Carrusel / Heredades / No. 221
María Luisa Mendoza,
la erupción de un volcán en un campo de amapolas

A lo largo del siglo XX, las mujeres reclamaron su lugar en el mundo literario. Así, escritoras como Rosario Castellanos, Elena Garro, Amparo Dávila, Josefina Vicens, Luisa Josefina Hernández, Guadalupe Dueñas, Inés Arredondo, entre otras, engrosaron las filas de la literatura mexicana. Una de sus contemporáneas fue María Luisa Mendoza. Apodada China por su padre y Patrona por su hermana, nació en Guanajuato el 17 de mayo de 1930. En su niñez fue muy enfermiza, lo que la condujo a acercarse a la lectura, pues en ella encontró el vehículo ideal para vivir muchas vidas. En varias de sus entrevistas, La China relata que trepada en la azotea se tumbaba por horas a leer, a pesar de que su madre siempre la llamaba para que ayudara en los deberes de la casa. Nunca aprendió a cocinar, pues no formaba parte de sus intereses.
Dueña de una energía desbordante —incluso en sus últimas entrevistas—, recuerda que la palabra se convirtió en su gran pasión, pero también en su tortura, al saber que su existencia estaría intrínsecamente ligada a la escritura y que no podría escapar de ella. Debido a su inclinación por las palabras, La China estudió Letras Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México, además de Escenografía en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Incursionó en el periodismo en 1954 escribiendo para el diario El Zócalo, dirigido por el controversial periodista Alfredo Kawage Ramia y, posteriormente, tuvo la oportunidad de formar parte de la fundación —en 1961— del diario El Día, que dirigió junto con Enrique Ramírez y Ramírez. Luego fue directora, con Alberto Beltrán, de El Gallo Ilustrado, suplemento cultural de gran envergadura que reunía las plumas de los intelectuales más reconocidos de la época. Su importante trayectoria periodística la hizo acreedora del Premio Nacional de Periodismo y del Premio Bernal Díaz del Castillo, en 1972, por Crónicas de Chile. Mereció, además, mención honorífica en el Premio Francisco Zarco, para el trabajo periodístico de mayor interés nacional, en 1975. Se desempeñó, de igual forma, como comentarista cultural en el noticiero de Jacobo Zabludovsky y, posteriormente, en 1984, condujo el programa de televisión Un día, un escritor.
Durante varias generaciones, su familia Mendoza, Callos y Romero estuvo inmersa en la política, por lo que no resulta extraño que María Luisa Mendoza se desempeñara como diputada federal del estado de Guanajuato en la LIII Legislatura, cargo que la hizo sentirse orgullosa, como “posible salvadora de la patria porque tenía en mis manos las leyes, podía cambiarlas, promover algún cambio importante para mi pueblo”.1

En su primera novela —su género predilecto—, Con Él, conmigo, con nosotros tres, María Luisa Mendoza relata el episodio histórico del 2 de octubre de 1968; habla de la represión y el asesinato de estudiantes, además de que retrata la realidad histórica y la transformación de la sociedad a finales de los sesenta.
Su segunda novela, acaso una de las más apreciadas por ella y en la que concentra muchas de sus obsesiones, es De Ausencia. La China confesó que el personaje favorito de su narrativa era Ausencia Bautista Lumbre —una mujer rebelde, eterna, bella y desafiante— y que quizás era la que más se parecía a ella en carácter. Ausencia Bautista Lumbre, personaje principal de esta novela, es una huérfana de madre que creció bajo la tutela de su padre, el minero Gerundio Bautista, quien se vuelve rico gracias al descubrimiento de la mina La Catalana. A partir de ese momento, la vida de Ausencia da un vuelco de la pobreza a la riqueza, así que, gracias a la fortuna de la mina, se cría con todas las comodidades y caprichos de una niña que crece en la opulencia. A pesar de la educación de su padre y la tutela de las señoritas Imperio, quienes le enseñaron francés, religión, gramática, trigonometría, buenas costumbres…, Ausencia será una mujer rebelde, indomable, inclinada a los placeres, al deleite.

Ausencia representa una transgresión de los valores establecidos, un cuestionamiento a las normas de conducta y a lo que significa lo moral o lo inmoral, una nueva búsqueda de la feminidad que contraviene los cánones de la época y trastoca los estereotipos. La autocontemplación, como ocurre a menudo en la obra de La China, será para Ausencia una herramienta en la que buscará encontrar el sentido de su existencia, así como su pertenencia al mundo:
En sus viajes ella cargaba los suficientes espejos de mesa como para no separarse de sí misma y su origen, dando a los anonimatos hoteleros, a las recámaras alquiladas, un faro de luces propias, distintas fronteras y dimensiones. Eran siete, ovalados y redondos […]. Cada reverbero le contaba un cuento, y al llegar al séptimo era el cuento de nunca acabar puesto que detenía los ojos en el primero o en el quinto u oía el siete otra vez, y así desde que los escogió para estar con ella.3
La China fue un parteaguas en la literatura mexicana, tanto por su estilo barroco, su dominio del lenguaje, la exploración del erotismo, del cuerpo, del amor, como por proponer una feminidad transgresora mediante sus personajes complejos. En algún momento, María Luisa Mendoza mencionó que tenía sobre ella una nube negra: ser mujer, su temperamento, ser mexicana, ser pobre… y que quizá por eso fue relegada a la soledad. Alejemos esos nubarrones que se cernieron sobre su existencia para acercarnos a explorar la obra de esta magnífica escritora y así otorgarle el reconocimiento que se merece.
