Corporalidades / No. 215

Resonancia magnética


Justo en el día de mi cumpleaños
dejé que el aparato me mirara
los tejidos, cada capa y al final
el hueso envuelto, tibio cachorro blanco.
Me midieron
las gradaciones del dolor, su meridiano.
Está bien, me dije, es una forma oblicua
de festejar el cuerpo y su duración.
Es una manera de seguirles la pista
al dolor y su palabra: aquí.

Me colocaron al centro, me acostaron
en ese ataúd de ruido blanco.
Cumplí años rodeada de mi cuerpo,
obligada por el bien del examen y del equipo
a imitar la quietud de los muertos
que aprietan bajo tierra las mandíbulas
sin miedo a desgastar los dientes.

Echaron a andar la bestia albina
y quiso arrullarme con su canto de madre rota,
quiso celebrar mi nacimiento
con su voz de animal del infierno,
rabioso y sin sombra,
sus chasquidos y gritos de ángel en celo
que se ha comido sus plumas.

Festejé mis años midiendo la certeza del dolor,
el perfil absurdo de lo que lastima.
Festejé mi cumpleaños declarando:
ésta soy yo, materia
que se cumple y se destruye.