Fósforo / No. 233

Pequeñas erupciones diarias



Rosalina Estrada Medina
Categoría: Exalumnos y público en general


Pobo ‘Tzu’ - Noche blanca
Dirección: Yollotl Gómez Alvarado y Tania Ximena Ruiz Santos
México, 2021




Como el fuego que se eleva para transformarse en una erupción, los sueños surgen de nuestra profundidad hasta alcanzar el nivel de nuestras acciones. Para Trini, hombre zoque y poeta, todos los sueños son importantes — los propios y los comunales. Es a raíz de los llamados oníricos que Trini comienza a socializar dentro de Nuevo Guayabal la misión de regresar a desenterrar la comunidad de Esquipulas Guayabal, comenzando por la iglesia que se erguía a las faldas del volcán Chichonal hasta el día de la erupción que cubrió fatídicamente la noche de blanco.

Pobo ‘Tzu’, hablado enteramente en zoque, se entiende como el resultado de la estrecha colaboración entre los directores Tania Ximena Ruiz Santos y Yollotl Gómez Alvarado con los habitantes de Nuevo Guayabal. El documental expone un alto nivel de integración entre los realizadores y sus protagonistas, pues la cosmogonía zoque sale del fondo y permea la formalidad del documental, que opta por una narrativa lírica a través de la poesía de Trini. En la imagen encontramos una cámara que construye sensaciones oníricas y busca la microvida de los elementos: el agua que hierve, el fuego anunciante, la tierra para la cosecha y el aire denso matinal son capturados en la cotidianidad de la comunidad; fragmentos de naturaleza que representan a su vez los componentes internos del volcán. La cámara, que repite el andar de una serpiente, reconoce en el suelo el lugar donde se han dispersado y asentado los vestigios de la tragedia que tuvo lugar hace 39 años. Porque la erupción puede haberse terminado, pero sus fragmentos viajan por los cuerpos de agua, alimentan el suelo y se han insertado en la dermis de los zoques.

Asentada en el norte del estado de Chiapas, para la cultura zoque los cerros son resguardados por entes mágicos a los que se refieren como dueñas /dueños; espíritus responsables tanto de las bondades como de los accidentes de la naturaleza. Los dueños no son ajenos al pueblo y se comunican con sus habitantes a través de los sueños. Los días previos a la erupción de 1982 “la dueña del volcán estaba enojada”, refiere una de las protagonistas. En los sueños se entregan mensajes, se revelan intenciones. Así como llega el temblor anticipando una erupción, un sueño esclarecedor puede ser la resolución a un sentimiento inquietante en nosotros.

Podríamos preguntar: ¿cómo se resuelve un documental cimentado en los sueños cuando estos ocurren dentro de los párpados? A los llamados géneros de no ficción, categoría en donde se inserta el cine documental, muchas veces se les exige una partida de verdad, un pacto con la realidad que lo único que provoca es alejarse del quehacer cinematográfico. En el documental creativo, lo que sucede frente a la cámara ha sido provocado por el autor o director; no hay compromisos infértiles para la creación y, a través de reconstrucción y selección, la película teje sus propias verdades que ocupan un espacio liminal entre la realidad y el botón de grabar.

El tratamiento de los sueños en Pobu ‘Tzu’ apela a la dicotomía entre la extrañeza y la familiaridad de las experiencias oníricas. Tras la primera secuencia, en la que aprendemos a través de las marcas de la tierra que dibuja Roman Díaz cómo inició el mundo para los zoques y que el volcán está al centro de todo, entramos al primer sueño de la película. Entre paisajes y vistas macro, siguiendo serpientes y observando el ganado, la cámara establece que su naturaleza es flotar y siempre acercarse. La dinámica se rompe cuando vemos por primera vez a Trini, el hombre que por haber nacido durante la erupción guarda una estrecha relación con el volcán. Su imagen despertando, yuxtapuesta al recorrido previo, responde a la convención cinematográfica que anuncia que hemos sido testigos de un sueño. Trini no vuelve a despertar en pantalla y esto, aunado a que los sueños —excepto el último— ocurren en el mismo lugar en donde suceden el resto de las acciones en la película, permite lograr que los bordes entre la vida en la tierra y los sueños alcancen a difuminarse, abonando a la experiencia de resignificar las pequeñas erupciones que viajan desde el centro del ser para desembocar en la realidad colectiva.

Mientras que la poesía y los monólogos corresponden al subconsciente, las conversaciones habitan en el plano diurno. La trama avanza a través del intercambio de preocupaciones entre la comunidad y las resoluciones a las que llegan. Para el momento de la excavación, Trini ya había conversado con diferentes hombres y mujeres sobre su deseo de desenterrar el primer Guayabal, y también tuvo lugar una asamblea comunal en la que, pese a algunas actitudes renuentes, se determinó regresar. Entre los habitantes permea una tristeza tan densa que los ha separado físicamente de las ruinas y, derivada de ella, los zoques están abrumados por la culpa de haber elegido mantener la lejanía con sus muertos. Dentro de estas acciones no hay recreación de escenas, y nos alejamos un poco de la construcción de metáforas visuales; la apuesta es por un cine directo, pero no por ello exento de ser manipulado —en el sentido menos maquiavélico de la palabra— por los documentalistas. Aquí se entiende la intervención creativa no sólo por las acciones detonantes, sino por la presencia y protagonismo del diseño de producción a cargo de la misma Ruiz Santos. Entre estos detalles resalta el descubrimiento de una piedra en las ruinas de la iglesia con la leyenda “Auxilio”. Los hombres de la excavación se reencuentran con aquellos horrores que estuvieron evitando por 39 años y que están ausentes durante las primeras expediciones y jornadas en Guayabal, donde parece que volver al hogar y recordar in situ evoca una nostalgia curiosa y resignada, pero al mismo tiempo dulce.

“¿Acaso no escuchas a los muertos que se levantan?”. Los zoques ya no quieren seguir quitando escombros sólo para desenterrar el dolor. Aquí las palabras faltan, la comunicación se fractura y los únicos mensajes que llegan refieren a un reclamo que no se revela del todo por parte de la dueña del volcán. El agua hierve e inquieta. Los humanos, como la tierra, respondemos a ciclos, y aunque nuestras emociones tienden a bloquear la posibilidad de concretar cierres dolorosos e inconscientemente alargan los duelos, una comunidad tan espiritual como los zoques reconoce el deber con los suyos. Todo lo que se calentó durante 39 años en el interior de los habitantes de Nuevo Guayabal hierve hacia la superficie, se eleva con furia y desemboca en la tierra en forma de danza: la danza del tigre. Un ritual pendiente que no se había concretado por el dolor de la tragedia, una danza para sus muertos que los habían estado esperando y llamando entre sueños.

‘’No estés enojada porque te dejamos tanto tiempo”, dicen frente al altar de la iglesia que han reconstruido con pesar, pero también con la responsabilidad de honrar y continuar con la armonía.

Así como la comunidad ha hecho caso a la necesidad humana del ritual que honra la ciclicidad de la tierra, Trini se convence de responder el llamado del volcán a partir de un sueño que protagoniza el fuego. La erupción que ocurrió a la par del nacimiento de Trini truncó la convencionalidad del rito de enterrar el ombligo de los recién nacidos en la tierra. Por ello Trini se somete ahora a una comunión que representa el reencuentro con el final de los suyos y el inicio de su propia existencia.

Trini recita: “Desde atrás de las cosas / mis ojos crearon mis sueños / A mi mente llama / el centro de la tierra / Volcán eterno / Laberinto de fuego”, y a las faldas del Chichonal se prepara para ser recibido por el volcán como un hombre que le ha dedicado lo más valioso entre los zoques: sus palabras. Trini construye una balsa frente al cerro blanco, navega en el cuerpo de agua y abraza la comunión con su alrededor. La imagen es deslumbrante, luminosa y ajena a cualquier paisaje que hayamos presenciado hasta este momento en la película, un escenario que se aleja del plano terrestre para ocurrir detrás de los ojos de Trini. Simultáneamente sobrevolamos el Chichonal dentro del espacio liminal en donde se construyen las secuencias. Aunque las imágenes se intercalan entre el centro del volcán y Trini, que se acerca cada vez más a él, en este momento mirar a uno significa reconocer la existencia del otro.

La película termina con el andar de los zoques hacia la excavación. En donde se apilaban escombros ahora hay una caldera, un ombligo, un inicio. Los zoques se acercan, miran hacia el fondo de la excavación y, aunque algunos tienen el rostro marcado de miedo, acceden a ser vistos de vuelta por el contenido de la tierra.

Aunque los años pasaron y se convirtieron en décadas, aquella noche blanca no daba paso al día, no había manera de conciliar tal inclemencia de la tierra. Con la confianza de los zoques, el documental se permite tomar el aire blanquecino cargado de confusión para resignificarlo en una erupción que esta vez pretende sanar. Pobo ‘Tzu’ es un trabajo que honra la memoria, pero sobre todo las resistencias: la de los sobrevivientes, la de la cosmogonía zoque y la del volcán.



Fotografía: Alejandra Malvido