Efectos colaterales / No. 233
Vacío
Había olvidado la manera en la que se sentía interactuar con otras personas, escuchar sus voces, observar sus reacciones, miradas que se entrelazan y revelan el interior. A lo largo de la pandemia, socializar se había reducido a cuadros oscuros, interferencia, problemas de comunicación, a la espectral presencia de algunos sólo por medio de la voz. ¿Eres tú la persona que siempre me recordaba que mi micrófono se encontraba apagado? A veces me encuentro con extraños que resultan ser compañeros con los que he convivido a diario por los últimos dos años. Las personalidades toman cuerpo, nos conocemos de nuevo.
Adecuarnos a lo que ya conocíamos se ha convertido en una labor. Prestar atención a las nuevas pautas y recordar las ya preestablecidas. Cubrebocas, ventilación y distancia, pero ahora también saludar, evitar el silencio y no frustrarse ante el tráfico. Memoricé las reglas viejas y las nuevas, dispuesta a regresar a lo que había puesto en pausa indefinidamente. Emocionada y preparada para tomar la ruta de Copilco, salí de casa antes del amanecer, tomando en cuenta que el tráfico había regresado a su ritmo usual las últimas semanas, pero ni siquiera pude llegar a la parada del metrobús antes de que un sentimiento de angustia inundara mi pecho. Pánico puro desenvolviéndose en mi interior. No sabía de dónde provenía, pero me encontraba paralizada, incapaz de seguir. Regresé a casa y reporté que no podría asistir ese día. Se trataba de un miedo irracional, no tenía raíz definida que pudiera explicar esa sensación. Simplemente apareció. Después de tanto tiempo encerrado, mi cuerpo se había revelado en contra del espacio externo.
Ansiedad.
Hemos modificado nuestra conducta tras este periodo. En mi caso, no sólo me cuesta trabajo regresar al esquema anterior, últimamente se ha presentado un fenómeno que me ha consternado profundamente: la manifestación corpórea de los efectos del confinamiento, la angustia se apodera de mí. Tomo las llaves, respiro y me doy cuenta de que todos los rituales de preparación no sirvieron para acallar el temor interior.
Después del impacto, vienen las consecuencias. Estamos tan pasmados por las situaciones que llegaban en el momento que nunca logramos procesar lo que ocurría, al menos no del todo. Estamos exhaustos, pero también afligidos por las pérdidas. El miedo acaparó nuestras vidas y no nos ha abandonado por completo. En medio del caos, la apatía solía mostrarse de vez en cuando en los trabajos o las escuelas, en las que, a pesar de las circunstancias personales, se nos obligaba a continuar, pretendiendo que el mundo no se derrumbaba a cada segundo.
La situación ha cambiado, pero nuestra salud mental está profundamente deteriorada y, a pesar de la apertura de los debates en torno a ella que se dieron durante este periodo, pareciera que procurarla es prescindible a costa del imperioso regreso.
Nuestros alrededores se mueven tan rápido que nos cuesta recobrar el aliento. En un abrir y cerrar de ojos, las reaperturas nos obligaron a continuar, adaptarnos, acostumbrarnos a lo nuevo y amoldarnos a nuestros alrededores. Un ápice de esperanza tras un panorama desolador, no obstante, también un reflejo de nuestro desgaste corporal. Las actividades físicas que antes realizábamos sin pensarlo se han vuelto más pesadas, no sólo física, sino también emocionalmente.
“No es un fenómeno aislado, muchos están pasando por lo mismo”. Así trató de reconfortarme mi terapeuta tras contarle los episodios que se presentaban cada mañana antes de irme a la universidad. Estos periodos de angustia no duraban mucho, pero eran recurrentes. Un cuadro de ansiedad que comenzaba a perjudicar mis días. Efecto colateral del encierro o tal vez de nuestros entornos que comenzaban a mostrar las consecuencias de los agobiantes meses que sobrevivimos.
A pesar de que el mundo comienza a tomar su rumbo de nuevo, el tiempo parece irreal, atrapado en la parálisis colectiva que atravesamos. La partida de algunos y la modificación de nuestros entornos cae como un balde de agua fría que nos asegura que nunca podremos recuperar por completo lo que perdimos en la pandemia. A veces deseo comunicarme con aquellos que he perdido durante estos años, a veces es como si aún siguieran entre nosotros, hasta que me doy cuenta de que las cosas ya no son como antes. Añorar es una palabra tan vacía que no logra describir el deseo que provoca la ausencia por algo que alguna vez nos perteneció.
Nuestros entornos parecen haber permanecido fijos en su estado anterior, pero la realidad ha cambiado radicalmente para cada uno de nosotros. Desde los detalles más pequeños hasta nuestra forma de pensar. Ya no somos los mismos, y tal vez nos encontramos en un periodo de luto, no únicamente por los que hemos perdido y recordaremos encarecidamente, sino también por las personas que éramos y por la vida que quedó perdida en el pasado. Secuelas que se presentan con el tiempo: ansiedad, tristeza o ira, nostalgia por el vacío.