Prohibido ir de choping
Con sus caminatas, Olimpia zurcía el río Bravo. Cruzaba diario por el Puente Santa Fe para trabajar de meid en El Paso. Sus patrones eran siempre distintos porque de eso había mucho trabajo, así que una iba agarrando donde mejor le viniera. Un día por el centro; otros, los más, en las colonias bonitas, los suburbs; incluso una vez acabó en Las Cruces. A mí me encantaban sus zapatos, unas sandalias bajas de plástico rojo que dejaban asomar los dedos del pie por la punta; cuando íbamos a pachanguear Oli se pintaba las uñas del mismo color. De las compañeras que conocía, era la que más bonito se arreglaba. Era agradable, como que inspiraba confianza.
La conocí en el Segundo Barrio, en el Alamo Parc, y de ella aprendí casi todo lo que sé de meid. Estábamos en las bancas, con las otras, esperando a que nos escogieran. Ella, tan limpia, se dejaba ver rápido, se paraba derechita, con las manos una sobre otra a la altura del vientre, esperando a que algún gringo bajara el vidrio de su troca y la señalara. Yo casi siempre la veía irse. A mí me tardaban en levantar; creo que por eso las compañeras me pusieron La Tirada. Por eso y porque nunca me ha gustado mucho este trabajo. La Digna nació para princesa; por eso en vez de limpiar va tirando cosas, decían, y se echaban a carcajadas, más si ya íbamos en la segunda cubeta.
Pero bueno, la Olimpia, por ella me puse pilas, me arregló. Un día me paré junto a ella en el parc. El patrón necesitaba dos muchachas, bajó el vidrio, la vio a ella y nos subió a las dos. Nos sentamos en la caja de la troca y ahí nos fuimos platicando, y desde entonces no paramos de chismolear. Nos fueron a bajar en la colonia Escondida, y resultó que el patrón no era el patrón, era el chofer. La casa estaba bien grande, bien hermosa. Desde esa vez nos caímos bien y siempre nos parábamos juntas en el Alamo Parc, y yo me mejoré mucho. Me compré un vestido en vez de pantalón, y me dejé crecer el pelo porque, si nos agarraban juntas, seguro era casa grande y nos pagaban mejor. Cuando nos íbamos por separado de todas formas nos veíamos en el parque al final de la jornada, ya fuera para regresar a Juaritos o para raspar la pista de este lado.
A ella le decían La Limpia. Su apodo también salió de una mesa en un bar del Segundo Barrio. Oli nos contó que una patrona le dijo que guatis llurneim y ella, que sí sabía un poco más de inglés, le dijo que Olimpia, pero la patrona le entendió Limpia, y pues igual sólo la llamaba para eso. Las muchachas na'más risa y risa, se la trajeron de bajada toda la noche, oye Limpia aquí, Limpia allá. A mí sí me dio risa, pero le seguí diciendo Oli.
Hasta ahora la sigo extrañando mucho. Nos separamos por mi culpa, ella es toda una gud guerl y yo también, pero a mi modo.
II
Yo la enseñé a robar. Siempre fue por gusto, por diversión, no por necesidad. Yo soy Digna. Lo que sí hice por necesidad fue entrarle de doméstica. A Juaritos llegué porque me quería preparar como agente de turismo, pero rápido me desapueblé, o sea que vi cómo es la realidad y me vine de este lado para ganar en cash. Oli quería ser secretaria; mientras limpiábamos casas nos íbamos platicando del futuro.
Una temporada trabajamos juntas de fijo en una casa en Nort Gils. Mientras limpiábamos la recámara principal hacíamos choping; yo recogía y me ponía los vestidos de la señora por encima, antes de lavarlos, y Oli me echaba unos ojos de qué atrevida. La señora usaba cinco o seis conjuntos, pero el clóset estaba llenísimo; y lo mismo de zapatos, muchos y más bonitos que los de mi compañera. Todos los días me tomaba el tiempo para mirarlos un rato. Los sacaba todos para barrer y volverlos a poner en orden. Mientras, Oli tendía la cama y se llevaba a lavar la ropa. En su tocador la señora también tenía un montón de perfumes, y el alhajero era una maraña de cadenas y anillos. Había tanto de todo que hacíamos juegos de calcular y adivinar: te apuesto a que el señor tiene siete sombreros vaqueros, y nada, que eran 11 ya juntando los que estaban en distintos cuartos por toda la casa: en la entrada, en el garage y en su clóset.
Como al tercer día salimos bien tarde, agarramos camino directo a México y ya en el camión hacia el Puente Santa Fe le enseñé a Oli que nos había agarrado vestidos y zapatos para las dos. No contaba como robo porque sí pensaba regresarlos. Eran prestados a cambio de las horas extras. Nos cambiamos apenas pasando el río, y en Juárez agarramos la parranda. Fue una noche con suerte.
III
Para cruzar al gabacho, bien temprano, una va con su visa de frontera y en la garita hay que decir que vienes de paseo. Yo esa mañana crucé aún con el vestido puesto. Guat de propos of llur visit? De choping, le dije.
Luego de la primera semana trabajando, ya habíamos manipulado cada objeto en la casa de Nort Gils. Si algo se veía útil, pero en desuso, había que desempolvarlo. ¿Oli, crees que la señora me preste su disco de Perri Como? Yo creo que sí, ni lo escucha. Entonces yo lo guardaba y se lo traía al día siguiente.
El lunes de la siguiente semana la señora nos llamó a la cocina. Quería enseñarnos a usar la aspiradora de polvo. Era un armatoste ruidoso, yo sinceramente prefería usar la escoba, pero la aspiradora era nueva y la señora nos dijo que la váquium clíner canbi arrial güorc séiver, y que nos facilitaría el trabajo. Mientras nos explicaba los mil y un detalles de cómo aspirar, la señora también iba anotando todas las instrucciones en una libreta. Yo sólo le decía que sí con la cabeza.
En la noche, acomodadas en la cantina, Oli me explicó que la señora decía que aspiráramos despacio, a lo largo y no en círculos, y que no usáramos la aspiradora para recoger ganchos, alfileres, agujas, ni nada que no fuera polvo. Y que luego teníamos que limpiarla, ¿o sea que hay que limpiar, y luego limpiar eso con lo que limpiamos?, le pregunté.
Fue una temporada como de tres meses la que pasamos en esa casa de la Nort Gils, y nada más me acuerdo y me río. Una vez nos dio por jugar en el despacho del señor, yo era el patrón y Oli mi secretaria, para que fuera practicando. Hacíamos las voces mientras limpiábamos: señorita, por favor convoque al equipo a una junta de urgencia. Ella levantaba el teléfono y de paso lo sacudía. Cuide la máquina de escribir cuando limpie el escritorio. Ella levantaba la máquina y yo pasaba el trapo húmedo. Cada cosa había que alzarla, quitar la mugre y volverla a poner.
Ahí fue que encontramos la libreta. En mi rol, le pedí a Oli: tome nota. Abrió el cajón de la mesita de los cigarros y tomó la libreta de la señora, quien era la que realmente usaba el despacho. Nos agarró el chisme porque ahí estaba apuntado lo de la aspiradora y otras notas sobre cómo usar la estufa, cómo limpiar ventanas, las paredes, contestar el teléfono, de cada detalle del aseo, y varias estaban en español. Le di la vuelta hasta la primera hoja y decía Your Maid from Mexico: In English and Spanish. Era un libro entero. En la siguiente hoja decía que “las que trabajan en los hogares, pronto pueden llegar a ser empleadas aun más valiosas para sus patrones que las señoritas que trabajan en oficinas”. Olimpia se puso pálida. ¡Nos están espiando!, dijo en un grito ahogado. La señora ya sabe de tu sueño de secretaria. Si sabía eso, seguro que ya sabía también de los vestidos y los zapatos y el disco de Perri.
Oli siguió revisando para ver si encontraba más sobre nosotras; mientras, yo fui a trapear la entrada para vigilar. Ya no esperamos a la señora porque nos dio miedo que llamara a la Migra. Nos fuimos sin cobrar. Y el problema es que irnos sin avisar igual nos convertía en sospechosas de algo.
IV
No queríamos cruzar la frontera solas. Nos fuimos al Alamo Parc a ver si estaban las muchachas para poder regresarnos en bola. Apenas estaba cayendo la tarde, me acuerdo del cielo rojo en los parabrisas de los carros. En el centro del parque estaban de pie un buen de muchachas, más de diez, sólo Olimpia y yo éramos juarenses.
Doña Rosa, una de las meids con mayor kilometraje, tenía en la mano el Herald Post y lo agitaba diciendo que claro que había buenas, incluso excelentes, sirvientas de El Paso: lo que sucede es que quieren legalizar a las mexicanas porque no saben cobrar, porque se cruzan para regalar el trabajo, y ahora estas güeras quieren hasta darles papeles.
Oli y yo nos fuimos alejando poco a poco, porque empezaron de argüenderas que mejor deberían poner un muro, que ya había suficientes braceros, que para qué querían además hacer un Bracera Meid. Agarramos camino a México, atravesando las calles terregosas del Segundo Barrio, y unas cuadras después del parque vimos una tienda donde tenían el periódico. Lo hojeamos rápido antes de tenerlo que pagar a ver si decía clíning o muchacha o doméstica o bracero, y ahí estaba la nota.
Oli salió rápido de la tienda, me dijo que por mi culpa nos íbamos a quedar sin visas, sin trabajo y sin futuro. De veras no entiendes, me dijo, dice que una organización de amas de casa quiere darnos contratos a las sirvientas mexicanas. Pero pues ya nadie va a contratar a gente como tú, me dijo, poniéndome un papel arrugado en la mano, y agarró camino al Puente Santa Fe.
Lo desarrugué. Era una hoja de la libreta de la señora:
“Todos sabemos que una persona que no es honrada no puede mantener un puesto por largo tiempo. Para su propia protección, debe mostrarle a la señora las cosas que usted lleva cuando sale de la casa”.
Yo creo que Olimpia se la robó para protegernos. Escuché que ahora trabaja de planta en una mansión en la colonia Escondida. La cosa se puso brava en el Alamo Parc por varios días. Las paseñas no nos dejaban ir a trabajar. Ya luego el polvo volvió a su lugar, el Bracera Meid nunca se aprobó y cada una regresó a su trabajo. Esa hoja fue lo único que nos llevamos de la casa en Nort Gils.
N. del A.: En octubre de 1953 un grupo de amas de casa angloamericanas organizaron la Asociación por la Legalización Doméstica. Su objetivo era implusar un tratado fronterizo para trabajadoras del hogar mexicanas, el cual apodaron en la prensa como Bracero Maid. Unos años más tarde, en 1959, dos de ellas publicaron Your Maid from Mexico: In English and Spanish.