Carrusel / Entre voces / No. 233

Fernanda Trías: En el encierro hay que enfrentar a los demonios personales
Fotos: cortesía de Fernanda Trías


La escritora Fernanda Trías (Uruguay, 1976) concibe la literatura como resultado del diálogo entre libros, autores y experiencia; en este hilvanar de palabras y recuerdos ha publicado con gran éxito las novelas La azotea (2001), Cuaderno para un solo ojo (2002), La ciudad invencible (2014) y Mugre rosa (2020) que le ha valido el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2021 y el Premio Nacional de Literatura en su país, consolidándose como una de las autoras latinoamericanas más desta cadas en la actualidad.

Luego de un intercambio de correos, final mente logré concretar una videollamada con la narradora, que se conecta desde su casa en Bogotá, Colombia, donde actual mente radica y trabaja como profesora de Creación Literaria en la Universidad de los Andes. Se muestra sonriente y amable, vis te una blusa blanca de manga larga y rayas grises; en el fondo se alcanza a observar un librero y un pasillo, por el que se aso ma un paisaje montañoso y, a ratos, el tran sitar de algunas personas en la casa
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(INVERO)SIMILITUDES

"Ya me han llamado bruja, ya me han dicho que predije la pandemia", bromeó Trías al recibir el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en la pasada edición de la fil Guadalajara, pues su novela Mugre rosa, concluida en 2019 y publicada a finales 2020, es la historia de una mujer que vive un confinamiento debido a una "plaga misteriosa" que azota su ciudad portuaria, obligándola al ir y venir de silencios que la llevan a reflexionar, recordar e intentar responder a las crisis existenciales de la enfermedad, la vida y la muerte, en medio de un avasallador bombardeo de información que en nada ayuda a su soledad radical, una situación inverosímilmente parecida a la que la humanidad ha vivido con la pandemia de covid-19.

Antes de escribir Mugre rosa, la escritora uruguaya releyó La peste de Albert Camus, un libro que había leído muy joven y que, asegura, le generó el mismo impacto, pues expone distintas reflexiones sobre la actitud que toman las personas ante situaciones críticas. "Es como un muestrario antropológico de cómo distintas personas reaccionan", asevera. Algunas de manera altruista exponiendo su propia vida, otros de forma más individualista, otros queriendo huir, otros poniendo en duda la enfermedad. Más allá de la gran coincidencia con su libro, ella nos sumerge a las preocupaciones de esta época histórica que están tocando a los creadores de su generación y probablemente a los que vienen detrás.


¿Cree usted en la casualidad?

Creo en la causalidad, pero es complicado de explicar. No es casualidad un malestar así, que tiene que ver con angustias relacionadas a cosas que estamos viviendo como sociedad y como especie. Creo que justamente lo que demuestra que no es casualidad es que otros autores han sentido la necesidad de escribir sobre cosas similares; y en ese contexto tampoco es casualidad que ocurra una pandemia, desde hacía tiempo se sabía que en cualquier momento podía venir una peste como siempre ha habido de manera cíclica en la historia.


LA LITERATURA Y LA PESTE

La enfermedad, la peste y el encierro siempre han interesado a la literatura. ¿Por qué cree que suceda eso?

Yo creo que todo lo que tiene que ver con la humanidad le interesa a la literatura, porque está todo el tiempo pensando a las personas de manera individual, colectiva y en relación con su contexto y entorno. No hay tema que no sea llamativo para la literatura mientras haya un conflicto; por supuesto una epidemia se presta para un montón de conflictos que revelan la esencia de lo que somos, y lo interesante es pensar esas profundidades del corazón humano. En esos momentos en que nos enfrentamos a la vida y la muerte con decisiones vitales es donde está el conflicto.

¿Fernanda Trías descubrió cosas de sí misma durante esta pandemia de covid-19?

Sí, creo que todos descubrimos algo de nosotros mismos durante estos dos años de pandemia si teníamos los ojos abiertos, obviamente siempre se puede mirar para otro lado, pero llega un punto en que es más difícil. Yo creo que estuve en las mismas encrucijadas que todo el mundo, haciéndome preguntas y tratando de ir tomando decisiones que eran ciegas porque todos estuvimos enfrentados a una realidad que era completamente desconocida, con una información que iba cambiando constantemente. Te estoy hablando de la pandemia, pero parece que te estoy hablando de la novela (sonríe) porque ahí también hay información contradictoria, nueva y cambiante; no se sabe qué fuentes son confiables. [La pandemia] me sirvió para enfrentarme a mis propios valores y decir yo, Fernanda la escritora, sacrifiqué libertades y muchos deseos de hacer cosas por mi convicción de que nos tenemos que resguardar entre todos, que tiene que haber una solidaridad colectiva.


LA MEMORIA, GUARDIANA DE LO PERDIDO

Al estar encerrados, los personajes de Mugre rosa empiezan a hurgar en la memoria. ¿Por qué es tan importante este recurso en esos momentos en los que no hay ruido, sino silencio?

Toda la estructura de la novela está pensada en torno al mecanismo de la memoria como algo fragmentado, como esquirlas del recuerdo que llegan y que podrían ser estos diálogos, estas conversaciones sueltas que de pronto recuperamos del vacío del olvido. Todo dialoga con el tema de la memoria, que es importante por su capacidad de resguardar algo que ya no está. Este era mi razonamiento cuando estaba escribiendo. Yo pensaba: si hay una catástrofe ambiental, el mundo tal cual lo conocí va a dejar de ser, y alguien va a tener ese rol de dejar testimonio de eso que nunca volverá a estar. La protagonista de Mugre rosa es una de esos testigos anónimos o individuales que insiste en recuperar ciertos recuerdos en una suerte de duelo personal, pero también podemos pensar que es algo mayor, algo colectivo, donde nos preguntamos: ¿qué vamos a hacer con esos recuerdos, con todo ese mundo que va a dejar de existir y con la transformación general del ecosistema?

¿Entonces se escribe para preservar los recuerdos?

No sé, la verdad; creo que esa es una de las tantas cosas que permite la escritura. Podríamos pensarlo como un consuelo de tontos o tal vez no, tal vez sí es importante resguardar y trasmitir ese pasado a otros que no van a poder tener acceso a él, tal vez justamente gracias a eso es que van a poder reflexionar críticamente sobre lo que pasó y pensar cómo enfrentar otras cosas que puedan ocurrir en el futuro. Me pregunto si es ingenuo, pero yo todavía creo que la memoria tiene esa función de ayudarnos a evitar cometer los mismos errores del pasado para construir un mundo mejor.



EL ENCIERRO CATALIZADOR DE LA INTROSPECCIÓN

En La azotea y Mugre rosa está muy presente el encierro. ¿Qué significa para usted o por qué le llama la atención?

Me parece que es un escenario muy interesante para los conflictos humanos, un espacio cerrado tiene algo teatral que permite que nos concentremos en las interacciones, las emociones y los conflictos más sutiles; incluso diría que potencia una introspección, impulsa a ir hacia adentro (ya que no se puede ir hacia afuera), pero sobre todo hacia la memoria. Utilizamos ese tiempo detenido que es el encierro para viajar hacia atrás, recordar y reconstruir; a mí lo que más me interesa en la escritura son esas cosas sutiles del alma humana, esas tensiones que pueden ocurrir en la cotidianidad cuando se tiene que convivir con otro alguien.

¿Entonces el encierro es una fuente de creatividad para su obra?

Ahora con la pandemia todos hemos tenido una experiencia de encierro, y creo que todos podemos conectar de una manera excelente con estos textos [La azotea y Mugre rosa] porque en ambos hay esa experiencia, que además me interesa porque los escritores siempre tenemos algunos temas en los que nos repetimos y nos exploramos desde distintos ángulos hasta el hartazgo. Por ejemplo, el encierro en La azotea es voluntario y surge de una amenaza imaginaria, mientras que en Mugre rosa no lo es porque surge de una amenaza completamente real, el viento rojo y tóxico que está afuera, entonces son dos tipos de encierro que tienen puntos en común.

Hay un montón de reflexiones que me interesan, como el paso del tiempo. En la pandemia sentimos que el tiempo pasa de otra manera porque es una invención que no transcurre como los seres humanos decimos, y creo que encerrados lo notamos. Y luego, por supuesto, el encierro te enfrenta a ti mismo; en nuestra sociedad estamos acostumbrados a escapar de nosotros mismos, a la sociabilidad extrema, a nunca estar solos, a siempre buscar compañía, y estando encerrados hay que enfrentar los demonios personales. En la pandemia todos nos fuimos enfrentando como pudimos a este experimento interesante y, de alguna manera, peligroso porque vemos que ha tenido consecuencias para la salud mental.

¿Cuál cree que sea el origen de su interés por el encierro? ¿Quizá una experiencia de la infancia o algo personal?

Yo nací en Montevideo en 1976, durante la dictadura militar, y crecí mis primeros años de vida en la dictadura. Te puedo asegurar que ése fue un periodo de encierro, encierro espiritual, mental, de miedo, porque el encierro es un mecanismo de supervivencia. Yo era niña, pero los niños captan mucho de lo que ven y dicen los adultos. Me he preguntado si este interés viene de ahí, de esa sensación de amenaza que no se entendía, que no tiene nombre, pero que estaba latente.