Infancia | Vejez / No. 227

Cuando la melodía se apague



I

La abuela tiene una máquina del tiempo en su habitación, ése era nuestro gran secreto. Parece una caja de música común y corriente, pero a esta caja hay que darle cuerda según los años atrás que quieras viajar. La encontró un día al fondo de su armario, no sabía muy bien cómo había llegado ahí, pero a mí no me sorprende. Después de todo, llevaba mucho tiempo junto a las cosas perdidas dentro del cajón de la abuela: calcetines sin pares, botones, recetas de cocina, pasadores, cartas y fotografías viejas de personas que nunca conocí.

A mí también me gustaría vivir mis momentos favoritos una y otra vez, pero ella es la única que puede viajar al pasado. No me lo dijo, pero no quería que nadie se diera cuenta, yo creo que por eso sólo me lo contó a mí.


II

Sólo una vez pude viajar en el tiempo con ella, pero nadie me cree. Cuando me mostró casi me caigo de la cama del susto: sacó la caja, le dio cuerda, y cuando la música comenzó a sonar, pude sentir que el cuarto de la abuela comenzó a calentarse, los rayos del sol quemándome la piel, no había mar, pero podía escuchar el ruido de las olas, el canto de las aves y el rumor de los pescadores llegando a la orilla. De pronto, la abuela ya no era la abuela: era una niña de largo cabello negro que buscaba conchas entre la arena, tenía nueve años al igual que yo. Ese día jugamos y jugamos hasta que papá nos mandó a dormir a las dos.


III

Otra vez la abuela está muy nerviosa, camina de un lado a otro, abre y cierra cajones, le ayudo a buscar por todo el cuarto, al fin encuentra el collar tan bonito que le regaló el abuelo, el de perlas blancas, estaba justo ahí, en la caja de música, como siempre. Quiere asegurarse de que todo esté listo, pero yo ya me adelanté, tengo el peine en una mano y los pasadores en la otra. Se sienta delante de mí y mientras la peino me cuenta de su futuro esposo. Cuando termino de peinarla, saca el anillo de compromiso de la misma caja y se hunde dentro del armario en busca del vestido de novia.


IV

Pero no todos los recuerdos son buenos, ésa fue la razón por la que mi papá descubrió de dónde venían nuestras aventuras. En una ocasión, la abuela viajó hasta aquella vez en la que mi papá, de niño, estuvo muy enfermo, tan enfermo que nada lograba bajarle la fiebre, tan enfermo que ella no durmió en toda la noche. En ese momento no supe qué hacer, tuve que enseñarle la caja de música a papá para que entendiera lo que estaba pasando. Desde ahí todo cambió mucho para los tres.


V

Cuando la melodía de la caja termina, la abuela de siempre regresa: cabello corto y blanco, lentes, sonrisa, collar de perlas, suéter verde. El problema es que algunas veces se va de viaje por tanto tiempo que se confunde y le cuesta mucho trabajo volver.

A veces no entiende por qué no puede ver el mar desde nuestra ventana, por qué aquí no hay otra cosa más que autos y edificios. No entiende que mi papá ya no es un niño o que yo ya no soy una bebé, no entiende que el abuelo ya no está y se queda dormida esperándolo en el sillón, como cuando llegaba tarde de trabajar. Esos días la pasa muy mal.


VI

En otras ocasiones, la abuela viaja aún más atrás, tan lejos que se vuelve muy muy pequeña, incluso más que yo y necesita de nuestra ayuda: en esos días mi papá le ayuda a vestirse, le explica con paciencia cómo abrocharse los botones. Yo le enseño a atarse sus zapatos, le hago las dos trenzas que le gustan, le explico que está lloviendo y que por eso no podemos salir al parque a jugar. Ella no dice nada, pero cuando papá no nos ve le doy más helado después de comer para que no se ponga triste.

VII

Desde que el secreto ya no es un secreto, nuevas palabras han inundado la casa, palabras que ahora están en todas partes, que nos persiguen y no nos dejan tranquilos. Papá trata de explicármelas, pero yo no quiero entenderlas, no me gustan. Ahora todos tienen algo que opinar sobre la abuela, no la entienden, es como si le tuvieran miedo. No quieren aprender las reglas del juego, tratan de obligarla a regresar de sus viajes en el tiempo, quieren decidirlo todo: lo que puede hacer, lo que siente, lo que piensa. Yo les hablo de la caja de música, les explico que tenemos que esperar, pero ellos no entienden de estas cosas.


VIII

La abuela teje junto a la luz de la misma ventana a la espera de un bebé que está por llegar, no importa si ese bebé soy yo, mi papá o alguno de mis tíos, la emoción siempre es la misma. Le encanta sacar su enorme canasta de estambres multicolor y los ganchos para tejer suéteres, calcetines y gorritos diminutos, qué más da si el suéter se queda a medias, con una sola manga, o si al final el calcetín se convierte en bufanda.


IX

Tenga la edad que tenga, la abuela siempre canta. Canta desde que tengo memoria: al regar las plantas, en la cocina o cuando descansa en el sillón. Siempre canta canciones que sólo ella conoce, pero ahora le gusta más cambiarles la letra. Tampoco cocina porque se le mezclan las recetas, ya no va por mí a la escuela porque se le entrecruzan los caminos, ya nunca nos dejan solas en casa, y a veces ya ni siquiera podemos jugar. Aun así ella nunca deja de cantar.

Se molesta cuando no la dejan hacer cosas, cuando tratan de decidir por ella, pero yo sé que en realidad no está enojada, sino que está triste porque los días cada vez son más largos y el tiempo pasa cada vez más lento.


X

Papá le lee a la abuela cuando llega de trabajar, sin importar el periodo al que haya viajado en ese momento. A ella le encanta escuchar la lectura, ya sea de una novela, una revista, el periódico o una receta de cocina. Aunque la abuela no tenga ganas de nada, ni siquiera de hablar o de verme a mí ni a nadie, siempre se sienta a su lado y escucha.


XI

De vez en cuando papá se detiene en la entrada de su habitación y la observa recargado en la puerta, trato de imaginar lo que piensa, pero yo creo que más bien recuerda: tal vez esas vacaciones, cuando yo todavía era muy pequeña, en las que me llevaron a conocer el mar o cuando fuimos al zoológico, o quizás simplemente recuerda todos esos días que ahora parecen uno sólo, cuando la abuela cantaba mientras cocinaba alguna de sus recetas secretas que nunca quería compartir con nadie. Reconozco muy bien esa mirada porque la veo todo el tiempo, es la mirada de la abuela cuando ve sus álbumes de fotos, esa mirada silenciosa que refleja todo lo que ya no es.


XII

A veces la abuela no sabe quién soy. Ya no soy la bebé que cuidaba todos los días cuando papá iba a trabajar, no soy su hermana mayor, tampoco soy una vecina. Sólo soy yo, la que tiene nueve años. En cambio ella puede ser una niña, una bebé o una señora y nunca deja de ser mi abuela.

Hay días, como éste, en los que la quiero de vuelta justo ahora, no quiero esperar a que regrese de otro viaje. La quiero en este momento, a ella, con su cabello blanco, su collar de perlas, su suéter verde. Yo sé que también discutimos, nos enojamos y nos dejamos de hablar, pero siempre nos reconciliamos. A fin de cuentas cada vez que va al pasado la conozco más, la conozco de nuevo, de diferentes maneras.

Pero por ahora lo único que puedo hacer es observar cómo gira la bailarina dentro de su caja al compás de la música mientras espero a que regrese. Presto atención para reconocer el momento exacto en el que la melodía se vuelva más lenta. Cuando el sonido comience a apagarse, le preguntaré una vez más a la abuela cómo estuvo su viaje.