existen listados relacionales, usualmente no considerados en la bibliografía oficial, que apuntan a la desaparición total de la crema de cacahuate de aquellos distritos en los que acontecieron Las Depuraciones".

Ari detiene su garabateo en la aplicación de dibujo. Desde que comprendió que con hacer las lecturas, contestar los cuestionarios y realizar las prácticas de la plataforma podría completar los créditos para obtener el grado, se limitó cada mañana de los últimos tres años a colocarse el visor, abandonar su avatar en el salón virtual, minimizar la pantalla y distraerse con cualquier otra cosa mientras la voz del profesor en turno peroraba de fondo como si fuera mero ruido blanco.

Como trabajaba de auxiliar en un equipo urbano de control de plagas, Ari encontró conveniente estudiar algo relacionado con los organismos. De manera primordial, el equipo lidiaba con cuadrúpedos irregulares que aterrorizaban conjuntos residenciales. La especialización le fue interesante sólo una temporada. Luego perdió su atractivo. Como El Ateneo poseía control total sobre cada forma de vida que arribaba a la existencia, hacer carrera en Biología carecía de sentido porque ya todo estaba dicho. Los zoológicos eran los nuevos museos. "Así era la vida antes", explicaban los guías a los visitantes antes de que comenzara la inmersión 4D de la muestra en turno. El público sentía especial predilección hacia la tundra y la taiga.

Nunca faltaba quien abandonara la inmersión con un ataque de pánico, aunque los animales fueran proyecciones. La gente que visitaba museos no vivía en conjuntos. Los habitantes de conjuntos reconocían por el aroma a los felinos con tres hileras extra de dientes. "Son parte de los nuevos ecosistemas y deben encargarse del equilibrio", respondían los superiores de control de plagas ante cualquier cuestionamiento de los equipos.

Pese a la desilusión, Ari no cejó. Cada día desde que inició la carrera se levantaba a tomar cualquier desayuno deshidratado que hubiera en el dispensador, se colocaba el visor para conectarse al aula y fingía prestar atención. Ari debía recibir en automático en su buzón cualquier material que se expusiera. Eso de aparecer al avatar en clase era un protocolo que él encontraba estúpido. Muchos profesores ni siquiera atendían la clase en vivo. Pregrababan la sesión y resolvían dudas en el panel más tarde.

Total, que podía dejar su avatar ahí y entretenerse en otra pantalla, al fin que lo peor que podría ocurrir era extraviar los materiales o no tenerlos a la mano a la hora de responder cuestionarios o resolver exámenes.

Pero esta mañana Ari pausa el dibujo que ha estado trazando desatento con tiza pastel, un dibujo de la última cosa que atraparon en un cuadrante vecino, y sin maximizar la pantalla del aula rebobina un minuto de la clase para averiguar qué se dijo antes. El detalle de la crema de cacahuate llama su atención.

Un mes antes, el equipo de Ari recibió una llamada nocturna de urgencia para colaborar como soporte en la recolección de una bandada de cadáveres que yacía en los límites del distrito. Cientos de pequeñas aves alfombraban el área. Fue una noticia que generó revuelo. El menor desequilibrio en el nuevo ecosistema provocaba pánico colectivo, y aquella cantidad de cuerpecillos disparó el miedo al aire.

El equipo procedió como de costumbre. Se despacharon los cadáveres a la sede distrital de El Ateneo con estricto apego al reglamento, y en recompensa por el turno extra cada miembro del equipo recibió un token intercambiable por un costoso bocadillo azucarado. La mayoría decidió guardarlo para una ocasión especial. Ari solicitó el intercambio ahí mismo porque no todos los días recoges diminutos vertebrados tridáctilos transparentes con las entrañas expuestas a través del pecho por el plumaje a medio mudar. Volvió a casa dando mordisquitos al emparedado seco de harina de almendra que se le deshacía sobre la lengua como terciopelo. Fue entonces cuando la vio.

Apareció trastabillando en medio de la oscuridad. Ari se detuvo en seco mientras su pulso se alocaba. Aguardó un par de segundos, el máximo de espera, para que los escáneres de cámaras de la vía por la que transitaba reconocieran a la cosa esa como organismo sin identificación, pero nada ocurrió. Y la criatura se aproximó, acechante, dando vueltas alrededor de él, cada vez más cerca, así como Ari había visto hacer a los extintos carnívoros cazadores en videos. De pronto tuvo una idea iluminadora: cortó un trozo de su emparedado y lo arrojó, con exquisita puntería, directo al rostro de la criatura, para enseguida echarse a correr.

Alcanzó a percibir con el rabillo del ojo cómo una tríada de colmillos, innecesaria para un simple bocado de harina de almendras, le descendía del interior de la mandíbula. El corazón de Ari se desbocó. Parecía que las cámaras no detectaban la presencia de la criatura y él, aunque cabía la posibilidad de que así fuera, no creía estar alucinando, porque la IA del departamento donde vive le habría sugerido en cuanto se despertó que acudiera a atención psicológica después de denegarle el acceso a cualquier aplicación, así como ocurría siempre que a alguna persona se le desajustaba la química del cerebro.

Ari vuelve al inicio de la clase. Se perderá la parte que se transmite en vivo, pero el primer rebobinado que hizo no bastó para satisfacer su curiosidad. Es una materia optativa que toma para obtener créditos extra: "Fundamentos del procesamiento digital de organismos". Cierra los ojos y escucha atento al profesor hablar sobre los orígenes, importancia y delimitaciones de la materia que imparte. Sin ambages el profesor reseña Las Depuraciones. A Ari el nombre siempre le ha parecido irónico.

El Ateneo jamás había descartado de manera oficial que el bicho hubiera sido producto humano porque implicaría admitir abiertamente que no es capaz de controlar su propio sistema. Tampoco negó la posibilidad del nacimiento espontáneo del error por acumulación de datos basura en la periferia de la red, lo que también lo dejaba mal parado. Un buen día, milenios de conocimiento comenzaron a ser devorados. Se condenó a muerte a los programadores porque los extraordinarios depuradores que mantenían impecable al sistema no pudieron prevenir ni detener al error, al bicho, a la bestia que en pocos días dejó desmemoriada a la humanidad que había confiado cada gramo de su existencia a un sistema digital e inteligente cuyo soporte no había fallado hasta entonces. Hubo apagones, reseteos, bancarrotas, suicidios. Se detuvo la producción de alimentos. Toneladas de códigos nucleares desaparecidos e irrecuperables. Millones de personas ahora anónimas, sin registros, viviendo en la calle porque no podían acceder a los dominios que clamaban como propios. Y un buen día, también, aquel raro engullido cesó.

La criatura era bella. Ari no había visto nada así antes. Aparentemente andrógina, de rostro suave y bien proporcionado. Además de la tríada de colmillos retráctiles y del par de membranas alares como de quiróptero que no le ha visto desplegar, Ari no notó ninguna otra extremidad animalesca en su anatomía. Esa noche fue escoltado hasta su departamento por la criatura no detectada. Ari arrojó al suelo trozos del emparedado durante el trayecto pensando que así se protegía de ser devorado.

Ari abre por fin el aula virtual donde, aparte del suyo, hay un montón de avatares distribuidos entre las gradas del salón tipo anfiteatro. La voz del maestro (porque sí es su voz, los distorsionadores suelen ser muy obvios) explica apasionada la apertura de campos de investigación en torno a la probabilidad de que el bicho origen de Las Depuraciones hubiera salido del sistema. Uno de los avatares eleva la mano para hacer una pregunta.

"¿En qué se basan esas probabilidades?".

"En hipótesis cuyas premisas suelen tener un carácter más bien seudocientífico", responde el profesor tras un silencio. "Por ejemplo", agrega, "si nuestra clase estudia los detalles del proceso de digitalización de organismos, en teoría el proceso puede realizarse a la inversa… de protocolos, comandos y códigos a…". No completa la frase. Luego Ari oye la repetición del comentario sobre la crema de cacahuate que le hizo detener su dibujo. "Estos listados a muchos les parecen significativos para sustentar la teoría de que el bicho abandonó el sistema. Son disparates que ciertos artistas, ya baneados, interpretaron gráficamente y llevaron, incluso, al extremo de proponer la reproducción entre bicho y humano".

A Ari la sangre se le agolpa en el vientre. Se quita el visor cortando la comunicación de tajo, sin siquiera cerrar sesión. Su avatar habrá desaparecido del aula y su abrupta salida contará como inasistencia. Se gira sobre el hombro para ver a la criatura tendida sobre la moqueta relamiéndose las falanges arácnidas de puntas huecas. Desde hace un mes vive con él. En este momento, la IA de su departamento empieza a hacerle notar el error del aula y las futuras complicaciones.

La criatura disfruta de relamerse. Parece uno de los antiguos felinos de hogar acicalándose. Sus ojos sin pestañas están cerrados. La piel blanca y escamosa como pixeles destella aquí y allá. Por estática tiene pegado al cuerpo su cabello largo y negro que acaba en una levísima onda a la altura de su cadera.

Lo primero que hizo la criatura al llegar al hogar de Ari fue enchufar uno de sus dedos huecos al primer portal que tuvo cerca y mostrarle lo que deseaba: un bote de crema de cacahuate. Él accedió a sus ahorros y gastó dos meses de sueldo para solicitar a través de formularios oficiales a un distrito lejano al suyo un bote de crema de cacahuate sintética, una extravagancia costosa que pudo haber intercambiado por el token que recibió la noche de turno extra. Y contrario a lo que creyó en un principio, la criatura no lo consumió sedienta y desesperada. Sumergía la mano derecha una vez al día y se pasaba el resto del tiempo lamiendo con lentitud la crema embarrada.

Ari sabe por experiencia que los mamíferos irregulares que recoge en su empleo suelen tener ocultos los órganos sexuales. Anomalías que sedan o matan para enviar a la sede distrital de El Ateneo. Ari alarga una mano para tocar por primera vez a la criatura, quien algo intuye, porque con dos dedos todavía en la boca, su mirada violeta y de pupila contraída sigue atenta los movimientos de Ari. Su piel luminiscente parpadea como un tablero en estado de emergencia. La IA con su monótona voz metálica le sugiere a Ari que se masturbe, pero él no escucha. Está seguro de que a un roce de sus yemas se encuentra el fin y el principio de todo.