Rexistencia / No. 226
La Villa de San Blas Atempa, Oaxaca: una historia de resistencia
Muchas veces hablar de resistencia nos puede hacer pensar en enfrentamientos armados o luchas abiertamente declaradas que, aunque son un claro ejemplo, no son la única manera de resistir. En nuestro país una de las resistencias más evidentes fue la lucha indígena, durante la conquista, contra una cultura que trató de imponerse desde afuera por medio de la violencia, la educación y la religión. Esta forma de resistencia activa se transformó, con el paso del tiempo, en una resistencia prolongada que involucró acciones distintas del enfrentamiento violento, dando lugar a elementos como el sincretismo y el mestizaje, que adaptaron elementos de varias culturas para dar paso a la nación mexicana, pues “toda cultura trata de conservar sus valores, asimila valores extraños y crea nuevos valores”1.
La resistencia no podría existir sin que se aceptara que hay una comunidad externa y mayoritaria, en relación con alguna comunidad más pequeña, que domina la forma de vida y que, además, trata de imponerse por diferentes medios. Esto nos lleva a pensar en las minorías que existen en nuestro entorno, como los pueblos originarios que, efectivamente, han generado una resistencia necesaria para seguir existiendo no sólo frente a elementos externos al país sino, también, a factores dentro del mismo, como la imposición de una identidad nacional que no toma en cuenta su manera de ver el mundo.
Oaxaca de Juárez, fue una región importante desde la época prehispánica por el establecimiento de distintas culturas como la zapoteca o la mixteca. Dentro del estado se encuentra la región del Istmo de Tehuantepec, donde se situó uno de los últimos asentamientos de la cultura zapoteca que tuvo un papel importante en la resistencia durante la conquista, pues era una ciudad viva cuando llegaron los españoles a este territorio. Para ese momento el pueblo que en la actualidad se llama La Villa de San Blas Atempa ya figuraba en la historia y era un barrio del reino de Tehuantepec, comandado por el rey Cosijopí.
La fundación del pueblo de San Blas es incierta. Lo que se sabe es que en la época prehispánica era un lugar importante para alimentar al pueblo zapoteca por medio de la pesca, pues se encontraba a un lado del río Tehuantepec. Hay versiones que cuentan que este pueblo fue fundado por mexicas, ya que Atempa es un nombre náhuatl que significa “a la orilla del agua”, y no hay registro de que anteriormente haya tenido algún nombre zapoteca.2 Antes de la llegada de los mexicas los pobladores ya pescaban allí, lo que no deja dudas sobre la herencia zapoteca en esta población. Por otro lado, la historia oral confronta esta versión con otra que cuenta que San Blas fue poblado, también, por los guerreros más feroces que provenían de Juchitán, un pueblo guerrero.
San Blas fue un barrio de Tehuantepec desde la época prehispánica hasta 1869. Así como a todos los pueblos originarios en el país, le fue impuesta a su población una nueva forma de vida con el catolicismo como religión; aun así, gracias a que la manera más fácil de implantar las nuevas costumbres fue tomar las estructuras viejas y matizarlas con las nuevas, se conservaron muchos de los conocimientos y tradiciones que existían antes. Incluso en la actualidad es conocido por ser un lugar con una larga tradición de curandería, que combina la tradición católica con las creencias espirituales y las curaciones con hierbas que se utilizaban desde la época mesoamericana.
Así como las curanderas, hay muchos ejemplos de resistencia cultural en San Blas Atempa; por ejemplo, las costumbres que se reflejan en las celebraciones del pueblo o los cargos religiosos que provienen, desde luego, de la concepción prehispánica de la colectividad, que se diferencia de la cultura occidental en la que el individuo es más importante. Para ilustrar lo anterior podemos traer a cuenta la fiesta titular del pueblo que, aunque se hace en honor a San Blas, se conoce como Saa Guidxi. Consiste en hacer diferentes celebraciones durante varios días, cada una coordinada por los xhuanas, que son los encargados de vigilar a lo largo de un año que los eventos religiosos se lleven a cabo y que la iglesia cumpla con todos sus deberes. La comida y los gastos para la celebración, aunque son organizados por personas específicas, se realizan de manera conjunta. De acuerdo con el sistema de cargos habrá personas a las que les toque hacer la masa de los tamales y otras que se ofrezcan a cocinarlos, haciendo así que toda la comunidad sea partícipe. Este ejemplo clarifica cómo, aunque el pensamiento colectivo de la época prehispánica prevaleció en la comunidad con una piel distinta —la religión católica—, el trasfondo —sus raíces precolombinas— sigue presente y es parte de la identidad de este pueblo.
San Blas resistió activamente en varios momentos de su historia que pudieron haberse visto como rebeldía; la independencia de Tehuantepec es uno de ellos. En México, durante la segunda intervención francesa, muchos estados y pueblos se dividieron entre las ideologías conservadora y liberal. En aquel momento Tehuantepec fue tomado como base para el ejército imperialista, así que los pobladores del barrio de San Blas Atempa y del de San Pedro Xiwi decidieron no formar parte del lado conservador y, en cambio, llevar su ejército a Juchitán para luchar al lado de los liberales.3 Después del triunfo de Juárez, el barrio de San Blas tenía más razones para independizarse de Tehuantepec, que era la cabecera; así fue como en 1869 pasó a ser el pueblo de San Blas Atempa.
Este hecho marcó un parteaguas para la comunidad, que demarcó sus fronteras y se distinguió de la cabecera a la que había pertenecido por tanto tiempo. Con ello, el pueblo de San Blas declaró que su identidad, su forma de organización y su cultura se concebían y realizaban de una manera particular entre sus pobladores: una demostración de cómo se unió el pueblo para resistir y liberarse de una dominación hegemónica.
Cuando alguien visita San Blas se da cuenta de que gran parte de la población sigue comunicándose en zapoteco, incluso cuando la comunidad se encuentra frente a alguien que no pertenece a ella. La prevalencia de esta costumbre hasta hoy nos habla de un fuerte rechazo hacia lo externo, pues a diferencia de lo que pasó con el movimiento indigenista del siglo XX4 —con el que se perdió la enseñanza del zapoteco en otros lugares del Istmo—, San Blas adoptó la comunicación en su propia lengua como una parte importante de su identidad y lo siguió transmitiendo a pesar de que, por mucho tiempo, se consideró como un obstáculo para aquel proyecto de nación.
En 1990 San Blas se encontraba en el cuarto lugar de municipios del Istmo de Tehuantepec con población monolingüe hablante del zapoteco.5 Es decir que, a pesar de que la educación que se consideraba necesaria para progresar fuera enseñada sobre todo en español, una gran parte de la población aún no había aprendido castellano. Además, con base en la población total del Istmo que hablaba zapoteco, San Blas tenía 87.34 %6 de hablantes de esta lengua en el pueblo, el tercero de la región con mayor porcentaje. Esta diferencia se hizo más notoria a lo largo del tiempo, cuando las personas de otros pueblos istmeños podían entender lo que los blaseños7 hablaban en zapoteco pero no les podían responder; incluso no era extraño encontrar personas que no supieran nada de la lengua.
En contraste con los otros pueblos que componen el Istmo de Tehuantepec, el apego de San Blas a sus raíces puede relacionarse con su origen guerrero. Se trata de un lugar habitado por gente con aversión a las imposiciones externas (es muy común, por cierto, que los pobladores sólo se casen entre ellos). Lo anterior ha causado que el pueblo se encuentre en una especie de aislamiento consciente que ha marcado diferencias en su identidad a pesar de que San Blas se reconozca como parte de la región por provenir de un mismo origen; esto lo convierte en un vivo ejemplo de resistencia.
Hoy en día, las condiciones del mundo globalizado —como los medios de comunicación, transporte y el avance de la tecnología— han borrado las fronteras que nos separaban de otras formas de vida y, sin querer, han sido factores importantes para el surgimiento de nuevas resistencias. En este marco no se puede negar que San Blas, así como muchas otras comunidades, posiblemente tenga que seguir acoplando nuevos elementos a su cultura; sin embargo, la resistencia cultural que ha desarrollado defiende las experiencias adquiridas como colectividad a lo largo del tiempo, y demuestra cómo se puede seguir existiendo con identidad autónoma.
1 Mely del Rosario González Aróstegui, “Cultura de la resistencia. Concepciones teóricas y metodológicas para su estudio”, en Islas, núm. 43, enero-marzo 2001, Santa Clara, Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, p. 32.
2 César Rojas Pétriz, “Tehuantepec en la historia. Sus Barrios: San Blas Atempa”, en Melesio Ortega Martínez (comp.), San Blas Atempa, una villa con historia y tradición, Tehuantepec, Antequera, 2002, pp. 96, 97.
3 Gustavo Toledo Morales, “San Blas Atempa, cien años después”, en Da’ani Be’edxe (cerro del tigre), núm. 5, mayo-junio, 1993, pp. 8-10, 33.
4 Este movimiento pretendía integrar a la población indígena a una identidad nacional. Para llevarlo a cabo el gobierno apoyó proyectos que reunían equipos de especialistas como antropólogos, sociólogos, biólogos, médicos, entre otros, para hacer estudios completos sobre los pueblos indígenas y, así, ver la mejor manera de impregnarles el nacionalismo mexicano.
5 INEGI, “Región Istmo, Oaxaca, perfil sociodemográfico: XI censo general de población y vivienda, 1990, 1993”, p. 28. [En línea: http://internet.contenidos.inegi.org.mx/ contenidos/productos/prod_serv/contenidos/ espanol/bvinegi/productos/historicos/ 2104/702825490904/702825490904_4. pdf ]. Consultado el 27/12/2020
6 Ibidem, p. 23-27.
7 Así se les denomina a los habitantes de San Blas Atempa.