Bodegones
estoy haciendo una pregunta inmensa: este
libro.
Y no contestás.
María Negroni
[De perfil]
Descripción
Su belleza residía en la forma en que
mostraba
su existencia. Nombrada por sí misma,
una separación entre los dientes.
Exacta, cuando decía su cariño
y de la talquera en el buró
apenas la más nítida.
Se reía, desde el fondo de su angustia,
toda ella luminosa.
Cuando degustaba en su escritorio,
esas raspas de a litro
de vainilla con lechera por los bordes,
quizás ubicua. Porque nunca dulce.
¡Se le transparentaba tanto su fuga!
Líquida hasta en las manos
que repartían perfumes
y que se rompían. Esas que escribieron:
"Tener la buena voluntad en todo".
Porque cargaba su memoria, aérea
y frágil, como ninguna otra flor.
Su nóumeno residía en la forma en que
mostraba
su lenguaje. Nombrada por sí misma,
una separación entre las fórmulas.
Alargada, cuando decía su estructura
y de la racionalidad en la imagen
apenas la más concreta.
Se reía, desde el espacio de su evidencia,
toda ella mexicana.
Cuando comía en su axioma,
esa intermitencia de a mundo
de apariencia absorta en la lectura,
quizá tuberosa. Porque nunca en-sí.
¡Se le transparentaba tanto su semiótica!
Bulbosa hasta en las lindes
que repartían causalidad de sustancia
y que se rompían. Esas donde cantaba:
"Tener la sistemática inmanencia en todo".
Porque cargaba su presente, desagradable
y blanco, como ningún otro poema.
Sus pétalos residían en la forma en que
mostraba
su aroma. Nombrada por sí misma,
una separación en la inflorescencia.
Ecléctica, cuando decía su bulbo
y de la fragancia en el tallo
apenas la más deductiva.
Se reía, desde la cosecha de su embudo,
toda ella en partes.
Cuando comía en su longitud
esas podredumbres de a brote,
de líquidos verdes por las temperaturas,
quizás ajena. Porque nunca sésil.
¡Se le transparentaba tanto su pistilo!
Fenomenológica hasta en las hojas
que repartían especies de géneros
y que se rompían. Esas donde argumentaba:
"Tener la exacta morfología en todo".
Porque cargaba su claridad, consciente
e inerte, como ninguna otra cosa.
Definición
En este diccionario
hay un pequeño cúmulo de acepciones
para "abuela" que implican negación.
No me pondré a reflexionar
sobre cada una de ellas. Lo cierto
es que por ningún lado asoma la palabra "dolor"
o el concepto del "descorazonamiento".
Tampoco aparece mención alguna
de la economía
o las fallas gastrointestinales.
La palabra "abuela", pues, no es una palabra
que devenga íntima o compartible. Ese rasgo
común que enlaza amor y muerte. Ese
puente que eterniza la infancia
desde la degradación de un rostro tuyo.
Tuyo por impropio y terso.
Nadie escribe de la abuela, sino
desde el silencio y la distancia que guarda,
como impronta hereditaria,
la ternura
del no entenderse.
[Frontal]
Apariciones del tú
Y reúno formas para hablarte, desde mi desempleo total, desde lo roto.
De las vías cristalizadas en las que me comunico con los demás
a través de mi práctica, de mi oficio, de mis habilidades empuñadas como
metáforas de lo mío.
Pensarás que tu recuerdo es un escrito deshecho, pero no. Todavía
estoy en vilo de tus inclinaciones. Un retrato es lo que veo todos los días.
Un retrato tuyo, infantil, sobre los cactus y las suculentas.
Ahí te tomo, lejana en tu visión más otra. Qué bella eras
al fingir extrañamiento. Al ser fotografiada en tu primera comunión.
Pero no estás. Y claro que las cosas han cambiado, pero todavía lo recuerdo.
Un susurro, un pitido de catástrofe. Llegabas a la casa y te volteábamos a ver.
Pedías y demandabas silencio. Con ese modo tierno, como el de las hojas blancas.
Lo pedías y demandabas, con tu mirada. Y después salíamos a tomar el fresco.
Como si existiera.
Nos sentábamos en el pasillo, ese pasillo de un metro y medio de ancho.
Ahí, nos retratábamos. Y lo acepto, yo me robé ese álbum, esos álbumes.
Donde posas como flamenca. Acentuando la
línea vertical, el orgullo impuesto de otros mundos.
Mi mamá me aconsejó no indagar,
no excavar. Quedarme en la espesura
de un perfume.
Porque los de aquí se han amontonado como muéganos, serpentarios,
en una oscuridad noctuaria. Se han abatido y sólo quedas tú, como
mármol, enredadera. Y después salían los vecinos, un bonachón con su guitarra,
una mustia con sus hijos, y rodeaban nuestros lugares, recargados en la pared del pasillo.
Zapatos sobre el muro.
Y él tocaba.
Hacía gala y con su voz más ronca y toda suya repleta de embeleso,
se nos aparecía en canto. Así, de pronto, el naranjo ya no se notaba podrido
y la familia no era ese recipiente que se construye en la nada. Y nos reíamos.
Y nos emocionábamos. Y entonces, entre canción y canción, tú hablabas.
Entre historia e historia, él tocaba.
Lo contabas todo.
De pie, con tu cigarro equilibrando la atención, repetías las anécdotas. Esos
chismes que te llevaban las tías y las clientas como laceraciones. Esos
que se decían como a espaldas. De cabeza y sin rostro. Pero, aquí,
los llenabas de histrionismo, de cadencia, de imagen y dolor.
Porque te dolía, a veces, y se podía ver.
Te aterraba encontrarte otra. Y yo fui siempre un espectador. Atestado
en mi butaca de suelo y de asombros, como cuando uno veía por primera vez
al domador de fieras. Y te destruías, quizá por no encontrarte y quizá
por no saber que la tristeza se edifica como casas, se mantiene
y se eleva a voluntad.
Lo acepto. Yo tomé esa fotografía oficial, donde estás viendo sin vida,
con tu vestido a flores y tu pelo crespo, la lentitud de lo que pasa.
Y luego, te levantas de tu silla y te revuelves por el espacio y ejecutas,
nuevamente, la aparición de los otros, desde tu boca y tu cuerpo, te mueves, equilibrando la ceniza,
vertiginosa para no dejar escapar lo que se escapa. Así, después la guitarra
que se rasga y los niños entretenidos con la saga.
Y yo, muy adentro de mí, sobre mi silla de suelo me consumo. Me revuelo
y pido, aferrado a ti, que no se acabe. Que la muerte en ti no se consuma,
que la realidad se vuelque en teatro, pero no me alcanza, pero no me alcanza,
me he quedado harto de lo roto. Y te pido más existencia y tú me tomas de la cara
y te la callas.
Post Juan Gabriel
en amor eterno
en amor eterno en bellas artes
ahí con ese traje negro y borlas doradas
Juan Gabriel le dedica esa canción
esa canción esa canción
que más que canción
es una oración de amor
una oración
a las mamás
a las mamás que lo han ido a visitar
sobre todo a aquellas que están
un poquito más lejos de mí
en esas butacas de atrás
las mamás más lejanas gritan
gritan emocionadas en una ola
que atraviesa como una luz el espacio
ahí me veo a veces en un salto repentino
de página
desbordando mi asiento en una efervescencia
interna que se vuelve descarga
estoy ahí sentada sin saber que la lejanía
no es otra cosa que una especie de claridad
una especie de claridad
que pide mirar hacia otro lado
y no ser vista
mi abuela ve en una tele en blanco y negro
ese concierto y canta querida
mientras acomoda unos papeles
a ella vuelvo en canto atroz
en una conmoción que me deja helada
canto con ella desde los últimos asientos
en este concierto virtual
que guardo
en la imaginación
[música]